A pesar de nuestra inalterable opinión sobre la dama y sobre su talante, su empaque musical y las innumerables horas de felicidad que nos ha brindado a lo largo de su larga carrera, ciertos interrogantes nos asaltaban antes de escuchar su última entrega, pues algunas posturas encontradas generaban incertidumbre y en determinados casos dudabas si el ánimo de esas afirmaciones era crear un estéril debate. No se trata de ser condescendientes y sería muy aburrido si todos pensáramos igual o estuviéramos de acuerdo, pero tampoco deberíamos ser crueles, y a la hora de analizar, valorar o simplemente medir el trabajo de los demás hay gente que se retrata. Uno también, por supuesto, y posiblemente me deje influenciar por la querencia personal hacia ciertos autores. Lucinda Williams pertenece a ese grupo, y desde que frecuentamos este espacio, mucho más. Sin embargo creemos mantener la balanza equilibrada, y cuando nos parece oportuno ofrecer nuestro punto de vista y surgen las palabras adecuadas para acompañar nuestro razonamiento, nos ponemos a ello, aunque he de confesar que hablar sobre “Good Souls Better Angels” me ponía. Algo me impulsaba a ello, ya fuera por su iracundo proceder o su socarrona sensualidad, por la ansiedad de volver a escuchar sus plegarias en directo o por maldecir en arameo sabiendo que no podrá ser, porque hacía tiempo que no disfrutábamos de nuevo material de la señora o porque algo me decía que estas nuevas canciones serían fieles a su potencial.
Y sí, su idiosincrasia, su genio y su sosiego quedan patentes en cada suspiro del trabajo, ya sea en su inconfundible y melancólico tono de voz, en la construcción del memorándum, en la sugerente integridad apuntada, en el coraje, en el preciso aderezo y en el precioso blues que desprende esta docena de poesías sobre la euforia y el sufrimiento. Por cierto, fundamental blues en una trayectoria donde otros aspectos han trascendido para buena parte de la afición, sin embargo siempre ha escrito en sus guiones papeles principales para los diabólicos doce compases y este último lanzamiento no iba a ser menos. “Bad New Blues” podría ser el ejemplo más evidente dada su litigante temática y su explícito titular, pero no deberíamos desestimar la lujuriosa carga de “Pray The Devil Back To Hell”, donde podemos adivinar el embrujo de las calles de Lousiana y la crepitación que origina su intrigante tratamiento entre sensoriales convocatorias y fascinantes resonancias robustecidas por la diáfana presencia del violín y la radiación guitarrera del señor Stuart Mathis, quien se presume fundamental en un disco en cierta manera preparado para los aparejos de cuerda. Con ellos pescan a continuación entre “Shadows & Doubts”, sentimental encrucijada de una mujer culpable por involucrase hasta el tuétano en sus cartas de amor. Culpable por involucrar a sus compañeros con sus misivas y sus querellas. Culpable por comprometerse con causas justas y culpable por buscar la estabilidad creativa que la autonomía le podría facilitar. Buena prueba de ello, que este es el cuarto ejemplar editado por su propio sello discográfico donde colaboran su mano derecha, Tom Overby y Ray Kennedy, intentando recuperar tal vez la magia de una leyenda del 98. Esa misma que le otorgó laureles y distinciones. Esa misma que en cierta manera dirige nuestros pasos.
La decidida apertura del elepé (“You Can’t Rule Me”) comienza a modelar esos arquetipos referidos con un mensaje combativo arropado por las resbaladizas cuerdas y el frenético slide (¿o es al revés?) de la inconmensurable guitarra más el resplandeciente shuffle de la máquina locomotora tripulada por los señores David Sutton, atendiendo las cuatro cuerdas y Butch Norton, dosificando el volumen de leña con su mazas y baquetas. Impulsivos y desafiantes cambian de fisonomía en la mordaz “Man Without A Soul”, agradable melodía de ecos eclesiales para una pelotera en toda regla con (se supone) el ínclito inquilino de la Casa Blanca, un hombre bastante homenajeado últimamente por la gente del rock’n’roll.
Se percibe la rabia en la retórica de Lucinda, la guitarra exhibe su cólera y el atronador ritmo en el tramo final podría dirigirnos hacia otras latitudes o personalidades, pero no. Es la potente señora Williams que deja sin aliento en sus profundos teoremas y en románticos tratados como “Big Black Train”, ese racial tren antes mencionado que llega a una sosegada estación esperando el trasbordo y el encuentro con nuevos vagones que se suman al itinerario como “Wakin’ Up”, provocativo recitado de distorsiones tribales, ambientación underground y desértica escenificación. En el aspecto musical, la trayectoria de la veterana compositora ha estado identificada con las raíces americanas y los modelos sureños que la han proporcionado un buen número de nominaciones y galardones dentro del género así como innumerables seguidores repartidos por el planeta, sin embargo su discurso es tan notable como sus sinfonías. Sus letras son elegantes (“When The Way Gets Dark”) y sarcásticas (“Bone Of Contention”), incisivas (“Down Past The Bottom”), subversivas (“Big Rotator”) y consideradas como “Good Souls”, en prolongado adiós que de alguna manera ralentiza una cortés despedida transformada en hospitalidad gracias a la armonía que irradian sus versos y estrofas. Así es la lúcida Lucinda, y así es “Good Souls Better Angels”. Equilibrio para el alma, gasolina para el corazón.