Los integrantes de The Bo Derek’s tuvieron un veintiuno movidito porque, a pesar de los pesares y al margen de este disco que disfrutamos, abandonamos desconociendo la razón del descortés abandono y de nuevo volvemos a disfrutar, publicaron con sus respectivas bandas paralelas, o sea, el señor Óscar Avendaño junto a Reposado y los hermanos Jorge Lorre y Rufus “El Guarro” con The Wavy Gravies. Tres formaciones y tres discos vinculados entre sí por esta gran Torre de Babel atiborrada de teoremas, métodos, tendencias, equipajes incluso idiomas que obedecen a un mismo lenguaje, precisamente el que estos gallegos utilizan en un repertorio pleno de energía y actividad. Rock & Roll sin costuras, rock and roll a todo trapo, rock’n’roll a pleno pulmón. Poco espacio (aunque haya puntuales acercamientos), para el acaramelado romanticismo podemos encontrar en su candidatura, mientras el sarcasmo y el nervio preciso para mover el esqueleto son sus inconfundibles credenciales. Rock ‘n’ roll sin máscaras (vaya, igual no es el término más apropiado, o quizá sí, visto el enunciado), irreverente, ocurrente, espontáneo, intrépido y libertino rock n’ roll generador de tantas pasiones como fórmulas existen en el planeta o grafías puede adoptar.
Y el desarrollo de este segundo manual de comportamiento es una declaración inequívoca de sus virtudes y sus reverencias hacia ilustres como los Rolling Stones, los Ramones, los Hellacopters, los Supersuckers , los New Bomb Turks (presentes en “Recuerdos del Paraíso”), los fundamentales Mermelada, que también hay referentes a este lado de los Pirineos y no es cuestión de obviar su valor, Bo Diddley, Howlin’ Wolf (perceptibles estos), o Roy Loney, de quien toman prestada aumentando en revoluciones una “Don’t Believe Those Lies” que atronadora se revela, por cierto. Es indudable que el terceto, como cualquier otro conjunto, se nutre de una serie de nociones y naturalezas convenientemente dispuestas para elaborar su propia historieta, y si en su elocuente estreno (“10”) o en sus desbordantes, participativos y sonados oficios ya habían brindado serias muestras de su casta, “Inféctame, Baby!” tiene suficientes valores como para sospechar más días soleados. Porque el elepé es luminoso, aunque algunas de sus canciones asuman lunáticas apariencias o tarareen bajo estrellados firmamentos, caso de “Más rápido que Tú”, “Humo” o “El Rey de la Ciudad”, cuyo denominador común, aparte de sus pertinentes y hasta divergentes reflexiones, radica en sus animadas cadencias equidistantes al boggie o al rhytm and blues, si bien las intenciones de sus autores pueden diferir de las nuestras, of course.
Posiblemente no pillemos muchas de las alegorías apuntadas en “Inféctame, Baby!”, que las hay, no atinemos en captar la perspicacia gramatical o la ironía verbal, que las hay también, conjeturemos con demasiada ligereza, que habitualmente lo hacemos, o nos guiemos por cuestiones inexplicables, que eso inexplicable es. Ahora, razonable y comprensible es que The Bo Derek’s, sea cual sea el porqué, vayan obteniendo el beneplácito de la concurrencia. Son perros viejos y saben dar con la tecla. Conocen el percal e ingenian pícaras composiciones que repasan el entuerto vigente aún (“Voy a reventar”) y arremeten con sensuales melodías que se clavan en el cuerpo y se expanden en el cerebelo por su bullicioso carácter (“Tirao”). Recurren a la premura y al frenético compás (“En el Wáter de Señoras”) que origina el bullicio colectivo, demuestran criterio a la hora de sugestionar con eficacia y swing (“Más rápido que Tú”) y colocan un acúfeno gigantesco en los pabellones auditivos de la muchedumbre cuando “Sasha Shulgin (no hace Prisioneros)” insta a subir el volumen y actuar con ímpetu sea cual sea el día de la semana.
Hoy, por ejemplo, la sensación es que sábado es. No porque el calendario nos diga que a continuación sea domingo o porque el anterior viernes fuera, sino porque sintiendo las excitantes invocaciones de “Como un Herpes” quedamos atrapados en su estimulante tela de araña. Porque “Godzilla vs Kong” provoca embestidas, reparte patadas al aire a diestro y siniestro, somete con sus turbulencias y en su interior guarda algún que otro secreto que aún no hemos logrado descifrar. Porque “Hey Bo Derek!” era la entrada a un viejo guateque de medianoche y porque “Metido en un Maletero” (cedida por Artemio Pérez) es la pizpireta despedida en la que todo dios brazos arriba interviene al amanecer una vez desenchufada la red eléctrica. Porque la adquisición de este disco se nos antoja imperiosa por su alcance, por su vitaminado componente y porque las imágenes, si bien su posterior tratamiento corresponde a Rubén Suárez, son obra de Sugar Velasco, una asidua de las primeras filas, los concurridos fandangos y las rabiosas funciones que suele fotografiar, captando en esta ocasión la esencia del hombre trajeado de blanco, el acaracolado de negro y el fornido tamborilero. Tres sujetos de refinada estética y exquisito apego por los sonidos aristocráticos acostumbrados a compartir su patrimonio con anónimos y coetáneos, a compartir felicidad. Si quieres sentir parte de esas emociones, hazte un favor y pincha “Inféctame, Baby!” de The Bo Derek’s. Disfrutarás.