Efímero es el tiempo, livianas las distancias y real la música de Neal Casal | GR76


Cierto es que han pasado varias semanas desde la fatídica fecha. Cierto es que ese avance podría ser un aliado o un enemigo en nuestro obituario particular a una persona que sencillamente catalogamos como ser humano, al margen de sus excelentes condiciones como músico, escritor, fotógrafo o artista en general. Cierto es que adoramos su música, y cierto es que gracias a la sensibilidad de sus canciones conquistó nuestros corazones. Cierto es que resulta paradójico cómo un músico de su naturaleza haya sobresalido más en los segundos planos que en los autorretratos que nos siguen (y seguirán) proporcionando grandes momentos de paz y libertad, porque el rock’n’roll (incluyendo cualquier disciplina de música contemporánea), tiene la gran cualidad de mantener vivos a los muchos ausentes mientras nos aislamos sintiendo sus canciones, y las composiciones de Neal Casal tienen esa innata característica. Cierto es que lo único que sabemos de este laberinto es que algún día abandonaremos el edificio, y probablemente ese día las palabras de reconocimiento, amistad, perdón o gratitud surgirán. Ha llegado ese día. Es momento para esas palabras, esas explicaciones y esas confesiones.

El teléfono no dejaba de sonar y recibir mensajes aquella maldita mañana de agosto, y las primeras muestras de asombro cristalizaron en una absoluta sensación de consternación. No dábamos crédito. Nos encontrábamos en una difícil encrucijada, y a medida que transcurría el tiempo, la amarga información parecía ser verdad. El poder de esta inmediatez a la que estamos sometidos en la actualidad mostraba una parecida incredulidad general, y aunque mantuviéramos alguna esperanza, las palabras de condolencia e infinito dolor de su viejo amigo Ryan Adams fueron el eco de una realidad que no habríamos querido escuchar. En ese preciso instante, lágrimas de dolor, lágrimas de interrogación cuando el corazón lloró y la mente voló. Y llegaron las especulaciones, las jodidas y estúpidas especulaciones. Las preguntas, las erróneas e injustas asociaciones, las divagaciones, la inquina por conocer los motivos y el sinsentido de una sociedad que no comprende que siempre se es demasiado joven para morir. Y frívolo, si se nos permite, cuando lo fundamental debería ser única y exclusivamente llorar la pérdida de un ser, mostrar aprecio y presentar los debidos respetos. Lamentablemente estamos perdiendo el respeto, y cuando falla ese valor perdemos cualquier razón. Neal Casal era (y es) un ser querido, aunque él no fuera consciente. Es un hombre que nos ha acompañado en muchas horas de lectura, otras tantas de danzas nocturnas y nos ha ayudado en difíciles horas de espera, aunque la distancia nos distanciara. Ha compartido con nosotros algunos minutos de complicaciones, nos ha auxiliado en días de melancolía y en muchos meses de ilusión hemos necesitado sus consejos, aunque él lo ignorase. Hemos coincidido en algún encuentro teniendo la oportunidad de cruzar cuatro palabras, aunque él no se acordara. Y gracias a él hemos ampliado nuestro círculo de amigos. Aunque él lo desconociera, hemos vivido muchos años de amistad.

En este humilde rincón siempre habrá un ídem para las personas. Anteponemos las personas a los personajes, y la carrera musical de este descendiente de gallegos habrá circulado por la gran mayoría de medios especializados, así que no vamos a redundar demasiado en datos. Hablemos de fundamentos. Hablemos de un hombre que ansiaba congelar el tiempo tras su objetivo, visitar algún día la patria de sus progenitores y conocer así sus raíces, profundizar más en el intrincado universo del ser humano, escribir canciones llenas de ternura y cantar junto a su inseparable guitarra, o utilizar más el tiempo en su propio provecho, algo que en los últimos años parecía una quimera dado el volumen de trabajo. Atrás quedan los proyectos y los planes futuros, las horas de ensayo con unos y otros, los hoteles, los aviones, los lienzos, los apuros, las premuras, las horas de madrugada componiendo y las múltiples colaboraciones que de alguna manera entorpecieron su propia carrera, pero entre todas estas etapas y vicisitudes, uno siempre recordará la primera vez que escuchó a Neal Casal. Era en solitario. Fue un lejano día de invierno de 1997. Fue, como habitualmente suceden estas cosas, por una afortunada confidencia que terminó siendo una premonición. Era invierno, y no sabría decir si llovía o no, pero «Rain, Wind & Speed» operó como el resorte necesario en una época un tanto turbia en el terreno personal, y en ese instante nació nuestro apego al discurso del señor Casal. Comenzamos a creer con “Best To Believe”, y primordiales serenatas como “Hands On The Plow”, “Angels On Hold” o “All The Luck In The World” que a pesar de haberlas escuchado en infinitas ocasiones, han cobrado a día de hoy otro significado. Sí, cierto es que «Rain, Wind & Speed» no es su primera referencia, pero para nosotros siempre será nuestro punto de partida junto a Neal Casal. Hasta “Sweeten The Distance”, su última aportación en solitario, tiene otro cariz y nos subyugado aún más por su crudeza y espiritualidad. Cierto es que la música generalmente es una estupenda vía de escape para afrontar las dificultades que nos plantea el azar, y cierto es que este caballero siempre tuvo la enorme generosidad de ofrecer su talento a una industria enquistada, una sociedad endiosada, caníbal y caprichosa. Cuando sucedió lo que no tenía que haber sucedido, nos vinieron a la cabeza las palabras de afecto que amablemente compartió con GravelRoad76 en el fallecimiento de un gran amigo como Eddie Harsch. En aquella ocasión Neal hablaba de un regalo que guardaba con mucho cariño, y en este caso nosotros podemos hablar del inmenso legado que nos ha dejado en forma de canciones, fotografías y amores. Amaba la vida, y la vida se le escapó en una estrofa. Cierto, incierto, seguro, variable…

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