Después de poner en marcha una campaña de crowfunding que pudiera sufragar los gastos del disco que tenían en mente, los barceloneses The Grassland Sinners editaban recientemente ese material bajo el título de “Goin’ Fat”. Y se marcan un pelotazo, por cierto. Hasta ahora habíamos tenido la oportunidad de escuchar algunos adelantos a través de las plataformas digitales, pero desde el último de septiembre podemos escuchar, atender, sentir, disfrutar y aprovechar en toda su dimensión las once canciones que componen un álbum que procede como digno sucesor de su ópera prima, “Leit It Ride”. La personalidad de la banda, aun añadiendo puntuales novedades, sigue intacta, con lo cual aquel elepé sintomático y esclarecedor con el que ocuparan páginas en la prensa especializada y circularan principalmente por la zona mediterránea, pasa el testigo a un trabajo quizás más concienzudo, quizás más elaborado, quizás más armonioso, o quizás esas impresiones sean meras conjeturas causadas por la proximidad en el tiempo.
Hablando de, en esta travesía de cinco años que separan las dos obras hemos visto coloridos arcoíris incluso sombras y fantasmas (no vamos a dar más vueltas al mismo círculo) y aquí los amigos pecadores renuevan la tripulación de su nave con las incorporaciones del cantante Jacin Castrillo y el organista Ferran Bruach que se unen a Aleix Lozano, David Mani y Edu Rodriguez (guitarrista, bajista y baterista respectivamente) en esta reválida que cuenta con colaboraciones de prestigio como Santiago Campillo, Dani Nel·lo, David Muñoz “Gnaposs”, Héctor Martín o Asun Molina más un tipo de la talla de Dani Alcover en labores de producción. O sea, un bloque de demostrada valía como para tener que computar a estas alturas su relevancia en el rock hispánico, así que nos ahorraremos los detalles y nos centraremos en “Goin’ Fat”, un certificado de autenticidad inundado de variantes, conceptos, corrientes e inercias naturales de comarcas americanas que nos obcecamos en etiquetar (en general) como si de un producto alimentario se tratara.
Bien mirado, lo es. Alimento para el espíritu, alimento para la razón. Nutrientes para el organismo que desde una clarificadora apertura (“Kill The Mood”) hasta el insólito cierre (“Being Me”) ponen de manifiesto su impronta y en órbita al más susceptible siendo, de paso, dos buenos ejemplos de progreso, apetito o constancia. Llámalo como prefieras. Hasta confirmación, pero sobre todo, escúchalo y siente sus movimientos, siente la naturaleza entusiasta y el frenético slide del señor Campillo en “Another Flavor”, la corpórea vitalidad establecida en “She Who Must Be Obeyed” o la moldeable disposición de “Oh Futility”, canción que alberga las premisas necesarias para haber propuesto su nombramiento como single promocional tanto en el aspecto lírico como instrumental, aunque en ese apartado bien podría haber funcionado cualquiera de los títulos reunidos en “Goin’ Fat”.
Porque hablamos de uno de esos volúmenes que se escuchan del tirón y que, a pesar de las evidencias o las suposiciones, explota una extensa gama de posibilidades sónicas confirmando la innegable calidad de una banda decidida. Una banda ambiciosa. Una banda que, sin ceñirse a estrictos formalismos o extraños experimentos, pone las pilas con el contagioso ritmo y el coraje vocal de un “Paradise” que demanda conexión; una banda que arremete con refinadas frecuencias como “Lady Of The Night” cristalizando venenosas gracias al encanto de unos teclados hegemónicos, o que impulsa, secciona, comprime o desmelena a partes iguales en una segunda parte que, partiendo de la sensual pieza de cantina nada complaciente con el pesimismo llamada “Dear Mary Jane”, remata la faena con el distinguido saxo del señor Nel·lo en el embrujo funky “Being Me” que de alguna manera determina su polivalente carácter. Ese que les lleva a componer “Double Trouble”, “Statues” o “You Are The One”, tres canciones que contrastan en métrica y esencia. En primer lugar, un intrépido ultimátum regido por la garganta del señor Castrillo y la frenética guitarra de David “Gnaposs” continuando con un suvenir californiano marca de la casa y una diplomática carta de amor engalanada por los coros celestiales de Asun Molina y las seis cuerdas de Héctor Martín. El tiempo de espera ha valido la pena. The Grassland Sinners, recuerda.