Domingo 8 de marzo de 2020 en Crazy Horse, Bilbao

Las malas lenguas dicen que el rock no está en boga. Los agoreros aseguran que el blues pasó de moda, y tal vez podrían tener su parte de razón, aunque no somos de la misma opinión. Deberíamos entender que esto fluctúa por ciclos y deberíamos entender que las modas pasajeras son, aunque sigamos defendiendo que el rock en su amplio contexto es un dogma, no una cuestión temporal. Fuera como fuera, la edad le ha permitido a uno vivir algunos momentos de indecisión y de explosión, momentos de estancamiento y otros de plena actividad, pero el rock, el blues, el soul, el punk, el metal o cualquier disciplina que tendamos a encorsetar subjetivamente nos han acompañado durante estos años y nos han proporcionado felicidad. Tampoco vamos ahora a realizar ahora un estudio sociológico ni nada por el estilo, pero las dudas del presente son la prueba evidente de que la afición está bastante confundida. La proliferación de pomposos festivales contrasta con la programación de conciertos un tanto minoritarios en ocasiones y la venta y distribución de discos ha experimentado un vertiginoso descenso obligando al cambio de estrategias de una industria mermada en cuanto a creadores, producciones e ideas; las cadenas televisivas han enterrado su difusión simultáneamente a varias publicaciones venidas a menos mientras en el otro extremo gente ilusionada comienza una aventura personal en el mundo digital pero… En fin, el azote de la sociedad en otros muchos sectores, los viajes a ninguna parte y conversaciones de un reivindicativo día como el ocho de marzo que por motivos obvios quebrantamos por una vez. Habíamos sido citados por el bluesman aussie Ash Grunwald en Crazy Horse a la misma hora en la que se celebraría la concentración-marcha-manifestación del día de la mujer, y como no controlamos aún la técnica de desdoblamiento de moléculas…


Decidimos ir a un concierto que en principio no constaba en la hoja de ruta, pero la fortuna hizo que pudiéramos disfrutar. Por otra parte sabíamos de antemano que no se demoraría demasiado, pues esa misma noche debían actuar en Segovia, localidad un tanto distanciada del botxo, otro dato más a añadir y no eludir la circunstancia. Además su anterior visita recibió encomios y un buen porcentaje de espectadores aconsejaban no perder de vista tanto a Ash como a sus compañeros, que en honor al garito bilbaíno funcionaron cual caballo desbocado desde el instante en el que pusieron los pies sobre el cercado entarimado del local. Podríamos considerar como buena la asistencia. En torno a un centenar de personas comparecimos a la hora de un aperitivo que será de grato recuerdo para la mayoría, porque el público respondió enérgicamente a las peticiones del señor Grunwald ya fuera dando candela a las palmas (“Hammer”), verificando capacidad pulmonar (“Human”), exteriorizando enajenación transitoria (“Crazy”) y perturbación cutánea (“Nervous”) o mostrando entusiasmo durante los ochenta minutos de la apasionante actuación de un (recomendable) terceto completado por el larguiducho y risueño Fernandito Beaumont al bajo y Joel Purkess manejando los tiempos desde el centro, desde su nacarado set de percusión. Insistimos. Debían marchar a tierras castellanas con premura, así que no seamos puntillosos. Ochenta intensos minutos muy bien administrados, sin efectuar pulsos extravagantes e introduciendo al público en un sensorial bucle de complicado abandono, ya que el timbre vocal del austral instiga tanto como su habilidad con las seis cuerdas, unas veces blandiendo una azulada Gresth y otras azuzando el bottleneck en un dobro seductor que devino en noctámbula apelación cuando llegó el turno de “3AM”, envolvente composición que originó un sorprendente orfeón gospel enmascarado tras cordiales bilbainadas. En un par de ocasiones se reunió con la multitud en el centro de la sala, animando aún más a un enjambre que supo agradecer el pundonor de un tío de múltiples registros, un tío racial y un tío de buena disposición como lo demostrara posteriormente. El diabólico y hechicero blues es algo más que nostalgia, si bien los viejos bluesman y las pioneras blueswomen (papel trascendental por parte de ellas en su crecimiento y desarrollo) establecieron unas pautas donde no sólo el propio apelativo es una reflexión. Es una escuela y una facultad. Es un estado de ánimo, es tributo, rebeldía y una fuente inagotable de conmociones pese a que sus compases sean una docena. El domingo al mediodía estuvimos unos cuantos más en misa asintiendo con la cabeza las cuestiones contenidas en “Ain’t My Problem”, vibrando desde la apertura de “Mojo” hasta el premiado epílogo de “Money” hermanado con “Breakout”, sintiendo el exquisito voodoo del delta sin desviar la mirada a ese altar de amplis, micrófonos y pedales que respetamos tanto como las necesarias reivindicaciones. Son oxígeno y compromiso. Axiomas como el blues.
