Viernes 24 y sábado 25 de junio de 2022 en Bilbao Arena, Bilbao
Como los plantígrados salen de sus guaridas tras la hibernación, vamos retomando aquellas costumbres que teníamos marginadas por todo cuanto ya sabemos y que no hace falta remarcar. Aunque ocasionalmente hayamos matado el gusanillo, está claro que las grandes organizaciones no despegaban, y en una semana tuvimos la oportunidad de volver a pisar dos recintos que teníamos por norma visitar, si bien en el caso del BBK Music Legends su organizadores debieron sustituir el idílico Centro La Ola de Sondika por el Bilbao Arena introduciendo con ello el nombre de la villa en esta nueva era. Hubo malestar por la mudanza entre los habituales del festival, no lo vamos a negar. Hubo tiranteces y sin duda, si este hecho acarrea tanto debate, por algo será. Conste en acta que nosotros nos englobábamos en el sector crítico, como casi todas las personas con las que pudimos hablar tras conocer la noticia. Había quórum, pero había que comprobar si la nueva sede cumplía, y después de asistir a la primera jornada de la edición de retorno… bueno, ni tan mal. Tendremos que rectificar. Por otras cuestiones era conocido el espacio, pero tras unos primeros minutos de recuerdos, titubeos o recelos, el desahogo, la amplitud y la tranquilidad que irradiaba el lugar disipó nuestras dudas.

Inauguraba edición y escenario la gipuzkoana Anari, lo cual debe ser una enorme satisfacción para ella. Eran los primeros minutos, los primeros pasos de esta nueva andadura para el certamen y la intervención de la compositora azkoitiarra contó con un reducido pero compacto número de seguidores que se metieron de lleno en su propuesta intimista, cruda y poética de folk euskaldun. No es ninguna pipiola, lleva en el negocio más de veinticinco años fogueándose en garitos, salas y festivales del territorio, así que con empeño, decisión y canciones como “Geuk piztutako suak”, “Orfidentalak”, “Piromania” (mención a los devastadores incendios sufridos en Nafarroa) o “Epilogoa”, conmovió al personal reunido y aunque su ponencia quedara un tanto descafeinada debido al contraste ambiental, tanto ella como su competente banda (violín, batería, bajo, guitarra y órgano) ofrecieron un más que digno entremés.

La siguiente en subir era la multifacética Maika Makovski, que encandiló al personal con su vanguardista oferta, con el constante cambalache de instrumentos (tanto ella como sus compañeros), sonidos y composturas y con el entusiasmo que transmite (tanto ella como sus compañeros). Un rodillo. Una revolucionada intervención. Un cromático arcoíris de conductas que la balear presentaría sentada al piano por medio de “Scared Of Dirt”, defendería con la guitarra, con la percusión, de nuevo con los teclados y con todo tipo de artes implicando al público durante un ejercicio electrónico, progresivo, glam, underground, alternativo, psicodélico… Dinámico. Un ejercicio donde alternaría recientes composiciones (“Purpose”, “Love You Till I Die”, “The Posse”) con otras pertenecientes a sus anteriores discos (“Number”, “Not in Love”, “Only Innocence Is Capable Of Pure Evil”) o la delirante adaptación de “This Town Ain’t Big Enough For Both Of Us” (Sparks) logrando la comicidad de la asistencia por las alternativas ofrecidas. Dani Fernández, encargado de las cuatro cuerdas, Adrián Martínez en las seis y percusión, el guitarrista-baterista ruso asentado en León Sam Malakian y la baterista-teclista Mariana Pérez, conocida de la escena bilbaína por agrupaciones como Sonic Trash, Cápsula, Audience o Rubia demostraron ser la compañía ideal y recibieron todo tipo de felicitaciones.

Nada más concluir su actuación, nos dirigimos al rincón bautizado Voodoo Child en el que formaciones locales tenían su plaza mientras el escenario principal era modificado, siendo Micky & The Buzz quienes estrenarían la carpa ante un número considerable de gente. Habíamos dejado un espacio cerrado y estábamos a la intemperie. Buen rollo. Bailables canciones fundamentadas en el viejo rock and roll de los cincuenta, coletazos de swing, actitud canalla y una muy buena sincronía entre espectadores y oficiantes porque, aparte de la animada condición musical, sus integrantes insistían con sus ademanes para que el respetable conectara. La guitarra echaba humo, el saxo acribillaba, su cantante encendía la mecha y el tándem rítmico hacía lo propio con canciones originales (“Strong Woman”, “Coffee To Go”, “Una fetta di limone”) con otras prestadas (“I Got Loaded”) y armando un buen pitote.

Las Girlschool venían al botxo avaladas por sus cuatro décadas en la música, si bien solo dos de ellas integran la banda desde el principio. Hay quien afirma que la veteranía es un grado, y hay quien puede responder a esa tesis que el movimiento se demuestra andando. En cuanto a esta última sentencia… Bueno, tal vez el sonido no acompañara, tal vez su rollo hardrockero no fuera del gusto de parte del público, tal vez no supieron enchufar al público, o tal vez ese público estaba a la espera de otras bandas. Lo cierto es que su actuación no será recordada como una de sus mejores visitas a Euskadi, donde por cierto han venido unas cuantas veces como apuntara su baterista Denise Dufort, y podríamos decir que todas estas contingencias deslucieron una función a la que salieron con los bríos de “Demolition Boys”, sin embargo rápidamente se pudo comprobar que no era su día. Ni tan siquiera su dedicatoria al añorado Lemmy con “Take It All Away” obtuvo la respuesta deseada. Al menos se intentó.

Aprovechamos el segundo pase de Micky & The Buzz para permitir a quienes no hubiesen tenido la oportunidad minutos antes, porque el número de espectadores era mayor y porque debíamos rellenar el buche antes de los Status Quo. Al contrario que sus compatriotas, se lucieron. Ofrecieron un aplaudido y celebrado set lleno de hits. La gente sudó, la gente olvidó trabas y aprietos y disfrutó, tanto grandes como pequeños (que había bastantes) con esas canciones que tenemos asimiladas desde la adolescencia como “Caroline”, la primera ráfaga de la noche que interpretarían tras su marcial introducción. El calor humano comenzaba a notarse en unas primeras filas atestadas de rostros felices, objetivos, redactores, escribanos y seguidores de distintas procedencias, pues sería su única aproximación en territorio peninsular. Continuaron a toda máquina con “Rain” y “Little Lady”, otras dos viejas y pegadizas canciones en las que más de un melancólico fan echaría de menos a Rick Parfitt, incombustible partenaire del superviviente Francis Rossi que seguramente dejó sorprendida a la afición por su jerarquía, su entrega, su simpatía y su contagiosa vitalidad, aunque cediera el micro a sus compañeros unas cuantas veces para descansar o no forzar en demasía las cuerdas vocales. Setenta y tres años le contemplan, y el tío parece un chaval. El tío salió impoluto con su clásico chaleco y la sempiterna Teleca verde y en cuestión de minutos ya estaba circulando de lado a lado del escenario, juntándose continuamente con sus compañeros para realizar sus icónicas coreografías meneando los instrumentos arriba y abajo al compás, manejando el cotarro como si fuese un mocetón. Por cierto, John Edwards (bajo), Andy Bown (órgano y guitarra), Leon Cave (batería) y Richie Malone (guitarra) demostraron su profesionalidad y responsabilidad, pues defender ese repertorio se puede convertir en una prueba de riesgo. Va a ser que no. El medley “What You’re Proposing”/”Down The Dustpipe”/”Wild Side Of Life”/”Railroad”/ “Again & Again” obtuvo una sonada y muy merecida ovación, rasgaban guitarras con violenta agilidad (“Mistery Song”), “The Oriental” catapultó hacia las alturas a algún escéptico (en caso que lo hubiera), tiraban de fondo de armario con absoluta libertad (“Roll Over Lay Down”), y por supuesto, cantaron y cantamos en multitud clásicos como “In The Army Now”, “Down Down”, “Whatever You Want”… y contra todo pronóstico, pues ya se sabe que estos saraos funcionan sin bis, propina por medio de “Paper Plane”. A secarse el sudor.

Porque teníamos que salir al exterior para abstraernos con la música de Gonzalo Portugal. No es nuevo que hablemos bien de Gonzalo y sus compañeros. No es nuevo que Gonzalo nos impresione con sus cuerdas vocales y sus dedos. No es nuevo que algo tan viejo como el blues (una licencia, somos blueseros) suene tan actual en manos de Gonzalo Portugal. No es nuevo que salgamos pensando que esta actuación ha podido ser mejor que la anterior. No es nuevo que sus anteriores aventuras han contado con nuestro apoyo. No es nuevo que cada día nos suponga mayor esfuerzo decir algo nuevo de Gonzalo Portugal. Los recursos se van agotando, pero lo que no se agota es la cantidad de recursos que este bluesman nacido a orillas de la ría domina. El fingerpicking pocos secretos tiene para él, aunque siga practicando con disciplina; el slide, siempre en el bolsillo; el bending lo borda, las escalas son pequeños jeroglíficos que enseguida resuelve, y siempre nos ha emocionado con una garganta áspera y equilibrada. Ahora emprende nueva aventura junto a Israel Santamaría (órgano), Mikel Azkargorta (bajo) y Aritza Castro (batería) y otro sondeo se presentía inexcusable. Canciones propias, doce compases, “On My Way”. Aparte de ser toda una declaración, es el título de este nuevo trabajo que presentaron junto a otras joyas del universal rock. Los Allman (“Whipping Post”), los Beatles (“I’ve Got a Feeling”), el señor Clapton (“Further On Down The Road”) el señor LaMontagne (“Three More Days”), Muddy Waters (“Rolling & Tumbling”), Robert Johnson (“Crossroads”)… Siembre rodeando un cruce de caminos. Así es Gonzalo Portugal.

Cerraba Hawkwind, formación que lleva la psicodelia a cotas extraordinarias, no en vano son considerados pioneros, padres o reyes del llamado space rock. La primera aventura de Lemmy Kilmister también, pero eso fue hace cincuenta años. Con un fondo que reproducía diferentes imágenes siderales entre mandalas, fluorescentes figuras geométricas, llamativas circunferencias concéntricas que obligaban a la concentración y relucientes láseres de neón, su set fue como un trance colectivo. Una momentánea ausencia. Una alucinación. Todos levitando con “Silver Machine”, compartiendo la shisha de “Utopia” o entrando en fases incorpóreas con “Unsomnia” mientras brotaba música inspiradora, relajante y desarrollada, porque las canciones son progresiones que van creciendo con la contribución de guitarras gaseosas (Dave Brock y Magnus Martin), teclados envolventes (Thighpaulsandra), ritmos medidos (Doug MacKinnon) y atmosféricas percusiones (Richard Chadwick). Una lástima que el número de público decreciera, pero quienes nos quedamos lo hicimos para disfrutar, soñar y volar en la inmensidad de un cosmos examinado en una nave interestelar que en medio siglo ha tenido varias tripulaciones y una considerable suma de lanzamientos que, evidentemente, no podían atender en una hora. Sin embargo, ecos del pasado como “Uncle Sam’s On Mars” o “Brainstorm” canalizaron inspiraciones, incógnitas y fantasías siendo una estimulante manera de zanjar la jornada.

Después de dos intensos días de rock y mucho roll tocaba asimilar y ordenar las ideas, porque un servidor rozó las estrellas. Aparte de otra serie de contingencias y/o venturas sucedidas durante las dos jornadas del BBK Bilbao Music Legends Fest, el culpable de ese traslado mental fue el señor Walter Trout, un tío muy respetado en casa hace mucho tiempo. Un tío (más bien su música) muy utilizado en instantes de todo tipo. Un virtuoso de la guitarra, un hombre que acumula varios galardones en su historial y que al margen de su vida artística, en el terreno personal ha debido enfrentarse a adicciones y en 2014 sobrevivió a un percance que le puso al borde del precipicio. Un hombre agradecido por esa bola extra concedida; un hombre orgulloso de su familia, a quienes menciona en todo momento mostrando su cariño; un hombre amante de la vida, esa a la que se aferró con uñas y dientes, esa que sirvió para introducir “Got A Broken Heart”. Fue, como la canción, una presentación especial. Conmovedora, como la canción. Fortalecedora, como la canción. Puedo garantizar que hacia dentro lloré, porque la canción está grabada en el subconsciente y es una de las integrantes de la personal playlist relativa al jodido diecinueve. Los corazones se encogieron cuando hablaba sobre su familia, sobre nuestras familias, sobre las circunstancias de la vida, sobre nuestras vidas, sobre la lucha, sobre nuestras batallas, sobre las amnistías, las ideologías y las deferencias (no diferencias). Sobre nuestros gravámenes personales, sobre nuestros principios y sobre este último periodo caníbal que nos ha entregado demasiados sinsabores, ha coartado nuestros sueños y nos ha despojado de seres queridos.

Pero relatemos los hechos en su orden. Hablemos de Mikel Rentería & The Walk On Project Band, otros que hablan de fortaleza, de tesón, de optimismo y esperanza bajo un marcado acento americano en su concepción musical. Otros que han aparecido en estas páginas de cuando en cuando y como otras causas nobles, tienen nuestro respaldo. Bueno, en realidad esa atención es hacia la asociación The Walk On Project que evidentemente marcara el nacimiento de la banda de rock, lo cual no quiere decir que la banda no la tenga. La atención queremos decir, y aseguraríamos que la asistencia estuvo atenta a los mensajes, las metáforas y los consejos que Mikel utilizó en los aproximados cuarenta y cinco minutos que duró la actuación. Algún que otro correctivo encubierto, también. Todo bien medido porque el tiempo apremia y debían alternar las canciones de “Cuerdos de atar”, su reciente trabajo, con algunas de “Vida”, su anterior elepé. Fue lo que sucedió con “El coche del viento”, “El Barranco”, “Llave maestra” o “La herida sangra aún”, algunos ejemplos de una intervención muy necesaria para la reflexión, para el ánimo y para seguir en esta carrera de obstáculos que es la vida.

Acto seguido, turno para el animado rhythm and blues de Shirley Davis & The Silverbacks, quienes demostraron porqué están situados en puestos principales dentro de la escena soulera actual. Shirley Davis tiene un impresionante chorro de voz y sus compañeros no le van a la zaga instrumentalmente, así que si en el escenario se dan estas condiciones, el resultado no puede ser otro que júbilo entre el respetable. El inicio ya fue sintomático. El inicio seguía los cánones del género con una introducción instrumental seguida de la efusiva presentación por parte del guitarrista Edu “Youdeman” Martínez de la dama de ébano, y después… Después vino el regocijo con “Stay Firm”. Después llegaron los bailes con la seducción funky de “Wishes & Wants”, las conjuras con la combativa “Wild Girl”, los perdones con la quebradiza “Love Insane” y los arrullos con relevante “Smile”. Después la gente se entregó en cuerpo y alma al rítmico soul de “Keep On Keepin’ On”, segregó endorfinas con el candente groove de “Take Out The Trash” y conectó extendiendo sus brazos e invocando con la fusión “Black Rose” y “The Horse”, el broche final.

Como representantes de las bandas locales, haría doblete en el espacio Voodoo Child el quinteto Santiago Delgado y los Runaways Lovers. Enfundados con las camisetas que mostraban de qué banda se trata, no fuera a haber algún despistado entre el personal, desplegaron su entretenida fusión de clásico rock and roll, distendido ragtime, ritmos libertinos, historietas socarronas y armonías ‘duduah’ que obtuvieron gran respuesta. Durante su correspondiente media dosificaron perfectamente el tiempo entre pizpiretas adaptaciones (“Déjame cantar”) con nuevas piezas (“Icono sexual”), otras de mayor recorrido (“Un triste Rock and Roll”), celebradas versiones (“Yo jamás te hubiera conocido si no llega a ser por los Ramones”) y por supuesto, su canción fetiche, su génesis, su sello de identidad, “Runaway Lover”. Se divierten en el escenario. Santiago sonríe. Transmiten buen rollo. Ricky gesticula y entona tras bombo y platillos. La gente lo agradece. Julio disecciona con las cuatro cuerdas. La gente baila y canta. Igor se desgañita con el segundo micro. Se ven sombras, se adivinan siluetas de Jonathan Richman o John Paul Keith y la gente se viene arriba. Carlos, que intercambia la White Falcon con Micky & The Buzz, del día anterior por una Chet Atkins, caracolea, salta, exclama y embelesa con las seis cuerdas. La gente repetirá.

Después del señor Walter Trout. Después del momento que llevábamos esperando meses y se esfumó en un santiamén. Suele pasar, ¿no? Pero lo aprovechamos desde la apertura hasta su salida. Lloramos de emoción. En los dos sentidos y con los cinco sentidos. Junto a Johnny Griparic al bajo, Michael Leasure a la batería, Bob Fridzema con teclados y hammond más Andrew Let que esporádicamente aparecía como segundo guitarrista, el caballero se marcó un soberano concierto fundamentado en los doce compases, en el diabólico blues que lleva metido en la sangre desde que era un chaval y ha ido desarrollando con el paso de los años en diferentes proyectos ajenos y personales así como en varias colaboraciones. ¿Nombres? Demasiados para enumerar, porque nuestra prioridad es hablar sobre un concierto que comenzaría con la luz que irradia “I Can Tell” y concluiría con la habitual cortesía del señor Trout: God bless you! Entre ambas, mucho blues y rock and roll como advirtiera tras esa primera referencia al Chicago Blues que pone las pilas. Puro sentimiento, puro amor por la vida, por las cosas sencillas, por el rock y el blues: “Walkin’ In The Rain”. De eso trata la canción que interpretaría en segunda posición, y todos esos pequeños-grandes detalles integraron un solo que dinamitó el auditorio instaurando un escalofrío que se extendió en los siguientes minutos. Evidentemente, la Strato de Walter Trout era el foco de las miradas y el espejo de gran cantidad de air guitars, pero no deberíamos desestimar el trabajo de sus compañeros, de un electrizante diálogo mantenido con el hammond en “Red Sun” donde también se aplaudiría el lucimiento del barbudo bajista. De una extraordinaria “Almost Gone’” donde resaltaría, al igual que en la expresiva “Wanna Dance” la figura del ocasional guitarrista. De una imponente “Playin’ Hideaway”, introducida también con un alegato sobre la vida y el amor más el recuerdo sobre la donación de órganos en la que se pudo comprobar que el ventilador de la batería era absolutamente necesario. De la melancólica, acompasada, compensada y estremecedora “All Outa Tears”. Lágrimas, recuerdos, recompensas, abrazos y brazos se levantaban en señal de misericordia cuando el tono de Walter Trout sometía, tanto el vocal como el de la guitarra. Su enseña, su técnica característica. Sin pedales ni efectos, simplemente modulando los potenciómetros. Potenciando el blues, potenciando la leyenda. Potenciando aún más nuestro afecto hacia su persona. God bless you, Walt!

Después de su maravillosa intervención decidimos aprovechar los minutos como veinticuatro horas antes, o sea, metiendo nutrientes al cuerpo mientras en la carpa los Runaway Lovers metían caña con sus bilbainadas twist (billynadas que llamamos en casa). Además, el metro cuadrado se cotizaba más. Mejor para Santiago y los chicos. La actuación de Paul Carrack estaba programada para las 21:25, y tuvimos que acelerar nuestros pasos porque salieron al escenario con antelación. Dos bateras en la retaguardia ya revelaban ciertos contrastes e introducían algunos interrogantes, pues vinculamos al británico apodado ‘el hombre con la voz de oro’ con la música melódica, el romántico R&B, el afable soul o la música que triunfaba en las radio fórmulas. Pues no vino a Bilbao precisamente a cubrir el expediente, y aunque uno no sea un ferviente seguidor de su receta artística, he de reconocer que se cascó un meritorio concierto no exento de bailoteo por parte de los presentes, de ñoños coros (sin acritud), de tiernas serenatas, previsibles clamores o composturas de manual. Se sucedieron los coros y los aplausos, pudimos escuchar alguna de sus composiciones que figuran en el olimpo del rock y demostró que sigue teniendo unas privilegiadas cuerdas vocales tras más de medio siglo en este circo. Con la guitarra colgada del cuello saludaría al pabellón con “Don’t Shed A Tear”, arreciaron los aplausos, cambió por los teclados en “Tempted” y el clamor popular no cejaría hasta la solicitada vuelta con “What’s Going On”. Nunca viene mal descubrir esa parte escondida que, aun conociendo la existencia de “Over My Shoulder”, “Satisfy My Soul” o “Eyes Of Blue”, no puede evitar constatar que sin duda, es un tipo elegante con una buena camada de canciones en su propiedad. ¿Cumplió su cometido? Sí. ¿La gente disfrutó? De eso se trata. Ya falta menos para la siguiente edición.