Neil Young: “Homegrown” | GR76


Cuando el contexto lo requiere, el cancionero del viejo Young resguarda y actúa como reconstituyente suministrando la gasolina necesaria para afrontar las duras etapas del recorrido, habiendo sido el reciente escenario proclive para reconquistar viejas prácticas aunque habitualmente escuchemos sus consejos, atendamos sus lecciones o hayamos estudiado con interés alguna de las biografías donde queda probada su calidad como músico, escritor e individuo. Es un hombre contestatario, de eso no hay duda. Un inconformista. Un mortal rebelde y bohemio, agudo e independiente, preocupado por un sinfín de contradicciones de la humanidad, lo cual valoramos, pues anteponemos las personas a los personajes, y Neil Young es todo un personaje, pero una persona comprometida.

Creemos que es un bien necesario, y cuando aparecen noticias sobre él o anuncios sobre nuevo material, escuchamos sirenas, distinguimos estrellas, rememoramos viejos episodios con la conciencia y nos aproximamos al filo del precipicio con prudencia, porque esa novedad, aunque pretérita sea, será recibida con la misma efusividad de cualquier otra aparición. Eso es precisamente lo sucedido en esta ocasión con “Homegrown”, que aun siendo de reciente edición, se trata de viejas composiciones escritas o grabadas en una época fructífera en la que firmara obras de la talla de “Harvest”, “On The Beach”, “Tonight’s The Night” o “Zuma”, con lo cual podemos deducir que el tratamiento semiacústico-intimista-austero-delicado-incisivo del canadiense podría ser el eje principal de este recuperado álbum que guarda en su interior bastantes claves (nunca enigmas), descriptivas de su carácter, pues las canciones de Neil Young tienen ese componente que tanto nos maravilla. Tienen duende, tienen savoir faire. Tienen empaque y rezuman sinceridad.  

En ese período de tres, cuatro o cinco años, la actividad de Neil Young contrastaba con una vida privada envuelta en una serie de enredos que le acarrearon otros tantos sinsabores, y en esta docena de canciones se distingue alguna de esas heridas que debió cicatrizar. Convulso período, inquietante como el monólogo “Florida”, un áspero relato hacia la mitad del disco de difícil descripción y fácil deducción, pues lleva tatuada la inequívoca rúbrica del señor Young y en cierta manera proyecta su esquiva conducta con la industria. Salvo ese fragmento, el esquema sigue los parámetros de los títulos ya mencionados, puesto que percibimos imágenes, sentimos brisas y encontramos esas similitudes utilizadas habitualmente con cierta frialdad, si bien en este aspecto podríamos considerar el ánimo del caballero como algo exclusivo. Su sello y marcada personalidad son incontestables, y el conjunto de esta producción contiene la distintiva melancolía que tal vez le ayudara a componer un longplay en tiempo de fragilidad personal.

Puede que tal vez esa fuera la razón fundamental para dejar aparcado el proyecto (con el transcurso de los años hemos sabido de la existencia de algunas composiciones en discos posteriores), y quizás también ese podría haber sido el motivo para resucitar el trabajo cuarenta y cinco años después. Los genios tienen estas singularidades, y Neil Young es un tipo que se distingue por nadar habitualmente contracorriente porfiando en su designio, pese a que este le pudiera ocasionar fobias o antipatías. Un tipo singular. Un ser temperamental que abre su corazón con “Separate Ways”, mira a su alrededor y vislumbra luces de esperanza en “Try”, viaja a “Mexico” provisto de un piano y un maletero lleno de clemencias, memorias y resbalones o sopla la armónica con picardía en una de las conocidas de la serie, “Love Is A Rose”.

Es un espíritu libre. Es uno de los últimos mohicanos, aunque estos no fueran originarios de los grandes lagos. Es un trabajador compulsivo y un compositor tenaz, lo cual podría ser lo mismo, pero diferente también. Es un hippie, uno de los tipos más respetados de la cultura universal y un insaciable activista, lo cual redunda en beneficio de una interesante compilación de sumarios e ilusiones forjados a fuego bajo la luz de la luna o en días de intensa lluvia. A orillas del mar, en cumbres nevadas, al calor de una chimenea o en largos viajes y plasmados en estudios, actuaciones, recopilatorios, colaborando con unos, acompañado por otros, en los sesenta, en la nueva centena… Y en esta nueva centena, “Homegrown”, una regresión que vista con la perspectiva del tiempo, podría no saciar el apetito de algunos. Este (circunstancial) hecho no debería borrar la carga emocional de un agujero negro finalmente disipado.

Deberíamos descifrar las incógnitas de su publicación, pese al tiempo transcurrido, para entender el funcionamiento de algo tan complejo como la psiquis de un genio, y durante décadas el señor Young ha demostrado un alto grado de astucia defendiendo (con socarronería de cuando en cuando) su libertad creativa, de modo que uno duda mucho de un supuesto interés comercial por su parte para lanzar este trabajo en el siglo XXI. ¿Y si fuera una muestra de agradecimiento a Emmylou Harris, Robbie Robertson o Levon Helm? ¿Y si fuera un sincero reconocimiento a Tim Drummond, Stan Szelest, Ben Keith o cada uno de los integrantes de este proyecto a caballo entre Tennessee, Londres y California? ¿Y si es aquel eslabón perdido necesario para comprender los entuertos? La respuesta, como dice la canción, deambula por el aire o los cielos de “Kansas”, surca las alturas con “Little Wing” sobre la “White Line”, está presta ante cualquier “Vacancy”, y perenne la hallarás en los diabólicos doce compases que en este caso corresponden a “We Don’t Smoke It No More”. El tiempo, la visión, los lamentos, las reverencias, los reencuentros y el viejo Young.

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