Juventud y madurez, carácter y personalidad. Seguridad. Esas y unas cuantas virtudes más encontramos en este nuevo trabajo de Marcus King, un tío que sorprendiera no hace demasiados años cuando siendo un tierno chaval barbilampiño aprendía de maestros como su padre o abuelo. Desde tiempos mozos dejaba entrever que tenía madera y aquel alumno aventajado es hoy en día, con cinco álbumes a sus espaldas, colaboraciones o proyectos de relumbrón y veintiséis años de edad, un artista consagrado. Su anterior entrega, “El Dorado” (2020), y pese a que su progresión venía siendo escandalosa, mostraba un sorprendente perfil que vuelve a variar contando una vez más con la producción de un tipo de garantías como Dan Auerbach. En esta ocasión el enfoque es diferente, partiendo del terceto como formato básico hasta el enérgico rock de generaciones pasadas que en cierta manera sustituye al soul que destacaba en el predecesor. Por lo visto (o escuchado) la concepción del disco nace a partir de una ingrata experiencia personal y el consecuente descenso a infiernos anímicos, que no era sino el argumento principal en el que se basaban bastantes discos de la década de los setenta, fuente de inspiración de Marcus King y de este “Young Blood”.
Recuperando ese espíritu y en cierta manera la savia que trasmiten las clásicas raíces o la rotundidad del hercúleo rock and roll, este disco nos brinda la posibilidad de sentir todo tipo de emociones, calmas, sobresaltos o nostalgias en apenas tres cuartos de hora, porque las once canciones que contiene “Young Blood” se escuchan de un tirón. Se sienten muy dentro como “Rescue Me”, se ubican en abstractas dimensiones como “Good And Gone” o directamente señalan nada más empezar con “It’s Too Late” el inconfundible rumbo del ejemplar. Utilizando la música como acicate terapéutico, descubrimos que la dinámica construcción melódica contiene una serie de alegorías y silogismos que se podrían considerar comunes e inherentes al ser humano, ya que hablamos de amor. Hablamos de convenios o discordias, hablamos de desamor. Hablamos de sentimientos, y a continuación “Lie Lie Lie” persiste en esa compacta dirección de notas y letras, instigando con una dominante guitarra, una sólida batería y un bajo que tras su aparente sencillez encierra una gran variedad de conductas. Inquilinos de las posiciones, aparte de un Marcus King que dicho sea de paso, encandila con una ponderada garganta, Chris St. Hilaire y Nick Movshon respectivamente, a quienes se suma en algunas canciones Andy Gabbard como segundo guitarrista.
Asimismo se cuela en “Blood On The Tracks”, la canción que divide en dos el elepé y que por cierto está coescrita con el célebre Desmond Child, un Mellotron que junto a alguna guitarra y coros aporta el productor, sin renunciar por ello al sonido triangular que Marcus tenía en mente y distingue, a pesar de estos dos últimos detalles, este caramelo de rock and roll. Pocas reservas podía suscitar el contenido de “Young Blood”, porque su avanzadilla, el magnético single “Hard Working Man” era una excelente demostración de esa pequeña metamorfosis que en realidad no era tal, puesto que el rock en su máxima expresión es el auténtico aval de Marcus. Polivalente rock and roll, facultativo blues, determinante groove. Además, ¿había fallado en algún intento? Va a ser que no. O al menos en nuestro fuero interno, no. Nuestra confianza sigue intacta, y la venenosa “Aim High” es otro buen espécimen que viene a demostrar nuestro testimonio, ya que origina unas cuantas convulsiones debido principalmente a su ritmo provocador y una guitarra que llegado el momento se desmelena en un escalofriante solo en el que las distorsiones desgarran y la sangre hierve. Si anteriormente habíamos taconeado con furia las botas tejanas en “Pain”, resolutiva combinación de estrépitos y pericias vitalistas, “Dark Cloud” puede ser entendida como un reservado viaje entre límites o tinieblas, “Whisper” exhibe sin sonrojo múltiples recursos hereditarios de Georgia o Tennessee y en “Blues Worse Than I Ever Had” podemos ver los amaneceres tornasolados de su Carolina del Sur natal mientras un pícaro slide cede el terreno a una sintomática y elocuente sentencia final: I got the blues, you got the blues, they got the blues, we got the blues. Todo dispuesto y condensado en “Young Blood”.