Sábado 4 de julio de 2020 en Bilborock, Bilbao
La vuelta al curso es la vuelta a una rutina no siempre bien recibida, aunque traiga consigo esperados reencuentros y fortuitas sorpresas. Para esa vuelta al curso no siempre se llevan los deberes hechos, sin embargo esta vuelta (nuestra vuelta) al curso fue una auténtica maravilla, puesto que concurrimos en uno de los frecuentados ateneos con viejos compañeros donde fuimos informados adecuadamente por los trabajadores para que ese acto de bienvenida fuera sobre ruedas. Los oficiantes estuvieron a la altura de las circunstancias, brindando una satisfactoria acogida seguida con atención y entusiasmo por unos asistentes que, dicho sea de paso, se comportaron de manera ejemplar respetando las normas impuestas. Las nuevas normas impedían brincar, pero el suelo retumbaba. Las nuevas normas cortaban las euforias, pero el empuje del personal era notorio. Las nuevas normas demandan el compromiso de la peña, y en Bilborock la peña se comprometió a permanecer en su asiento, pero nadie le imposibilitaba mover los brazos, corear o animar. Las nuevas normas instan a seguir una serie de pautas de limpieza, higiene y solidaridad con los demás, y aun resultando incómoda y molesta la mascareta de marras, todos formales, obedientes y pendientes de Entropía, Wreck Totem y Wicked Wizzard, una llamada para la que estábamos citados en el mes de marzo, pero por estas cosas de cuarentenas, reclutamientos, posibilidades y condicionantes pudimos disfrutar el pasado sábado noche.

Para el retorno, nada mejor que Bilborock, una antigua sede religiosa restaurada como santuario de nuevos credos y doctrinas varias. Nada mejor que restablecer el pacto con el diablo y abstraerse con el férreo rock’n’roll. Nada mejor que olvidar la era streaming retomando la fogosidad del directo e intuir las nubladas islas británicas, las cálidas dunas americanas o las frías latitudes escandinavas establecidas, eso sí, en las frondosas arboledas e impetuosas costas vascas, pues Euskadi dispone de una apañada escena en cuanto a aguerridos sonidos y polifonías subterráneas. Como muestra, estas tres formaciones de esperanzador porvenir que repescaron la convocatoria ya planeada y obsequiaron a la concurrencia con sus estupendos teoremas. Como era de esperar, la puntualidad fue la tónica de la velada, y los gasteiztarras Entropía abordaron con decisión su participación condensando su amplia variedad de progresiones y espacios psicodélicos en un currado show pese a la limitación horaria y el inusitado contexto de aplacada uniformidad. Tal vez el tramo instrumental de “Invisible” fuera (personalmente) el más complejo de asimilar dado el contexto, pero las piruetas experimentales y los cambios de cadencia (“El hombre que plantaba flores en la luna” o “Prisionera de la expresión”) que caracterizan al cuarteto fueron alentados y hasta recibidos con momentáneas muestras de excitación. Si los minutos pasan rápido, buena señal, y el tiempo procedió cual chasquido de dedos para unos chavales que, aun habiendo visitado el botxo anteriormente, no habíamos podido corresponder. Desconocemos cómo se mostrarán en situaciones donde la posibilidad de desenvoltura escénica sea mayor, pero lo descubriremos, ya que las expectativas se cumplieron y disfrutamos a pesar de la desazón por seguir un concierto de rock’n’roll desde una butaca, si bien algunos de estas características ya hemos tenido la oportunidad de presenciar.

Probablemente íbamos predispuestos a ello, como la inmensa mayoría de los asistentes, pues los tickets del evento volaron en cuestión de minutos en las dos ocasiones en las que se pudieron adquirir on-line. Para ser exactos eran invitaciones nominales, pero eran una centena y habrían volado de la cualquier manera dadas las ganas del personal, por la pujanza de las bandas y porque como ya hemos dicho, se trataba de un evento programado para el mes de marzo donde estaba confirmada además la presencia de Wreck Totem. Teníamos interés por el trío bizkaino, a quien seguimos confidencialmente, pero por motivos del azar tampoco habíamos podido ver en directo. Craso error, sí. Imperdonable también, pero la vida es así, qué le vamos a hacer. Nunca es tarde si la dicha es buena, y este encuentro fue muy dichoso, aunque el inicio de “Hyde And Sick” fuera un tanto comprometido porque la guitarra de Moisés no carburaba, sin embargo el inconveniente se pudo solventar y… Los tíos demostraron talante y talento, términos que no siempre van de la mano. Los tíos demostraron confianza y empeño introduciendo al público en su estimulante esfera. Los tíos brillaron por el descaro de un repertorio que gravitaría en torno a “A Curse For The Living”, reciente álbum y canción que por supuesto interpretaron logrando el unánime aplauso de los allí presentes y una balsámica tiritona en su tramo final. Los tíos invocaron a la oscuridad con la luminosidad de profundos conjuros y un ritmo que no decayó. Los tíos reivindicaron su consistencia alcanzando, por ejemplo, la perspicacia en “Dr. Smash”, el beneplácito general con “Vincent Hangman”, o vinculando la armonía del silencio con “Soul Searcher”, despedida de una intervención lastrada por ese dubitativo comienzo, pero bien resuelta por una guitarra orgullosa, un bajo fuzzdamental, timbales y platillos siderales, mucho temperamento y unos alucinógenos desarrollos que podrían remitir a hábitats de coyotes, chacales o escorpiones, pero son oriundos de húmedos territorios. Pertenecen a Wreck Totem.

Una de las dádivas y recompensas obtenidas al lograr el galardón del concurso internacional Villa de Bilbao es esta celebración que finalmente, tras una larga espera, pudimos saborear. Las cancelaciones han sido una lástima, siguen siendo una lástima y el pasado, por muchas vueltas que demos a su alrededor, no se puede variar. Tal vez volveríamos, como en una circunferencia, al inicio. Ahora, podemos trabajar en provecho del futuro. Tampoco vamos a ahondar más en el asunto, porque aquí hay demasiadas variables que se nos escapan, hay demasiadas organizaciones afectadas, demasiados damnificados, demasiadas conjeturas y una única verdad. Aquí solo hay rock’n’roll, y teníamos una buena oportunidad para resarcirnos del desafortunado traspiés. Tras el ágil y obligado cambio de backline, Wicked Wizzard, que al igual que los anteriores, son de Bizkaia, componen un terceto, han estampado su trabajo, “Warlords Of The Dark Realm”, en Magic Box Musika de Mungia producidos por el señor James Morgan y se mueven por parecidas coordenadas sonoras. Conceptos semejantes, diferentes espejos. Sus buenos amigos los Totem se mueven más bien por zonas áridas mientras los Wizzard se decantan por las tinieblas sabbathicas, aunque su pluralidad de naturalezas es tal, que limitar su radio de acción tendencioso se barrunta. Al igual que el disco, la introducción es la ventisca creciente “Crypt” tras la cual irrumpe el carácter voluptuoso de “Give ‘Em Hell”, una absoluta locura que por mor de la situación no obtiene los pogos que se habrían dado con una aglomeración a escasos dos milímetros del escenario. No obstante, se perciben los aullidos de unos cuantos incondicionales y bastantes arrebatos cuando a continuación embisten con “Evil”, por lo que presumimos que el orden de las canciones podría seguir el ritmo del elepé. Así es. El sobresaliente resplandor “Master Of All” refuerza nuestra hipótesis y exige conexión, ya que a renglón seguido llegaría una de esas heterogéneas canciones dadas a exprimir el corazón con mimo y brío: “Blood”. Está visto que la juventud no está reñida con la pericia, y a pesar del tiempo de clausura no han perdido un ápice de energía manteniendo su identidad y los desafíos escénicos (desde una distancia moderada, eso sí) ente la pareja de vanguardia, así como las bravatas de retaguardia de Mikel, un hombre de largos y expeditivos brazos que modera con su(s) batuta(s) las acometidas de sus compañeros manteniendo el pulso con la cimera guitarra de Unai y las soberanas cuerdas, tanto vocales como instrumentales, de Iñigo. Algunas bases flotaron en el vacío (“Ancient Forest”), otras transiciones removerían sentidos (“Dark Realm”) o acallarían sectarios juicios (“The Barbarian”) y los vapores del onírico y humeante incienso (“Cosmogony”) fueron el cierre perfecto de una jornada sin fisuras y casi perfecta si omitimos ese machacón modismo que no deja de ser una venda en los ojos, ya que no es una situación normal por más que algunos se empeñen en normalizar lo anormal. Normal, habitual, cotidiano, usual… Rock’n’roll.