Después de dos años sin entrar en un estudio de grabación, nuestros primos de Seattle publicaban a principios de este mismo ejercicio nuevo material con el que dejan sellado el decenio. Sí, ya sabemos que hay posiciones encontradas en este sentido y podríamos comenzar a debatir sobre los inicios y términos de los años, décadas o siglos, pero sería un cambio de impresiones un tanto estéril, pues la división del tiempo es tan rigurosa como las normas ortográficas o una operación matemática. Hoy en día las discusiones de este pelaje deberían tener poca controversia, y para ello tenemos a golpe de click todo un mundo de sabiduría en la red. Además no es nuestro cometido. Nuestra misión hoy es hablar de GravelRoad (sin el seventysix) y su octavo larga duración titulado “Crooked Nation” donde cuentan con la colaboración de fenómenos como Dustin Arbuckle (“Got You On My Mind”) o Kellie Everett (“Downtown”, “Brown Treasure”), estableciendo nuevas constelaciones sonoras en su firmamento musical con la armónica y saxofón respectivamente. Hablando de sonidos, el cuarteto mantiene la fórmula mantenida contra viento y marea en sus anteriores trabajos, o sea, rock sin límites y acentuadas raíces aderezadas con voluminoso blues, vertiginosos slides, asombrosas siluetas y equilibrados perfiles defendidos a golpe de riñón en perentorias rutas americanas y varias visitas europeas aunque no hayan pasado los Pirineos aún. Quizás algún día… El caso es que estos tíos gozan de nuestro interés (aparte de la obviedad) por su recóndito voodoo, su amalgama de variantes nacidas todas ellas de los doce compases y una fortaleza conjunta de campanillas. Probablemente no inventen nada y su propuesta podría resultar familiar y hasta similar a otro buen número de bandas, pero los guitarristas y cantantes Kirby Newman y Stefan Zillioux más el bajista Joe Johnson y el baterista Martin Reinsel conforman una fascinante sociedad.
Seattle es ya de por sí una ciudad con carisma y pedrigrí. Ahí están sus raíces, su historia, un importante tejido industrial que no hace falta refrescar y una no menos importante escena que huelga mencionar. Ahí está su patrimonio, los nombres, y el alcance internacional de una generación sustancial, si bien es cierto que antes de la irrupción de las camisas de franela y la actitud beligerante de los noventa, la ciudad tenía una arraigada y variopinta cantera de músicos que ha servido de inspiración para generaciones posteriores. Con esas premisas y con esas fusiones nacieron en Seattle y alrededores un sinfín de bandas, y entre ellas, GravelRoad, quienes, con el correspondiente esfuerzo han conseguido sacar adelante su propio material y han podido colaborar con músicos de Mississippi como R.L. Burnside o T-Model Ford, con quien viajaron como acompañantes firmando juntos un par de elepés. En esta nueva tentativa, su música de altas temperaturas captura desde “Got Me Movin’”, una fundición siderúrgica a pleno rendimiento con el fuego que desprenden las ardientes y deslizantes guitarras más las constantes sacudidas del proceso de transformación de la acería, estimación válida también para la segunda de la serie, el single “Crooked Nation Blues”, canción que evidentemente sirviera para bautizar el disco y que refleja el carácter de unos muchachos manifiestamente enojados con Trump.
Llevamos un buen número de artistas hastiados con el individuo y su administración, pero esto fluctúa así. Esto es un megáfono. Esto es una necesaria válvula de escape. Esto es un gran vehículo de transmisión, y mientras haya espacio para el verbo y la exclamación, las protestas continuarán. Al margen de mensajes, recurren a los polvorientos ramales del rock y las húmedas periferias del blues manejándose perfectamente entre los sonidos terrenales de “Hey Hey Hey”, un torrente de cacofonías que desafían, previo al oasis pseudo punkarra “OC”, al vacío producido por las cautelas psicodélicas de una aventura interestelar de largo recorrido y fuertes emociones: “Cosmic Flowers”. La aproximación alucinógena del disco, la expansión del tiempo en un desarrollo que beneficia a la introspección e irremediablemente conduce al encuentro de los espíritus. Concreción y profundidad unidas en una secuencia que a continuación cambia de fisonomía. Percibimos sobriedad y actividad. Percibimos el ABC de unos tipos persistentes y nostálgicos, y percibimos la sensualidad de un saxo en el ocaso “Brown Treasure”. Percibimos en todo el álbum, cómo no, la impronta de un referente como Jack Endino, sin embargo sus distintivos rasgos enmudecen especialmente en los penúltimos capítulos “Come Back Baby” y sobretodo, “Whats In A Name”. Vestigios de la ciudad pacífica, el galimatías de una nación enredada.