Sábado 10 de octubre de 2020 en Sala Santana 27, Bilbao
Siete meses llevamos dando la paliza con la misma historia, maldiciendo en arameo, mascullando sobre el de enfrente, criticando a la clase política y a algunos dirigentes, echando pestes sobre aquellos que pensamos están equivocados y señalando con el dedo, cosa que es de mala educación, por cierto. No se señala, que nos decían nuestras madres, al igual que no se tira la comida y una larga lista de lecciones, enseñanzas o sencillos toques. Caso omiso. Nada que hacer. Seguimos igual o peor, cabreados y metidos hasta el cuello en este barrizal del que pocas señales de escapatoria podemos adivinar y que tiene comida la moral a demasiada gente de todo origen, ideología o componente social. Demasiadas consecuencias. Una de ellas, el rock, cómo no. No se trata de ser frívolo o de obviar cuestiones más trascendentales, pero el mundo del rock sufre un profundo colapso en su sistema cardio respiratorio. Hasta hoy sus mayores dolencias se centraban en las vicisitudes propias de los tiempos y en sus circunstanciales crisis, en componendas y trapicheos de los mandamases de las discográficas, en los dividendos y endiosamientos, en novedades presentadas como panaceas, en los cambios de ciclos, soportes o estrategias. Aunque gran parte de los aficionados seamos hippies, punkies, underground o profundamente asépticos a todo este revoltijo de números y contubernios, este tinglao se nutre de canciones, y las canciones se componen para ser escuchadas y conseguir la avenencia de la gente, para bailar, atraer o cantar al unísono. Habrá quien prefiera formar parte de la escena local o a quien le apetezca traspasar fronteras, quien se conforme con unas ventas moderadas o quien desee vender, a quien le sea suficiente una porción de una tarta o quien no haga ascos a endulzar el gaznate con merengue, chocolate, frutas, cremas o nata.

Está siendo muy difícil, no hay duda. Está resultando una época aciaga en todos los sentidos y en todos los campos, pero nuestro interés se centra en el jodido rock ‘n’ roll, que es el quid de la cuestión. De esta disertación. En la previa al segundo fin de semana de octubre en la sala Santana 27 de Bilbao ya dijimos que los programas se vieron afectados por cambios de ubicación en la propia sala (recordamos que en el recinto hay una serie de apartados válidos dependiendo de las necesidades) y otros de reestructuración, ya que las trabas para organizar actividades de este tipo son constantes, aparte que sigue habiendo un número importante de garitos, locales, salas de conciertos, discopubs o tablaos que siguen su particular y espinoso viacrucis, lo cual es un quebradero de cabeza para el conjunto de profesionales que componen un sector que suponía un 3,8 del PIB y se estima reunía unos 700.000 trabajadores que evidentemente y lamentablemente ha descendido. Que sí, que lo hemos repetido hasta la saciedad. Que sí, que las empresas del metal están en una situación similar, la industria textil tres cuartos de lo mismo, el turismo está en números rojos y la precariedad aumenta. Pero un pueblo sin alicientes es un pueblo apagado. Y esos alicientes, por muchos inconvenientes y muchos obstáculos que se interpongan en el camino, los hallamos en funciones de rock ‘n’ roll. ¿Qué en la coyuntura actual toca permanecer distanciados y sentados? Pues, respetando todas las voces discordantes sobre este nuevo imperativo, nos sentamos, como lo hicimos en su momento con Nirvana, Neil Young o Frank Zappa en el viejo Pabellón de la Casilla de Bilbao o en tantas otras en plazas de toros o estadios de fútbol. Cierto es que los conciertos de rock ‘n’ roll entrañan algo más que una mera reunión. Son un vínculo, un sentimiento especial, un fogueo, un equilibrio emocional y un desequilibrio temporal que en cierta manera nos mantiene vivos y un poco cuerdos. Y en estos delicados períodos, nos toca asistir de esta guisa. Nos toca estar sentados en butacas, lo cual no implica permanecer inmóviles.

Eso es prácticamente imposible con The Daltonics, Aitor Ochoa & Mad Mule y The Northagirres, tres formaciones de buena disposición y buenos argumentos en las distancias cortas. Dos vascas y una cántabra, el recurso que nos va a acompañar en unos meses, porque a nadie se le escapa que las visitas internacionales deberán esperar. De todas maneras, no es algo que personalmente nos produzca congoja, puesto que en la actualidad hay buenos (muy buenos) exponentes del rock hispánico, y llevamos años defendiendo este circuito de norte a sur, de oriente a poniente. En cuanto a la terna del sábado pasado, podríamos decir que en sus proyectos, aun manteniendo similitudes, configuran las propuestas a partir de diferentes coordenadas. Las dos bandas vascas, The Daltonics y The Northagirres defienden a ultranza postulados británicos y los cántabros, o sea, Aitor Ochoa & Mad Mule se sumergen de lleno en las profundidades australes o americanas, lo que se podía convertir en una buena oferta para paliar este despropósito. Sin embargo… no siempre llueve a gusto de todos, qué le vamos a hacer. La oferta era atractiva, se hubo de cambiar tres días antes de la celebración al espacio central por cuestiones burocráticas, lo cual favorecía el seguimiento del concierto, por parte de la propia sala y Undercover Producciones (equipo organizador) se aseguraban las medidas protocolarias, nos dieron toda serie de facilidades para obtener imágenes y sin embargo… malos tiempos para el rock ‘n’ roll. Sabíamos que nuestro enfoque debía obedecer otros parámetros, puesto que vivimos otras realidades. Entendíamos que la gente que se esfuerza programando, la gente que abre la persiana y pone todo de su parte para que el rollo continúe, la gente que disfruta encima de un escenario y se la trae al pairo que la peña esté pegando brincos o, como es el caso, enmascarada guardando su metro cuadrado, necesita apoyo y solidaridad.

Por lo tanto, hoy nos permitimos la licencia de narrar sensaciones globales, no momentos puntuales, que los hubo y reseñables, por supuesto. Hubo sarcasmo con los daltónicos, hubo luminosa oscuridad con los santanderinos y hubo arrebatos de fanatismo con los gipuzkoanos, que cumplieron en los tres casos, salvo nimias alteraciones, con los horarios establecidos, lo cual es digno de reseñar aunque todos supiéramos que en estos días el cierre de estos recintos guarda una escrupulosa puntualidad. Y si la memoria no nos falla unos y otros se acordaron del masacrado sector cultural y se enfundaron un invisible chaleco antibalas manifestando su absoluta garantía de resistencia y disconformidad con las administraciones. Hubo parranda aun en estas condiciones, hubo instantes sentimentales, hubo medidas melodías y armonías desgarradoras. Hubo rebeldía, pasión y poesía, que al fin y al cabo son pilares fundamentales del rock ‘n’ roll. Hubo aplausos, abrazos (sí, los hubo, aunque fueran ficticios), suspiros y quebrantos, otras de las muchas cualidades de este conglomerado que no conoce fronteras y por lo tanto, es un lenguaje universal. Hubo luces y mucho humo que en ocasiones impedía distinguir a los protagonistas, y ya que estábamos casi maniatados en nuestras trincheras, pues se habría agradecido menor humareda. Nada que replicar, no piense usted que es alguna objeción a los técnicos de iluminación; los encargados de sonorización estuvieron más acertados. Un detalle más, puesto que hemos aclarado que por esta ocasión no nos ceñiremos al guion utilizado. El objetivo de nuestros escritos es sencillo: tratar de reproducir el espíritu de lo vivido, enumerar las emociones, nombrar alguna de las canciones y a ser posible, documentar los ejercicios con alguna imagen que tape nuestras carencias. Hay veces que lo logramos y otras nos quedamos en el intento, pero siempre lo hacemos bajo nuestra propia independencia, un designio semejante al esgrimido por The Daltonics, Aitor Ochoa & Mad Mule y The Northagirres, tres bandas que ofrecieron un buen concierto dividido en otras tantas performances llenas de cólera, oficio y consistencia. Un concierto lleno de detalles y razones, recovecos y pormenores. Sí, pero cuáles, que se estará preguntando usted. Tendría fácil solución, sería sencillo mencionar títulos y aportar datos, precisamente eso que nos está torturando en la actualidad. Los datos. Las praxis de unos, las zancadillas de otros, las hipótesis de unos y las explicaciones de todos. Un dato: el rock ‘n’ roll no se extinguirá.