The Wizards: “The Exit Garden” | GR76


El rock, esté precedido con términos como punk, hard, blues y demás o seguido del sempiterno roll, es una fuente inagotable de beneficios para el organismo como así ha quedado demostrado por infinidad de diáconos, decanos, embajadores, cofrades, orfebres o brujos surgidos de los cuatro puntos cardinales. Desde San Francisco hasta Hanoi, en Melbourne, Birmingham, Albacete o Bilbao. Generando pasiones, suministrando estímulos a las neuronas. Y ya que mencionamos el botxo, quedémonos en él porque era nuestro objetivo principal, porque uno es fiel defensor del producto de kilómetro cero y porque, hablando de brujos… The Wizards, señoras y señores. Cinco apóstoles del metal. Cinco individuos de gran potencial debido a su compuesto de psicotrópicos trances, sabathicos lances, fases desérticas y dominantes bases. Cierto es que sus invocaciones nos tienen cautivos en las entrañas de sus misteriosas eufonías y en sus coléricos ritos polifónicos, en sus ritmos expeditivos y en su impulsiva espiral de desprendidos ademanes. Cierto es que llevamos unos años intentando descubrir o descifrar la exuberancia de sus epístolas, pero todas las hipótesis que hayamos concebido probablemente sean pormenores bizantinos condicionados por su propio nombramiento o por una firme ideología desarrollada en tres advenimientos. Cierto es que debíamos comprobar el alcance de “The Exit Garden”, y cierto es que el sendero de las tinieblas sigue manteniendo la luminosidad de anteriores tratados.

Como regularmente venía sucediendo en cada uno de sus memorándums, la vista es un sentido tan fundamental como el oído, el gusto, el tacto o el olfato. Todos ellos tienen su parte proporcional de importancia en el periplo de los Wizards y todos guardan relación entre sí tanto en el atractivo grafismo, diseñado en esta ocasión por Smoke Signals Studio que de alguna manera intensifica el apetito auditivo, como en una concepción musical febril, desahogada e imperturbable que les ha caracterizado en sus años de cruzada. Una vez escuchados “The Exit Garden”, “Oniros” y “Holy Mountain Mind”, sus tres primeros adelantos que inducían a la necesidad de auscultar con precisión el resto del álbum, la recurrente pregunta sobre cómo volverían después de seis largos años de espera quedaba almacenada en el cajón de las ingenuidades, los contrasentidos o los dislates porque cualquiera de las mencionadas ampara sus consignas revelando en cierta forma su compromiso y de paso, abriendo nuevas perspectivas. Al fin y al cabo, de eso trata y en eso se basa esta historia. En la integridad, en el criterio. En las purgas creativas y en la regeneración de conceptos aunque el sustrato conserve los mismos nutrientes. En ese aspecto, percibimos fascinantes (no por ello insólitos) vigores en “Equinox Of Fire”, una de esas apelaciones cuya dimensión podría alcanzar cotas astrales puesto que en su tratamiento o resolución advertimos un conglomerado de nociones bien administradas que le confieren exuberancia y carácter.

Que son, a grandes rasgos y sin extendernos demasiado, un par de virtudes de las muchas que atesoran los señores Dave O. Spare (baterista), Baraka Boy (bajista), Phil The Pain (guitarrista), George Dee (guitarrista) e Ian Mason (cantante), los cinco jinetes de este ateneo que poco tiene que ver con el apocalipsis. Más bien todo lo contrario. Tiene que ver con la luz y la confianza. Tiene que ver con el orgullo. Tiene que ver con la voluntad y el ánimo que desprende, por ejemplo, “Full Moon In Scorpio” que inconscientemente nos devuelve al segundo episodio que, aun sin contar con ese título, transportaba ese enunciado. ¿Un viaje a través el tiempo? ¿Una senda retomada? ¿Un ejercicio de enmienda? Una canción pletórica en su entramado de cuerdas provocadoras, de activos tambores, rabiosas voces y acentuadas metamorfosis, no le dé más vueltas. Una canción que huye de solemnidades aunque sea suficientemente solemne en todos sus movimientos y en el fuerte talante de dos valiosas guitarras, dos guitarras majestuosas. Sin duda será uno de los puntos fuertes en sus comprimidas y exultantes convocatorias que, por cierto, comenzarán en breve por diversos rincones.

En esas desenfrenadas funciones imaginamos, entre contraluces y tinieblas, entre aplacados semblantes y aspavientos de pundonor, un solitario y conciso centelleo centrado en el pie de micrófono principal anunciando ¿la despedida quizás? Al menos en el disco “Dawn Of Another Life” tiene esa designación. Certera y acertada diríamos, porque descubre un perfil que, aun no habiendo explotado demasiado con anterioridad, adoptan con gran naturalidad. Un desenlace melancólico, sugestivo, perturbador y profundamente bello por las preguntas interpuestas, por la parca y espaciosa instrumentación que suplica la misericordia o la perpetua unión con quien marchó… Al menos esa es mi (subjetiva) interpretación y con esa impresión nos quedamos. Tal vez el tercio final, con “Questions”, otra de las llamadas a causar un sinfín de sobresaltos dada su versatilidad y desinhibida atmósfera, la urgente e impetuosa “Crawling Knights” en la que el binomio guitarrero intercambia esfuerzos más el epílogo ya comentado, sea el intervalo (aunque “Oniros” se podría sumar a la terna) más introspectivo por cuanto sus cadencias son un tanto más prudentes y las exclamaciones o lamentos de maese Mason rebelen su arrolladora personalidad orientando al oyente hacia un abismo donde el ángel convoca y el diablo reclama, donde el corazón propone y la mente dispone. Pero no prescinda del resto, por supuesto, porque “The Exit Garden” es, ante todo, un disco para imaginar y sentir descargas eléctricas en la médula espinal, un disco para absorber fragancias y esencias, un disco para compartir y recordar experiencias vividas teniendo presente el mañana. Un disco donde destaca, sobre todo, la aurora. Un disco para alcanzar la luz.

Deja un comentario