Un año sin brincos, abrazos ni aplausos. Un año sin Azkena Rock | GR76


No deja de ser un sentimiento en estos últimos meses atribuible a un sinfín de contextos y a un sinfín de circunstancias, pero es una sensación muy extraña, para qué lo vamos a ocultar. La desilusión se viste de rutina y esa contrariedad absorbe nuestra energía. Llevamos un trimestre con esa pesada losa sobre los hombros, y la convulsa situación socio-político-económica ayuda más bien poco, siendo (al margen del colectivo sanitario y su titánico esfuerzo o la amarga pérdida de vidas) el curro y el sustento los grandes damnificados, lo cual nos lleva a una precaria realidad. Y esa triste realidad se ve reflejada, aparte de los alicaídos semblantes de la población, en un buen número de sectores que intentan mantener su subsistencia sobre un endeble y afilado alambre. Para todos los gustos, oiga: desde la industria textil a la automovilística, desde la cantidad de PYMES al mundo del turismo, desde prestigiosas firmas a autónomos emprendedores o desde el modesto comercio familiar hasta empresas constructoras. Pero en este caso nos referiremos al Azkena Rock Festival, una de tantas y tantas organizaciones que se han visto abocadas al momentáneo cerrojazo. La materia cultural sigue siendo una asignatura pendiente, y un año sin la celebración del certamen de Last Tour puede ser un duro examen. Un año sin pulseras, sin escenarios, sin ovaciones, carreras o descansos; un año en blanco sin fotos de recuerdo ni abrazos, un año sin rock frente a continuas oleadas de cabezas y brazos. Un año para almacenar esperanzas y, con mayor apetito si cabe, aguardar la siguiente edición para la que tenemos a buen recaudo los tickets y reservado el alojamiento.

Curiosamente, quien motivara nuestra asistencia allá por 2003, estará en la ansiada próxima reentré: el señor Iggy Pop. Desde entonces no hemos fallado a ninguna de las citas en Mendizabala, aunque algún año ha tenido su intríngulis y veíamos complicada nuestra presencia. La repetición vino motivada doce meses después principalmente por Mother Superior o por los añorados The Screaming Cheetah Wheelies, uno de esos instantes que anoche revivimos gracias a la transmisión de dicha actuación vía streaming en el apartado Azkena Rock Sofá Edition. Buff… Entre los más memorables y recordados se encuentra, pues la gente allí reunida contuvo la respiración, cerró los ojos, los abrió y sí. Eran ellos, y por ellos estaba la peña apiñada frente al segundo escenario de Mendizabala. Franceses, portugueses, catalanes, gallegos, castellanos, isleños, astures, andaluces, maños y de orígenes varios despedimos a los chicos con el festivo “Wo, Wo, Wo” coral de “Ride The Tide”, una secuencia que a día de hoy resuena cual eco espiritual cuando dirigimos los pasos hacia ese lugar. Posteriormente el reclamo de Gov’t Mule, Drive-By Truckers o Queens Of The Sone Age era un provocativo anzuelo tan difícil de eludir como la siguiente edición que nos prometía de nuevo el concurso de la Iguana y sus viejos compañeros The Stooges, New York Dolls, Pearl Jam… Por citar algunos, porque la relación de participantes no tiene parangón. Esa cuarta ocasión trajo consigo un cúmulo de satisfacciones y motivaciones para realizar ese trayecto anualmente, relegando la gente y el ambiente a las guitarras. Sí, es difícil explicarlo, difícil entenderlo, pero es así. Ese es uno de los grandes aciertos de este enclave acogedor y familiar. Indudablemente los nombres de quienes subirán a los escenarios tienen su capital importancia, y si el plantel no resulta atractivo, complicado que hagas el esfuerzo de viajar hasta Vitoria-Gasteiz, algo que por otra parte hacen muchos aficionados de otros tantos rincones. Sin embargo, este festival aglutina perfectamente estos condicionantes, atrayendo a un variopinto público que se puede equiparar al nivel de las bandas, la bandas están en un plano equivalente al esfuerzo de la empresa organizadora, y la organización, Last Tour, pese a las reclamaciones y/o discordias que en todo momento pueden surgir, mantiene una correcta relación con el público, lo cual conforma un perfecto triángulo de mutua necesidad. Cualquiera de sus aristas puede ser la base, y sobre esa sólida base se mantienen erguidas las aristas. Ese es el gran patrimonio de Azkena Rock Festival. Ese es su compromiso y su trabajo, donde entran sus aciertos, las discrepancias y los alientos.

Recordamos con nostalgia y codicia el bullicio, la diversión, y en nuestro caso los conciertos de rock. Necesitamos música en directo, necesitamos rock en grandes o reducidos espacios ya sean techados o a cielo abierto, y esos espacios necesitan público. Esos espacios necesitan pulmones para insuflar, necesitan caderas para bailar, ojos para ver, oídos para escuchar y corazones para sentir. Almas para animar y trabajadores que hagan posible todo esto, porque volvemos a recordar que en tinglaos como este, la labor de los profesionales que componen el staff (promotores, asistentes, artistas, managers, técnicos, productores, tramoyistas, contables, operarios de limpieza y mantenimiento, personal de asistencia sanitaria y seguridad, publicistas, camareras, cocineros, transportistas, comerciales, comerciantes, supervisores…) es prioritario, y el sector está, al igual que un buen porcentaje del tejido industrial, en una compleja encrucijada. Muchas otras organizaciones de semejantes características se distribuyen por la geografía y durante todo el año, y la mayoría tendrán un serio quebradero de cabeza. Algunas son más veteranas, otras tantas están evolucionando, gran parte de ellas cuentan con nuestro sincero apoyo y a otras hemos tenido la oportunidad de asistir, pero en nuestro interior hay un rinconcito exclusivo para el Azkena Rock, un certamen de propia identidad que ha ido creciendo con el paso de los años, si bien es cierto que todas sus ediciones han mantenido un alto listón, al menos para el que suscribe. Puedo entender las divergencias, comprendo las diferentes posturas y los cambios de pareceres. Entiendo que muchos fans han de hacer un gran(dísimo) esfuerzo (en muchos aspectos) para cruzar la entrada de Mendizabala y que es prácticamente imposible completar un cartel y una distribución que contente al cien por cien de los asistentes, pero… El espíritu Azkena está en su jerarquía, en sus oyentes y en sus oficiantes. El espíritu Azkena no corresponde a nadie en particular y pertenece a todas aquellas personas que han pisado o pisarán su asfalto, han estirado las piernas en su verde perímetro, han trabajado en su realización o actuado en alguno de sus armazones. El espíritu Azkena sobrevuela las áreas limítrofes de aparcamiento, su concurrida zona anexa de acampada, se nutre del calor de la entusiasta plaza de la Virgen Blanca e inunda la capital alavesa con lágrimas de emoción durante un par de frenéticas jornadas (el año que viene volvemos al trío). El espíritu Azkena no sabe de idiomas, porque su lenguaje es el rock and roll, conoce el significado de la palabra actitud, percibe el rugido de las guitarras. El rock es el porqué, la amistad es la razón y el espíritu Azkena es God, Respect & Love.

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