Domingo 30 de enero de 2022 en Coppola, Bilbao

Después de un par de años sin pisar el Coppola (alguna vez hemos entrado para refrescar el gaznate), un domingo cualquiera de un mes concreto de un año que esperemos sea un poco más magnánimo a todos los niveles, acudimos de nuevo para presenciar una de las características sesiones acústicas de esta confortable taberna. Cantina, bar, restorán, pizzería, bistrot, lugar de encuentro y audiciones, centro social… Tan pronto comes una suculenta pizza como estás en pleno coloquio mientras una banda de jazz ameniza la estancia, tomas unas cervezas con amigas escuchando música tranquilizadora al tiempo que comes unos pinchos o tienes la oportunidad de ver a bastantes artistas de la zona (y otras cuantas más) en sesiones vespertinas en las que despliegan su vertiente más íntima, lo que no significa que tengan la electricidad necesaria para encender a la gente. Basta un cómplice guiño, una conocida canción, un solícito aplauso o un entreacto vacilón para que concurrencia se venga arriba y participe.

Intuyendo que la gente acudiría a la llamada de William en el Coppola, que dicho sea de paso, tuvo que aplazar su habitual concierto navideño por los motivos de sobra conocidos, nos presentamos con bastante antelación. Vista la respuesta, acertada decisión, y si la neurona no falla, posiblemente (seguramente más bien) fuera el único concierto de los testados hasta el día de hoy que comienza antes del horario fijado. ¿La razón? Evidente. Aforo completo. No es que no cupiera un alfiler, porque no está el horno para bollos, pero podríamos considerarlo como tal teniendo en cuenta las circunstancias. Así que sin mayores preámbulos o pruebas de sonido, el amigo William Gutiérrez, cantante y guitarrista del terceto Los Brazos (que es como siempre se presenta), se dispuso a ofrecer uno de sus clásicos conciertos en solitario donde el repertorio es un minucioso repaso al rock and roll desde su nacimiento en los manglares y campos de Mississippi por medio del blues hasta un siglo más tarde, que es el que ahora estamos viviendo.

En ese amplio repertorio en el que se maneja tienen cabida, aparte de las interpretaciones, diversas anécdotas que siempre son bienvenidas, ya que no está nada mal conocer algunos aspectos que pueden ser desconocidos y que por ende, pueden ser de gran ayuda para comprender los porqués de algunas canciones, algunos movimientos u otros particulares. Y aun habiendo asistido a varios de sus shows, algo nuevo se puede aprender. Eso nos sucedió en el adelantado comienzo. Eso nos sucedió con una canción de una banda llamada Kaleo. Nos sorprendió “I Can’t Go On Without You”. En directo, por el desconocimiento, y una vez explorada su apuesta musical, por eso mismo y porque tiene un buen número de adeptos. La adaptación gustó mucho, recibiendo los primeros aplausos y las primeras muestras de aprobación que fueron tónica habitual de un dinámico concierto. Por otra parte, como suelen ser. Como debería ser. Que se escuche rock and roll y no se escuche a las cotorras. Que se aplauda al artista y no se tenga que llamar la atención a las cotorras. Que se coree cuando toque y no haya que callar a las cotorras cuando no debería tocar. Que los sentidos se orienten hacia el artista y no se apunte a las cotorras. Que se respete, y cuando se pide respeto, ser la primera persona en cumplir con ello. Porque un concierto de rock and roll, al margen de ser un momento de animado relax, es un momento para mostrar respeto y disfrutar.

Procuramos evitar estos rifirrafes que en realidad poca atención merecen, porque a nadie conviene y son una batalla perdida de antemano. Procuramos ceñirnos a cómo ha sonado una banda, cómo se ha desarrollado el concierto y tratar de resaltar los puntos positivos, ya que vamos en busca de ello, y en un altísimo porcentaje, con eso volvemos a casa. Como ayer. A pesar de los pesares, y pese a que tuvimos que levantar el campamento después de una sublime “Midnight Rider” de los Allman Brothers que marcaba en el cronómetro las dos horas de oficio. Debíamos marchar cual Cenicienta antes de la finalización, y algún confidente nos ha soplado que se extendió unos cincuenta minutos más, lo cual le sitúa en los puestos honoríficos del Coppola en cuanto a duración y habla del compromiso del getxotarra. Hasta ese instante de partida pudimos disfrutar con la desenvoltura de William en estos fregaos. Su voz rompía el cristal o calmaba las aguas con delicadeza, con garbo deslizaba el slide, utilizaba con sentimiento el fingerpicking, enmudecía a propios y extraños en algunas fases de escalofrío y los entreactos fueron empleados para las magistrales lecciones sobre el blues y el rock que tan bien narra y para un cambio de cuerda que se saltó el guion. Conocimos las interioridades de “Sexual Healing” de Marvin Gaye que también interpreta Ben Harper, de quien es fiel seguidor y antes tomara prestada una “Alone” que venía como anillo al dedo por el título y el contexto, los entresijos de “Dream On” de Aerosmith, y hubo gloriosos deja vus como “I Put A Spell On You”, canción de Screamin’ Jay Hawkins popularizada años más tarde por la Creedence, por ejemplo. No podían faltar los Stones (“Paint In Black”), los Beatles (“Eleanor Rigby”), la historia de ida y vuelta del blues, “Got My Mojo Workin” de Muddy Waters que puso a prueba las gargantas de la asistencia ni el blues del polidáctilo Hound Dog Taylor “Give Me Back My Wig”, un título que nos viene de perlas para cerrar este breve resumen de una nueva cita con William Gutiérrez, otro bluesman nacido a orillas de la ría.