Hablar sobre un legendario como el señor Zimmerman podría resultar sencillo dado su impresionante currículum, pero toda aparente facilidad entraña su riesgo, puesto que solo mencionar su alias originaría una cascada de encontrados dictámenes donde serías juzgado por temerario, partidario o enterao. Todo bajo el prisma de su círculo de dogmáticos o un conjunto de escépticos que no entienden por qué un tipo como él conserva tanta credibilidad entre un nutrido sector de la sociedad. El constante litigio no solo en el mundo del rock&roll, sino en cualquier otra faceta artística examinada con lupa, valorada con indulgencia o mala baba.
Por cierto, el recurrente mal genio del caballero sale a relucir reiteradamente cuando deberíamos tan solo juzgar su ingenio, algo que el señor Zimmerman puede acreditar fácilmente, ya que no cualquiera puede presumir de una dilatada trayectoria componiendo, ilustrando, reclamando o examinando el enigmático comportamiento humano. También podríamos debatir sobre la obtención de prestigiosos galardones como un Nobel de Literatura que motivara, cómo no, una inmensa división de opiniones sobre su merecimiento o parcialidad, pero qué quieren que les diga. El rock es un lenguaje universal, y como tal, se nutre de una palabra regulada a su vez por ritmos y compases. El rock es uno de los motores de la cultura contemporánea y Bob Dylan es, por derecho propio y porque se lo ha ganado a pulso, uno de los más significativos activos que subsisten aún. Casi ochenta años de edad, casi sesenta años de actividad y casi cuarenta discos en propiedad (exceptuando recopilatorios, grabaciones en directo o refritos) hablan de la dimensión alcanzada, aunque siempre estemos con dimes y diretes cuando hablamos de él. En este aspecto nosotros nos decantaríamos por la vertiente devota, si bien no llegamos a cotas demasiado elevadas, pues nadie es perfecto. Nadie tiene la varita mágica que convierte la paja en oro, y alguna vez ha podido resbalar. ¿Quién no resbala?
Si algo hemos aprendido de las enseñanzas del viejo Bob es que no abundan entidades por glorificar incluidas su obra y su persona, y esa directriz la procuramos cumplir aunque en ocasiones el entusiasmo nos pudiera cegar. ¿Ocurriría una próxima vez? Esa ocasión llevaba tiempo en standby, sin embargo el infortunio nos concedía la suspirada dicha finalizando el mes de marzo, y bajo el sometimiento del despiadado bacilo conocido around the world, despertamos un día con la excitante publicación de nuevo material del señor Zimmerman. Esta vez no era un disco al uso. Esta vez nos debíamos conformar con un anzuelo que inquietara al personal lo suficiente como para ansiar un nuevo lanzamiento… o no, vaya usted a saber. Tampoco se trataba de una canción cualquiera. Era “Murder Most Foul”, un plano secuencia de diecisiete minutos que enlaza espacio y tiempo partiendo en Dallas, noviembre de 1963. Las cicatrices de la tragedia se mecen en los brazos de la melancolía reclamando atención, y siguiendo la tradición, obtiene multitud de disertaciones entre la plebe. ¿La duración? ¿Su parca sección instrumental? ¿Su recitado entre la zozobra y consternación? Iras y filias, fobias y agrados. Su narración es la columna vertebral de una epopeya protegida por la melancolía de un cello y un piano, siendo la armonía el proceso y la melodía un complemento más a este rosario de episodios y dicotomías que han marcado la sociedad y la propia perspectiva del rapsoda de Minnesota. Impresiona por su crudeza. Sobrecoge por su oscuridad, y acaba atrayendo por su duración, su parca sección instrumental y su recitado entre la zozobra y consternación.
Poco tardaría en compartir “I Contain Multitudes”, nuevo relato que seguía los principios de la anterior en cuanto a temática y cadencia, si bien su historia se centra más en la mitología de la cultura pop, afianzando con ello hipótesis varias respecto a un nuevo ejemplar tras un tiempo apartado de estas lides. La posibilidad de ese nuevo álbum estaba ahí, y las conjeturas se transformaron en realidad cuando se anuncia “Rough And Rowdy Ways” por medio de la píldora bluesera “False Prophet” donde se pueden vislumbrar las ánimas de héroes personales como Muddy Waters o Howlin’ Wolf, y su aroma a tasca pendenciera contrasta con los tonos grisáceos de las anteriores. Dedujimos entonces que el elepé presentado como doble prometía, porque la primera y segunda escuchadas encerraban sarcasmo y la tercera revelaba pasión, parte de los característicos registros de un tipo guiado por su intuición que dudamos haya escuchado alguna vez la provocativa llamada del mainstream, aunque inevitablemente la habrá oído más de una vez. Pero él parece ni inmutarse. El tío sigue su labor, que no es sino entregar al público tiernas muestras de gratitud como “My Own Version Of You”, un puente entre New York-Duluth-Pomona con cierto aroma a club nocturno, y cuyo tratamiento es similar a “Black Rider”, oportuno desahogo tras el salmo “I’ve Made Up My Mind To Give Myself To You”, un aleluya en todas sus acepciones y con todos sus enunciados. Un delicado paréntesis iluminado por voces celestiales y una carga sentimental de quilates que contrasta con el dinámico boogie “Goodbye Jimmy Reed”.
En un trabajo cuantioso en referencias, apegos y agradecimientos, el susodicho es el único de manifiesta presencia, por lo que debía transpirar la humedad del sur, debía resucitar los fundamentos del delta de Mississippi custodiados en este caso por la desenvuelta armónica. De cuantos aparecen en este pormenorizado estudio sociocutural podríamos mencionar quince o diecisiete, pero no creemos que sea una buena idea, porque el quid de la cuestión está en los diez entreactos catalogados (por unos cuantos) por como un legado, un epitafio o un epílogo. Ante tales afirmaciones el propio Dylan respondió con su habitual socarronería que posiblemente lo fuera, pero no para él, sino para un planeta que agoniza de soberbia. Románticos fragmentos como “Mother Of Muses”, silvestres composiciones como “Crossing The Rubicon” o sentidos homenajes como “Key West (Philosopher Pirate)” no dejan de ser reflexiones sobre el amor, la esperanza y una vida que de reojo mira al codicioso tío de la guadaña. La tierra, el cielo, la sangre y el conocimiento: “Rough And Rowdy Ways” y el señor Zimmerman.
[…] que nos depararía este final de década en referencia al ciudadano Dylan, y mientras suena “Rough And Rowdy Ways” escribimos estas líneas entendiendo que cualquier autor es dueño de su obra, por lo tanto, uno […]
Me gustaMe gusta