Cuarto trabajo del cuarteto cántabro (perdón, ahora son cinco) titulado “IV”, si bien su enunciación no es numérica sino gramatical. O sea, ‘iv’ en vez de cuatro. Al menos ese es el razonamiento ofrecido por el conjunto, y si ellos lo dicen, nada que objetar. Al fin y al cabo son los autores del álbum y al margen de conjeturas desde el exterior, quienes conocen su significado, que dicho sea de paso, podría tener una trascendencia mayor a la simple publicación de un nuevo elepé. Era un desafío, una cuestión de honor y orgullo personal, porque cuando cogieron los bártulos y se mudaron a Madrid para continuar allí con su carrera, fueron víctimas de un hecho que desafortunadamente abunda en demasía y encabrona al más paciente: el hurto. Inmisericorde y miserable en este caso, pues los amigos de lo ajeno se apropiaron ilegalmente del portátil donde archivaban las grabaciones y el material dispuesto para este disco, lo que supuso postergar el proyecto para más adelante y cambiar el chip. Dada su voracidad creativa, tenían una serie de ideas para una próxima contingencia, así que ¡manos a la obra! En febrero del año pasado aparece ese ya conocido, notable y bruñido tercer lanzamiento donde afianzaban su fecundo mestizaje musical, y hace apenas diez días, vio la luz el disco perdido de Los Estanques, “IV”.
Quienes conozcan el modus operandi de la banda pueden estar tranquilos, pues los chicos continúan con su original miscelánea de elementos sonoros y su retórica irónica y disoluta. Quienes, por otra parte desconozcan la existencia de la banda o no estén muy familiarizados con sus invenciones, pueden descubrir una rara avis del panorama nacional, pues su extraordinario potaje conceptual les proporciona la bien ganada fama de incombustible/insólita/interesante formación. De similares características hay alguna más, pero Íñigo Bregel, Fernando Bolado, Germán Herrero y Andrea Conti (recientemente se ha unido el bajista Dani Pozo) ya nos sedujeron en un pasado reciente con el simbólico caleidoscopio armónico de unos chavales que, con insultante desparpajo organizaban atrevidas bacanales donde eras fácilmente abducido por esotéricas figuras, orondas percepciones y elocuentes ecos de cualquier naturaleza que puedas imaginar, resucitando abecés de épocas pasadas actualizándolas al siglo XXI.
Desde los albores de “No Hay Vuelta Atrás” hasta los ocasos de “Reunión” su laboratorio sigue produciendo vitaminadas fórmulas para menear el bullarengue como sucede en “Flor de Limón”, arrebato rumbero donde unas bulliciosas trompetas delatan el puntillo de ingenio de unos muchachos que a continuación cambian de estrategia con “Juan el Largo”, perspicaz pacto entre la acústica y la electricidad guiados por una pegadiza línea de bajo. Resulta curioso y hasta tiene su encanto advertir la clarividencia astral de “Clavos de Papel” mientras en “La Aguja” vuelven a pisar el acelerador con el carismático empuje del groove, “Soy español, pero tengo un Kebab” es una psicodélica espiral cuyo cigüeñal es el tántrico sitar y “Comunión” es diferente, es una vía de escapatoria, es inexplicable quizás. Los resplandores setenteros vuelven con “Emilio el Busagre”, se mantienen en “Mr. Clack”, con chispa y autoridad transportan al intuitivo edén “Nací Santo” y desde allí los coros y las libidinosas agrupaciones entonarán al unísono las coplas de “Rey del Ajuar”. Antes del ya comentado título final, los inspiradores espacios hacen acto de presencia en “Rosario”, composición de proporcionados tintes melódicos donde el pulso de la lírica descubre sin dilación el desenlace. La creación del cosmos, la “Reunión”.