Un pedacito de corazón, la compañía de amigos y amor para todos, paz y amor en Woodstock Revisited | GR76


Sábado 26 de octubre de 2019 en Kafe Antzokia, Bilbao

Compartir es una de las mayores satisfacciones que la vida puede ofrecer. Compartir momentos, compartir recuerdos, muchos contentos y puntuales tormentos. Compartir gustos, experiencias, costumbres, días, noches, semanas incluso años. Compartir cama y mantel. Compartir amigas, camaradas y de vez en cuando discrepar o llegar a coincidir. Colaborar, llorar, reír, amar y convivir. Vivir aventuras, viajes, numerosas situaciones, encuentros o conciertos que una vez finalizados se convierten ipso facto en el mejor que hayamos presenciado. Suele suceder. Posiblemente se deba a la inmediatez, a la sensación originada, a los rostros de los retribuidos asistentes, a los corrillos, las impresiones y las chácharas posteriores, los encomios, las flores… El rock’n’roll es terapéutico, y cuantas más veces nos arriesgamos en narrar sus bondades o describir esos instantes de energía, más convencidos estamos de su componente fortalecedor y de la complejidad del asunto, ya que las (nuestras) palabras precarias se antojan ante la magnitud de la operación. Y si la función en cuestión es una escrupulosa muestra de adeudo y cortesía como la que tuvimos la fortuna de disfrutar el pasado sábado noche en un comprimido Kafe Antzokia, el cometido debería implicar un nivel descriptivo acorde al grado de satisfacción. ¿Lo lograremos? ¿Cómo detallamos los pormenores de un culto ceremonial? ¿Cómo abordamos la situación? ¿Cómo exponemos nuestro punto de vista cuando los cinco sentidos tienen absoluta relevancia? ¿Cómo explicamos el alcance de ese agujero metafísico? Complicada solución. Transcurrido un tiempo, las imágenes siguen confundiéndose con los pensamientos, los axiomas se parapetan entre interrogaciones y los equilibrios deliran con la gravedad, no obstante…

Días antes del merecido tributo al célebre festival de Woodstock, la venta de tickets cesa. No hay billetes, aforo completo, sold out para el cincuenta aniversario. Como sucediera con el memorable homenaje al Concierto de Bangladesh, podríamos alimentar el alma recordando las andanzas del añorado movimiento cultural que tantos esplendores ha brindado a su generación y a venideras revelando su jerarquía, descubriendo su intrínseca densidad. El público había respondido positivamente, y la comitiva dispuesta para realizar esta revisión tenía la difícil y sencilla misión de retroceder unos años perdurando en el tiempo. Sencilla entre comillas y admiraciones, ya que el nivel de los integrantes no es óbice para considerar la tarea peliaguda. Concentrar tres días en tres horas tiene su intríngulis y la nómina de ilustres del añorado festival es una auténtica barbaridad. Se admiten las apuestas. ¿Sonará esa? ¿Interpretarán aquella? ¿Pactarán con el diablo o celebrarán la amistad? Sin ánimo de resultar petulante o engreído, tenía un pálpito, una débil certeza. Sucedió. El suave aroma a incienso establece la partida y la audiencia no dejó de arengar a cada participante, fuera quien fuera y tuviera la responsabilidad que tuviera. Unas cantando, otros con las guitarras, las percusiones, los coros o los vientos, unos comandando desde la retaguardia y otras adiestrando al respetable desde la vanguardia. Todos hermanados, todos vibrando y sintiendo en el interior la vieja rúbrica de Woodstock que sigue vigente a día de hoy: Peace & Love. Detallar lo sucedido paso a paso o seguir el estricto guión posiblemente sería aburrido y quizás eliminaríamos la magia que se respiró en el viejo teatro bilbaíno, pues Jokin Salaverría transmite ese embrujo con sus ilusiones y sus anhelos. Nunca utopías. Esperanzas siempre. El tío es un romántico soñador, un hippie altruista, artífice, alma mater e ideólogo de ambas organizaciones, y si se propone otro galimatías de esta envergadura, seguirá contando con nuestro apoyo total. Nuestro y el de otros más, pues nos consta que hay peña contemplando la posibilidad de realizar una escapadita a Madrid el 29 de noviembre para seguir inspirando el olor a incienso en la sala But, para entregar un pedacito de su corazón (“Piece Of My Heart”), para percibir la audacia del soul (“Soul Sacrifice”), la letanía del blues (“Summertime Blues”) y el resplandor del boogie (“Woodstock Boogie”), conectar con las estrellas (“I Want To Take You Higher”), recibir la visita de reinas (“Mississippi Queen”) y sentir la electricidad (“See Me Feel Me”), danzar sin ataduras (“Dance To The Music”) y sentir la fuerza centrífuga del personal (“Work Me Lord”), capturar el voodoo (“Voodoo Child”), buscar el amor (“Loving You Is Sweeter Than Ever”), encontrar el amor (“Somebody To Love”) o cantar al amor con la compañía de viejos y nuevos amigos (“With A Little Help From My Friends”).

Una balsámica velada, un reconstituyente show. Canjeamos el Woodstock neoyorkino por el Gustock bilbaíno, y a pesar del trueque de circunstancias y contextos, la esencia arraigada está; contuvimos la respiración en muchas fases de una audición que corta pareció. El compromiso de los oficiantes conservó el espíritu del festival mientras llovían lágrimas de emoción, surgían ráfagas de fervor, o el auditorio emitía inequívocas señales de euforia cuando las canciones elegidas eran acompañadas en su mayoría por percusiones y coros del público, amén de la consecuente demostración de exaltación o prudencia cuando lo requería la ocasión. Aunque en este aspecto… Deberíamos ser más civilizados y deberíamos apreciar el silencio. Deberíamos atender las palabras, deberíamos descubrir la belleza del mensaje y comprender al mensajero, que no era otro que Josetxo “Río Rojo”, un tío versado y de léxico ilustrado, amplio conocedor del firmamento musical y gran comunicador. Lanzó un imponente speech sobre la creación y posterior crecimiento de Woodstock, su filosofía, su significado y la consecuencia de un evento que ha trascendido al ámbito musical. Es un hito universal. Aplausos, amigo, como merecedores de ellos son unos músicos que poca presentación necesitan, salvo nombrarles y mostrarles el agradecimiento por el esfuerzo, la añoranza, la tensión, y el débito evidenciado. Por orden alfabético, Peter Abels, Iñaki “Uoho” Antón, Alex Blasco, Iñigo Bregel, Guille Calleja, Ander Cisneros, Virginia Fernández Reviriego, Ignacio Garbayo, Aurora García, Txomin Guzmán, Germán Herrero Collantes, Pit Idoyaga, Ricardo Aitor Ibáñez Vallbona, Sara Iñiguez, Diego Jiménez, José Antonio “Toño” López, Miguel Moral, Daniel Merino, Miguel Pardo, Gonzalo Portugal, James Room, Cristina Saiz Carrasco, Jokin Salaverría, Germán Salto, Luis Soler Alonso y Saúl Santolaria, un orfeón de ángeles que escenificó un luminoso paraíso terrenal (“Find The Coast Of Freedom”), tierno (“If I Were A Carpenter”), fogoso (“Fire”), nostálgico (“Volunteers”), armónico (“Coming Into Los Angeles”) y fraternal (“Feelin’ Alright”). Todos arrimaron el hombro, todos participamos del sentido homenaje y todos animaron el cotarro desde el poblado perímetro del tablao recordando a los ausentes, elogiando a los presentes y alcanzando el sueño de compartir unos minutos con Janis Joplin, Santana, Arlo Guthrie, The Band, Mountain, Sly & The Family Stone, Jefferson Airplane, Jimi Hendrix, Crosby, Stills, Nash & Young, Tim Hardin, The Who, Joe Cocker, Canned Heat. Una bella noche otoñal en la que la elasticidad del tiempo magnánima procedió, la libertad obró el milagro y gracias al rock’n’roll, una reunión de amigos se convirtió en una excelente asamblea donde miraras donde miraras, encontrabas el agradecimiento en ojos vidriosos y la paz en sinceros abrazos. Compartir es vivir. Vivir es soñar.

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