Uno de tantos discos que nos causara una muy grata impresión durante el pasado veintiuno fue sin duda “La Liturgia Eléctrica” del jienense Antonio Hernando, un bohemio que entre colaboraciones e identidades varias se enfrentaba, si no estamos equivocados, a su octavo ensayo artístico en unos pocos años más. Podríamos decir que, visto el alto grado de satisfacción y la coincidencia de la gente calificando el susodicho entre los favoritos del año en unas cuantas publicaciones, era una opinión generalizada, así que no vamos a descubrir la penicilina a estas alturas, pero no es menos cierto que siempre quedará un pequeño resquicio donde nos podamos colar obteniendo algún provecho. Llegamos tarde, lo sabemos, pero lo intentaremos. En este tiempo de trayecto, el caballero se ha empleado a fondo alternando incursiones en países limítrofes o en zonas periféricas gracias a una alquimia sonora a la que añade diferentes componentes como… Bueno, para ser sinceros, no vamos a impresionar añadiendo a cascoporro nombres recurrentes que todos tenemos en mente y pertenecen al olimpo del rock’n’roll, individuos que comparten estanterías en hogares de Jaén, Ámsterdam, Liverpool o Cincinnati o formaciones que comparten omnipresencias celestiales.
El rock’n’roll es selecto y selectivo en ocasiones, el rock’n’roll es heterogéneo y mestizo. Y entre ese mestizaje de influjos, umbrales y perspectivas encontramos este manual de comportamiento de un bardo contemporáneo que se nutre de doctrinas y predicadores no solo del campo musical, sino del mundo literario y cultural en su conjunto. Una ávida esponja que aglutina todas esas nociones en “La Liturgia Eléctrica”, un concienzudo disco plagado de factibles espejos, sí, pero no por ello deja de ser un disco de marca registrada. A las primeras de cambio atrapa con las distorsiones guitarreras, el hechizo lunar y la inercia de un ferrocarril en “La Noche Oscura”, a continuación muda de piel cual reptil adoptando hechuras más sensuales en “Perdido” y espeta sin rubor alguno un tratado de credos y criterios intensamente armonizado, ambientado en una actualidad voluble y hasta capciosa llamado “El Aguacero”. Por ahí van muchas de las directrices de esta misteriosa liturgia. Por ahí se mueven las siluetas de esta romería eléctrica que guarda también espacio para la uniforme sincronía de los vientos carnavaleros de “Santos y Sicarios” que sugestionan tanto como el carácter soul de “Como los demás”. Todo cuaja. El templado sonsonete, el adecuado mensaje, la efectiva guitarra, los cálidos armonios, los carismáticos metales, las no menos carismáticas ayudas corales de Meri Moon, Laura Chicón y Aurora García…
Aparte de las tres vocalistas participan en el experimento Miguel Herrero, un hombre para todo que aporta vientos, guitarras, ritmos, teclados diversos, percusiones y se encarga de la producción, el propio Antonio Hernando como voz principal y cooperante con guitarras y armónica más Dani Herrero, que interviene con su saxofón en el vicioso y contagioso rockanrol “Meri Moon” o en “Entre el Polvo y mi Ataúd”, arreglo pastoral donde el andaluz desnuda el alma vagando entre nubes de algodón y profundas aguas. Como el resto del elepé es plural, no se ajusta a un único modelo y suscitará todo tipo de veredictos. Tierno y rabioso, por ejemplo. Barroco o underground, entusiasmado o inconformista como se advierte en las primeras estrofas del ritmo fronterizo “Elvis ha abandonado el Edificio” que nos podría situar en no pocos territorios del continente americano, pero uno se acuerda de gente más cercana cuando escucha sus aullidos y sus silencios, lo cual no significa que los mencionemos, porque he de admitir que no somos muy amigos de recurrir a terceros en estas faenas. Vuelve a resaltar la armónica de Hernando en “A la manera de Arturo Bandini”, otro incandescente compás que esconde ángulos en las cuatro paredes de la canción, y en “Bye, Doctor” (evidente homenaje, tanto en su enunciado como en su pícara comitiva o por el acento utilizado), recurre a la cultura cajún y a sus animadas calles donde la gente se explaya y se entrega con fervor a Don Carnal, mientras Doña Cuaresma saluda con cautela en el prólogo de “El triunfo del Predicador”, un último adagio que brama, zarandea cuerpo y mente e insta a no perder el norte. ¡Despierta! Que indica e indica sin cesar. Nosotros aconsejamos escuchar “La Liturgia Eléctrica” del jienense Antonio Hernando.
[…] propios un sinfín de parabienes y elogios. En su día ya hablamos de él en estas páginas (aquí tienes la reseña) y teníamos claro que algún día deberíamos hablar con él porque intuíamos que sería una […]
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