Aforo completo en Bilbao para recibir a Kamchatka, Graveyard y Clutch | GR76


Sábado 14 de diciembre de 2019 en Sala Santana 27, Bilbao

Kamchatka

Cuando anunciaron el tour conjunto de Clutch, Graveyard y Kamchatka tuvimos una serie de sensaciones encontradas en cuestión de segundos. La primera y principal era que teníamos/debíamos acudir, pero en ese preciso instante el subconsciente nos advertía que esa decisión se demoraría por diversas circunstancias con el riesgo que ello conllevaba, pues era un anzuelo suficientemente sabroso como para eludir y la probabilidad de agotar el papel con antelación alarmaba. Podríamos enumerar otro rosario de razones que inmediatamente tenían su réplica, sin embargo había que resolver otros rompecabezas. Además, una vez confeccionada la ruta se incluye una fecha más en Madrid dado que la primera registra el sold out, y los nervios aumentan por no contar todavía con nuestro ansiado ticket para el concierto final en Bilbao. Afortunadamente adquirimos los billetes a escasos dos días y… ¿Cómo? ¿Todavía hay entradas? ¿Habrá arriesgado la peña tanto como nosotros? ¿La sala Santana presentará buena imagen? ¿Serán malas fechas (comidas, cenas, cuadrillas, empresas, familias, regalos…) para un sarao de esta envergadura? ¿Estarán los bolsillos con telarañas? Cuestiones habituales, dudas razonables y sensaciones agridulces al pillar las entradas a última hora. Argumentos que fueron núcleo de chácharas y diatribas a escasas veinticuatro horas con algún que otro confidente con quien nos encontramos también al día siguiente y… Todos teníamos parte de razón, pero he de admitir que me volví a equivocar. Que habría una buena entrada estaba dentro de lo esperado, pero ni por asomo imaginaba que el aforo se completara, apreciando desde primera hora la buena disposición de un púbico llegado de varios rincones. Vecinos de Cantabria, Gipuzkoa o Araba. Gente que voló desde Baleares, Francia o Alemania. Gallegos, riojanos, maños, astures, castellanos o algún saleroso andaluz. Gente de todo pelaje para despedir la gira de tres bandas con ciertas semejanzas y posturas variadas.

Graveyard

Aparte de la audiencia que petó la sala desde las postrimerías de la primera actuación, la puntualidad marcó la pauta de la velada. Rigurosidad en los comienzos y precisión en los desarrollos, pues cada una de las bandas respetó minuciosamente su horario, y conste que no es ninguna pataleta o crítica negativa, ni mucho menos. Todo lo contrario. Si habitualmente gruñimos con la impuntualidad, hemos de encomiar la rectitud con la misma efusividad con la que los suecos Kamchatka fueron aplaudidos. Pocos minutos hicieron falta para ello, ya que su aparición fue, aparte de cuasi fugaz, una estupenda introducción basada inconfundiblemente en los doce compases, pero a su vez dotada de varios ramales que engrandecen aún más la fuerte personalidad de este terceto que saludó a la concurrencia con “Rainbow Ridge”, mantuvo la tensión con “Blues Science, Pt. 2 Hoodoo Lightning” y se despidió (esta vez atinamos en nuestras predicciones) con “Hobo Ride”, canción perteneciente al segundo trabajo, tras diez años en el dique seco de King Hobo, interesantísimo proyecto de Thomas Andersson, Per Wiberg y Jean-Paul Gaster. Comienzo prometedor. En segundo lugar, sus compatriotas Graveyard, cuarteto que nos sedujo en sus primeros pasos y que al igual del resto de partenaires del día, hemos tenido la oportunidad de ver a lo largo de estos años. Seguramente la más vista de las tres. Tal vez ese fuera el motivo por el que nos pareció la actuación más floja, puede que la lúgubre iluminación contribuyera, quizás la sosegada compostura de Joakim, Jonathan y Truls mientras Oskar, pese a estar sentado desprende más energía, o quizás la advertencia de un amable trabajador (sin acritud, el tío caballeroso fue) al informarnos que estaba prohibido utilizar cámaras fotográficas sin la debida autorización. Solo portábamos una cámara compacta, pero si un tipo corpulento te sugiere abandonar la tarea y recomienda disfrutar del espectáculo… Ningún problema. A obedecer. Retrocedemos y desde la distancia vemos la conclusión de un set un tanto apático en el aspecto visual, porque canciones como “Unconfortably Numb” o “Hisingen Blues” obtienen el beneplácito de un amplio sector de público que corea enérgicamente los estribillos y alza sus brazos al aire, aunque la actitud escénica de los chicos siga siendo imperturbable y sus muestras de entusiasmo prácticamente inapreciables. Son parcos en palabras y misteriosos, son psicodélicos, son constantes, ásperos y firmes, siniestros y radiantes. Son Graveyard, unos tipos que entre indiferencias y aplausos se despiden con la melancólica magnitud de “The Siren”, una de esos emotivos obsequios convertido en canción.

Clutch

Faltaba la guinda del pastel. Faltaba Clutch, una formación que, tras un amplio número de elepés, de conciertos y de vueltas al mundo, ha logrado conseguir un destacado palmarés; se notaba en el ambiente que una amplia mayoría de asistentes estaba en el fregao para vibrar con las creaciones de los norteamericanos. Poca gente abandonaría su posición durante el cambio de backline y la sensación de atasco en los puestos de vanguardia acrecentaba aún más nuestra impaciencia, cuando de repente salen a escena comenzando el ritual con “Slow Hole To China”, la chispa que enciende el ánimo de una audiencia que no escatimaría esfuerzos a la hora de seguir los espasmódicos movimientos y peculiares aspavientos de Neil Fallon, los envites de Tim Sult, el aplomo de Dan Maines y la pegada de Jean-Paul Gaster. El tiempo se (nos) esfumó. El tiempo no concedió ninguna impugnación y de buen agrado habríamos aguantado una breve continuación, pero el oficio concluyó en un santiamén. Un akelarre de ochenta minutos regidos por estos cuatro jinetes que cabalgaron a una velocidad similar al volumen esgrimido y evidenciaron el porqué de sus credenciales repasando sus teoremas y demostrando su elevada categoría con “El Jefe Speaks”, “Worm Drink”, “Army Of Bono” o “How To Shake Hands”, donde el amigo Fallon solicitaba coléricamente la colaboración de los fieles (o infieles) sumidos en un profundo abismo. En ocasiones, un averno debido a la excesiva fosforescencia colorada. En otras, un espiritual cosmos (“Spirit Of ’76”) donde la capacidad interpretativa del caballero era relegada a un segundo plano por la destreza de su compañero Sult con las seis cuerdas. Tajantes. Rotundos. Flexibles e imprevisibles, pues un show de estos tíos puede llegar a ser único por su conocida práctica de cambiar el guión en función de las situaciones o sus propias sensaciones, pudiendo sentir la fuerza de primeras gestas como “Passive Restraints”, contemplar la sobriedad de “Struck Down” junto al señor Wiberg en los teclados y la elegancia de “(Eulogy For A) Ghost” junto al señor Andersson en una acústica que realzaría la ralea de las cuerdas antes de abandonar un escenario al que regresan para despedir en loor de multitudes con “Electric Worry”, un boogie que te pone a tono entonando a todo trapo el famoso “Vámonos, vámonos”. La sala era una olla a presión. La sala desprendía euforia y era una soberana celebración de blues elevado a la máxima potencia, de sabbathico rock’n’roll, de jadeos y júbilos, de atávicas soflamas e incisivos entreactos que concluyó de manera excepcional. Rindiendo culto a Creedence Clearwater Revival, profesando devoción por “Fortunate Son”, un lujo para los sentidos y un gozo absoluto para los sentimientos. El broche de oro a una sobresaliente actuación pese al olvido de “Gravel Road”. Habrá que esperar una nueva oportunidad.

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