
El señor Zimmerman ha firmado un acuerdo con la compañía Universal Music con el que, a cambio de una sustancial cantidad de dólares, traspasa la explotación de los derechos de su extenso catálogo de canciones. Más de seiscientas tiene acuñadas, por cierto, y el montante de la operación podría superar los trescientos millones, lo que equivaldría a casi medio millón por canción. En términos empresariales, posiblemente sea un trato beneficioso para ambas partes, mientras en otros ámbitos, como en botica; o sea, para todos los gustos y por supuesto, encontradas opiniones. Hace tiempo escribió aquello de los tiempos están cambiando, y este maléfico año está consiguiendo que esas transformaciones lleguen por todos los frentes, hasta por los más insospechados quizá.
La publicación de su último (gran) disco durante los meses más severos de esta maldita pesadilla (aunque el nivel de alarma siga acechando) no iba a ser la única sorpresa que nos depararía este final de década en referencia al ciudadano Dylan, y mientras suena “Rough And Rowdy Ways” escribimos estas líneas entendiendo que cualquier autor es dueño de su obra, por lo tanto, uno más uno son dos. En este punto pocas diferencias debería haber. Habrá quien lo tilde como trapicheo, despropósito, tejemaneje o que ha vendido su alma a la industria. Hasta se ha podido leer en alguna publicación que se podría considerar esta firma como un ultraje para miles de fans…

Un productivo arreglo. Un negocio redondo. Una lucrativa transacción. ¿Por qué somos tan intransigentes? Lógicamente, con las prácticas del prójimo, no vayamos a ser los criticados en primera persona, pues no sería bien recibido. ¿Cuál es el motivo de tal agravio? El asunto está abriendo un cisma, siendo una circunstancia idónea para que sus detractores asomen la cabeza esputando y soltando una serie de bravuconadas que… En fin, después de seis décadas escribiendo canciones, más de cuarenta discos oficiales editados (sin contar directos ni recopilatorios) a sus casi ochenta años de edad, y después de recorrer el mundo con su atril, su armónica y su temperamento, el tío tiene toda la autoridad para hacer con su trabajo lo que le convenga, faltaría más.
¿Qué lo vende? Nada que objetar. Suyo es. Seguiremos escuchando sus misivas, epístolas y poesías. ¿Qué se queda con él y en unos años estaríamos hablando de refriegas legales por hacerse con esos derechos por parte de descendientes, beneficiarios o sanguijuelas? También. Así que no habría que rasgarse las vestiduras por una cuestión que le concierne al caballero, un hombre que constantemente es examinado con lupa haga lo que haga. Diga lo que diga. Se comporte como crea conveniente o componga las canciones que le dicte el corazón. Un hombre que ha llenado tantas páginas en la prensa mundial, sea especializada o generalista, como versos ha cantado. Un hombre que hasta por eso, por escribir y recibir un célebre galardón que le distinguía como tal ha sido vilipendiado. ¿Contradicciones? Tal vez sí o tal vez no. Es el señor Zimmerman, un cronista universal.
Ya que la hemos nombrado, aunque habrá y hay docenas y docenas con un significado especial dentro de su archivo, nos hemos decantado por el enlace de «The Times They Are A-Changin» que permitía compartir.