Viernes 21 y sábado 22 de junio de 2019 en Mendizabala, Vitoria-Gasteiz
Dos frenéticos días de idas y vueltas, de babor a estribor o de proa a popa como si estuviéramos en uno de esos cruceros de ocio repletos de actividades y donde no se contempla el descanso. Eso es Azkena Rock Festival, una especie de parque temático donde las actividades a realizar son obvias y patentes. Ver, escuchar, sentir, bailar, cantar, aplaudir, vitorear, mover los brazos y cabezas al ritmo impuesto, perseverar buscando el sitio adecuado, terminar y reanudar, transpirar en abundancia y maldecir en arameo por un sol impertinente o por recurrir a las prendas de abrigo, tomar algún refrigerio o masticar a toda velocidad mientras saludas a semejantes que en su mayoría realizan la misma operación, congelar el tiempo en alguna instantánea, otear el horizonte bajo la sombra de los árboles de la periferia de la explanada… O recurrir a la pataleta en las malditas coincidencias horarias que podrían ser benditas en según qué ocasiones, porque pueden dificultar como facilitar alguna de las maniobras llegando incluso a la grata sorpresa. ¿Que la actuación en cuestión no te agrada? A ochenta metros tienes otra que podría interesar. ¿Qué te apetece una vuelta de tuerca más? Tienes a disposición un apartado como Trashville, que por cuestiones de tiempo no hemos podido corresponder como habríamos querido, o simplemente tienes la posibilidad de socializar, visitar los puestos de venta, las motos y la lucha en el Wall Of Death o dedicar unos minutos al noble arte del esparcimiento y contemplación. Buscar, encontrar la fortuna y disfrutar con una oferta musical de calidad como la que hemos tenido en una numerosa edición como la reciente, con cifras que rondan las 36.000 personas.

En el capítulo musical hemos sido afortunados, porque hemos sido testigos de grandes momentos como el primer concierto de la gira aniversario de Stray Cats, mientras mantuvimos la respiración en el otro aniversario de la edición: “Sonic Temple” y The Cult. Nada más que añadir, señoría. Hubo quienes se reconciliaron con Blackberry Smoke, y un amplio sector terminó extenuado con los perseguidos y al fin pescados Tesla; presenciamos tristes deserciones con Lucero o colectivas fidelidades con The Living End, intervalos irreverentes vía Surfbot y corteses apariciones como Neko Case. Jolgorio con Garbayo e intensidad con Giante, viejo rockandroll con Micky & The Buzz y contemporáneas orientaciones con Outgravity; bajas temperaturas que fueron aprovechadas para bailar con The B’52 e instantes de rigurosa solana que impedía las euforias frente a Mt. Joy; coléricas intervenciones como Corrosion Of Conformity (veinticinco años del célebre “Deliverance” celebraban) y otras de tamizadas intenciones como Morgan; veteranos con división de opiniones como Wilco y otros no tan experimentados de aparente quórum como Inglorious; novedosas asociaciones como Deadland Ritual y curtidas formaciones como Meat Puppets, que amén de Gang Of Four (otra celebración, en este caso el álbum «Entertainment») y Tropical Fuck Storm completan nuestro itinerario. Faltan, claro que faltan, y aunque nos habría gustado permanecer más minutos y en más marañas, la edad no perdona y tampoco controlamos aún el don de la ubicuidad. No obstante hemos cumplido otro año más.

Si el año anterior celebramos anuncios sobre el presente, el futuro tiene designios de grandeza, y buena prueba de ello son las colas que se formaban ante el stand que Last Tour facilitara para la venta de los bonos correspondientes. Social Distortion y Fu Manchu son culpables de, según los datos facilitados, despachar las primeras 3.000 papeletas. Nosotros ya teníamos de antemano nuestra estancia reservada, pero en esta ocasión no adquirimos los billetes. Un desliz por nuestra parte, pero no importa. Será por días hasta junio del veinte veinte. Una vez en las proximidades, el canjeo de las pulseras resulta más ágil por su acertado cambio de ubicación, y a primera hora ingresamos en el recinto porque, aparte de ser más de gregarios que de jefes de fila, en ese pelotón principal generalmente hay vecinos, conocidos o amigos. El viernes Micky & The Buzz ofrecerían los primeros compases en el escenario God, y el sábado harían lo propio Garbayo en el escenario Love, bandas bilbaínas que alternaron escenarios y minutos con las bandas gasteiztarras Giante (quienes obtuvieron esta recompensa en el concurso Villa de Bilbao) y Outgravity respectivamente. ¡Vaya! Comenzamos saltándonos el guion cronológico, pero la lógica muchas veces carece de sentido en nuestro abecé, y de cuando en cuando resulta gratificante narrar los sucesos sin ataduras y en base a ocurrencias, imágenes o recuerdos.

Los primeros entusiasmos de esta decimoctava edición transcurrieron como si fuera un viaje en el tiempo en un santiamén, ya que entre Micky & The Buzz y Giante pegamos un colosal salto entre géneros y generaciones, pues los primeros se mueven perfectamente en las distancias de las estelares figuras del día, o sea, Stray Cats, mientras los segundos basan su sonido en persuasivas corrientes que reclamen un pogo general en posiciones delanteras. En el escenario principal el incómodo viento racheado no doblegó a los rockers que el viernes se dieron un buen homenaje, y el volumen utilizado en el anexo a la entrada nos sorprendió, pues no estamos acostumbrados a comenzar desde tan arriba y rodeados de tanta gente, o tal vez se deba a que somos un año más puretas, vaya usted a saber. Pudimos escuchar clásicos por parte de los italo-bilbaínos (su vocalista procede de allí) como “Jump Jack Jump” de Wynona Carr, “Fujiyama Mama” de Wanda Jackson o serenatas transalpinas como “Tintarella di luna” mientras por parte de los gasteiztarras la ejecución se centraba en rotundas estructuras hardcoretas como “Unit 731”, “Machete Girl” o “Fat Boy”. Al día siguiente el inicio fue más liviano en cuanto al volumen utilizado, porque con respecto a los oficiantes… Salieron a por todas tanto los alaveses como los bizkaitarras, partiendo como el día anterior con formación de vocalista femenina en el escenario en memoria de Roky Erickson y Aretha Franklin, alternando visita al escenario en memoria de Andre Williams y Vinnie Paul Abbott y los cinco sentidos en lo que estaba ocurriendo, pero con la mente un tanto desordenada por lo vivido veinticuatro horas antes y ahora.

No era igual, pero guardaba cierta similitud, cambiando nombres, escenarios y ambientes. Sensaciones, que repetimos hasta la saciedad. Sustituimos los poderosos meneos provocados por Outgravity, jóvenes profetas en su tierra que sorprendieron con su dulce metal y canciones como “Wolf” o “Dwarka” en el God por la aproximación obligada a los dominios de Garbayo, un tío que seduce con coraje y ternura. Acaba de lanzar proyecto en solitario tras años rasgando la guitarra con Zodiacs, y aunque hubiera entre el público una buena parte de familiares o amigos, terminó convenciendo a los menos habituales y arrastrando aún más a incondicionales con animadas metáforas como “Nitroglicerina”, arrebatos punkarras como “Huye del Monstruo” melancólicas poesías como “En el Bosque” o rockanroles dados a la chufla como “Muévete” y en “Soy un Cerdo” al desenfreno, que viene a ser lo que sucedió en los minutos que estuvieron recibiendo aplausos, implicando al personal y disfrutando con intensidad su paso por el festival.

Así comenzaron las dos jornadas, y así se mantuvieron al menos bajo nuestro planteamiento. Disfrutando la mayoría de edad del festival como requiere ese período. Con intensidad, hambre e interés. Y así continuamos el viernes con los neoyorkinos Surfbot y el sábado con sus compatriotas Mt. Joy, ambos en el escenario Respect que en esta ocasión tributaba a Scott Walker y Dick Dale. De la actitud punk y agitadora de un cuarteto peculiar, ya que carecen de bajo, a la rectitud de un quinteto de facunda instrumentación. La movilidad de la excéntrica cantante Dani Miller encandiló el viernes a la peña que no cejó en su empeño, mantuvo su implicación brincando con fervor «Les Be In Love» observando con incredulidad los aspavientos de la fémina cuando decidió saltar al foso, donde continua gesticulando cara a cara con algún fan y más tarde rugiera con «Slushy». Con un asfixiante sol y más comedidos estuvieron al día siguiente Mt. Joy, cuyo cometido debía ser desperezar al público, pero no lo consiguieron.

Lastrados por los obstinados rayos solares y su indie templado, la consecuencia no se hace esperar y canjeamos el fundido asfalto por la sombra de la arboleda contigua desde la que vemos cómo Sam Cooper se ensañaba con la guitarra obteniendo tímidas alabanzas, escuchamos “Bigfoot” y un reposado “Cardinal” que allana nuestra retirada, pues en breves minutos se batirían en duelo dos duros competidores. Por un lado, en el escenario de enfrente y desde Sacramento, Tesla. Procedentes de Phoenix y en el otro rincón, Meat Puppets. Debíamos preparar la estrategia, y previa parada por la zona de avituallamiento donde recapitulamos el plan a seguir, con suficiente antelación llegamos al escenario principal, pues Tesla es un conjunto seguido desde tiempos de juventud, cuando Geffen Records tenía una nómina de formaciones que en los noventa copaban listas de éxito, emisoras de radio y cadenas de televisión. Hoy en día sería una quimera, y no por nivel de las bandas, que hoy hay para regalar. Además no se trata de unos tipos que se prodiguen demasiado por aquí y uno guarda con cariño su actuación hace once años en el extinto Kobetasonik.

Desde el mediodía comienza el tour de force, porque el primer objetivo era compartir unos minutos con varios so called friends en Oldtowerstuff, una little cabin music a escasos doscientos metros de la Virgen Blanca donde habíamos sido citados junto a otros rock & roll brothers por Uncle Sal, Tke Kleejoss Band y The Schizophrenic Spacers, formaciones que pese a no pertenecer al programa oficial del certamen, por un instante se erigieron en protagonistas del mismo, y la esperanza nunca se pierde, ¿no? Entre risas, cumplidos y abrazos se nos echa el tiempo encima y tenemos el tiempo justo para ver el comienzo de Danny And The Champions Of The World, pues deberíamos marchar cual Cenicienta a la otra reunión familiar. La jamada con la banda, costumbre que seguimos y seguiremos cumpliendo a no ser que cualquiera de los anteriores actúen en la Virgen Blanca, por supuesto. En ese caso el condumio se postergaría unos minutos. Salimos hacia una plaza que en los momentos previos casi desierta estaba en su zona central, pues el intransigente Lorenzo castigaba de tal manera que la peña vagaba en búsqueda y captura de la reconfortante sombra cuando… En pocos segundos el pavimento cuasi solitario cambia de aspecto, rebosando alegría cuando los londinenses aparecen con un ordago de escándalo, porque con el inusitado y prolongado comienzo de “Colonel & The King” la concurrencia exhibió todo su alborozo olvidando asfixias, nimiedades o eventualidades. Intuimos que esa sesión matinal sería diferente a las que anteriormente hemos tenido la oportunidad de presenciar, ya que su característico soul fortalecedor era reemplazado por el carismático rock desplegado en más de doce minutos de introducción enganchada de manera precisa con “Consider Me”. No había duda. Los campeones venían convencidos y con apetito. Hablando de, hemos de salir, así que con mucha pena, con mucho esfuerzo y el dulce acompañamiento de “Gotta Get Things Right In My Life” nos evaporamos (nunca mejor dicho), y tras convenientes horas de fortalecimiento espiritual, vuelta a pisar nuestro hábitat natural, vuelta a la tarea en el recinto de Mendizabala donde a primera hora era de extrema necesidad la hidratación interior y exterior, así que raudos en busca de las dos.

Tras la desconcertante intro “Welcome To The Jungle”, la salida de la banda es un griterío descomunal y una explosión de puños que se alzan y percuten al ritmo de “Cumin’ Atcha Live”. Y ahí estamos, embutidos en el fragor del mogollón, junto a unos cuantos considerados amigos que gentilmente ceden el paso para obtener alguna instantánea. Aplausos. Sofocos por la temperatura, sofocos por “Modern Day Cowboy” y sofocos por tan extraordinaria oportunidad frente a unos tipos que no habrán tenido la repercusión mediática de otros coetáneos (los de la intro, sin ir más lejos), pero tienen firmadas grandes obras de viejo hard rock que a día de hoy siguen vigentes. Prueba de ello son las miles de personas que se congregaron en un horario poco magnánimo para ello, decididas a aplaudir las ofensivas de Frank Hannon y Dave Rude con las seis cuerdas o el extraordinario torrente de voz que Jeff Keith sigue manteniendo. Había quien se frotaba los ojos o se pellizcaba para comprobar si era real, y había quien todavía se preguntaba si era verdad. Fue real, fue brillante como el slide de “Heaven’s Trail (No Way Out)” y su presencia estaba resultando tan significante como la intrínseca rebeldía de “Breakin’ Free”. Buff… Por una parte no queríamos renunciar, pero “Miles Away” fue el impulso necesario para ir al encuentro de Meat Puppets, banda de amplia trayectoria y amplia gama de combinaciones y permutaciones en su haber, y que como los anteriores, tal vez no hayan disfrutado su merecido reconocimiento.

Al igual que su variopinta música, The Living End fauna equivalente tenían reunida a su alrededor, y empleamos la mente y el corazón cuando Cris Kirkwood imprimió velocidad a su bajo en “Flaming Heart”. ¡Maldita sea! Los aires camperos de “Lost” parecían revelar nuestra intención, pero esta se dio precisamente después. Mejor escaparse con “The Great Awakening” marcando nuestros pasos de vuelta, porque si esperábamos más, no podríamos terminar lo que habíamos dejado a medias. Era una lástima, ya que estaban sonando bien, estaban congeniando con la concurrencia y se percibía entusiasmo, pero debíamos saldar nuestro agravio con Tesla, que estaban finalizando la maravillosa “Love Song” con un auditorio plegado a su incombustible autoridad. Con la luz de cara teníamos que encontrar un hueco sombreado entre la aglomeración, y aunque la tarea pareciera dificultosa, terminamos en el poblado tendido de sombra enmudecidos por el gran alcance de “Signs” y la trascendencia que proyecta “Gettin’ Better”, la colosal despedida de un íntegro ejercicio.

Veinticuatro horas antes habíamos vivido una pareja situación con el doble de bandas y en los tres escenarios. El continuo traslado en busca de la otra opción, la repetida y satisfactoria marcha en busca del maná. Veamos: The Living End, Inglorious, Deadland Ritual y Lucero. Un sin parar. Siguiendo ese orden y con las casualidades temporales conocidas, este pequeña primera prueba de fondo terminó donde esperábamos, aunque no terminó como deseábamos. Vayamos por partes. Los australes The Living End se encontraban en el grupo de indispensables, e impacientes permanecíamos entre chácharas y abrazos en tropel cuando salen a escena. Como un resorte a conseguir alguna foto desde posiciones privilegiadas, y desde allí comprobamos el nervio de tres tipos que se cascaron una actuación interesante, al menos hasta que decidimos abandonar el lugar no porque estuviéramos mal, ni mucho menos. Has de tomar ciertas decisiones, y una de ellas era dirigirnos hacia el escenario donde a la misma hora habían saltado Inglorious. En favor de los de Melbourne, su energía, determinación y un prometedor comienzo con “Till The End” que más tarde logra, salvo contadas excepciones, la aprobación con “Bloody Mary” y la algarabía en una nutrida corporación de rockers que desde primeras horas custodiaban con recelo su coto privado esperando a los jefes felinos. Por mucho público que veas delante el número de curiosos puede superar a los adeptos, y eso no pareció castigar a unos tipos que siguieron repartiendo cera. Buena nota.

El combo heredero de la vieja armada británica estaba liando un buen sainete con su sonido de espaciosos teclados, contundencia rítmica, virtuosas guitarras y la solvencia vocal casi insolente de Nathan James, un mocetón de agudos registros y multitud de recursos que pondrían en un serio aprieto a más de un imprudente. Nos da tiempo a sentir en el cuerpo la velocidad de “Breakaway”, palidecer con la grandilocuencia operística y los fotográficos solos de “Uninvited” y ya que nos sueltan como rapapolvos “I Don’t Need Your Loving”, levantamos el campamento porque a nuestras espaldas se produciría una fusión de cierta envergadura. Gezzer Butler, Steve Stevens, Matt Sorum y Franky Pérez son los componentes de esta aventura llamada Deadland Ritual que se presenta en sociedad bajo la emblemática “Symptom Of The Universe”. Locura sabbathica. Delirio total. La presencia de Gezzer Butler por sí sola ya era una encrucijada de fácil elección, y si a ello añadimos un mítico baterista y un no menos prestigioso guitarrista obtenemos la consecuente respuesta del público. Aplausos. Devoción, sobresalto y satisfacción. Aunque algunas predicciones meteorológicas pronosticaban el viernes la posibilidad de lluvias intermitentes, el obstinado sol hacía de las suyas cuando quien tenía que brillar era “Neon Knights” irradiando los mismos destellos que surgían de la guitarra del señor Stevens.

En parte cariacontecidos nos vemos obligados a dejar otro estupendo momento, pero no era menos importante el que viviríamos a continuación. Peregrinación al escenario Love, pues los amados Lucero estaban a punto de saciar nuestras ansias y calmar nuestra impaciencia. Sabíamos qué encontraríamos, y aun comprendiendo la desazón colectiva, las fugas, las suspicacias y las ambigüedades, procedieron como augurábamos. Estas cosas suceden cuando el fisgoneo supera el conocimiento, y puede que el sonido no fuera su mejor aliado o que el setlist no estuviera confeccionado para agradar a la inmensa mayoría, pero deberíamos tener en cuenta cómo es la filosofía de Lucero. Deberíamos juzgar su espíritu, su sentimiento, su melancolía y su profundidad musical, comprender la naturaleza de las composiciones de Ben Nichols y podríamos entender mejor la magnitud de sus conciertos. Deberíamos ir con los deberes hechos, deberíamos escuchar en soledad “Among The Ghosts”, bailar en compañía “Slow Dancing”, alinear los chacras en “Cover Me” o fraccionar el caprichoso reloj con “Texas & Tennessee”.

Deberíamos celebrar que una banda de sus características tuviera su credencial en Azkena Rock y deberíamos identificarnos con unas canciones que ofrecen luz en la oscuridad. Hacia el ecuador del bolo decidimos retroceder unos metros para ver si la situación variaba, y con diferente perspectiva, ya que estamos en el flanco contrario, vemos la conclusión de Lucero acompañados por el amigo Mikel, uno de esos esforzados camarógrafos que plasma en su trabajo el espíritu del rocknroll, conoce los pormenores del directo, el lenguaje corporal, intuye cuándo disparar y atesora un buen criterio musical, así que si estaba allí, por algo será. En esa posición percibimos los desencantos, las comodidades de un terreno antes saturado y algunos semblantes disgustados que respetamos, pero con rotundidad no compartimos. Seguramente en un espacio más íntimo, limitado y perceptivo la emoción de la voz afligida de Nichols habría obtenido menos reproches. “No Roses No More”, “Sweet Little Thing”, “The Last Song” o “For The Lonely Ones” no están escritas por un duermevacas, que pudimos escuchar a una equivocada espectadora. Fue nuestro primer concierto completo, y salimos con la conciencia tranquila y agradecida.

Partimos hacia el escenario principal que exhibía magnífica imagen, con una legión de cabezas apiñadas frente al escenario principal luciendo gran telón de fondo de Stray Cats, y “Cat Fight (Over A Dog Like Me)” nos pilla de camino hasta nuestro punto de vigilancia habitual. Entre codazos, disculpas, celeridades, empujones y perdones salvamos el clásico embudo que fragmentaba la explanada, y una vez nos plantamos a una distancia prudencial intuimos el fervor de unos fans que debieron sudar de los lindo durante el pase. Como mandan los cánones, Brian Setzer, Slim Jim Phantom y Lee Rocker salieron perfectamente maqueados para la ocasión y a renglón seguido no dejan títere con cabeza. “Runaway Boys”, “Double Talkin’ Baby” y “Stray Cat Strut” de sopetón y sin anestesia. Cerrada ovación. La edición de un nuevo disco del trío es la excusa perfecta para realizar este tour conmemorativo y para ello vuelven al mismo con “Three Time’s A Charm” acompañados a los coros por fieles seguidores hacinados en el meollo del asunto, un nítido sonido y precisos juegos de luces. Como acto seguido teníamos el reencuentro con Blackberry Smoke, y viendo que podíamos comer algo sin perder de vista el desarrollo del concierto, caminamos cual fantasmas en medio de centenares de figuras que expresan algarabía y efusividad por lo que estaba aconteciendo. Una absoluta demostración de rockandroll y vitalidad. Una luminosa exhibición de ritmos y pasiones y una maravillosa celebración de ritos paganos y consagradas liturgias oficiada por tres tipos de impresionante actitud que han retornado para deleite de sus devotos y la esperanza de convertir a los impíos con viejas homilías como “I Won’t Stand In Your Way” o “Lust N’ Love” u otras de nuevo cuño como “When Nothing’s Going Right” o “Rock It Off”. Lamentablemente el frío comenzaba a hacer de las suyas, y de nuevo a buscar el calor humano. No podíamos abandonar el recinto, pues faltaban minutos para presentar nuestros respetos a los georgianos. De todas formas el por si acaso nunca puede faltar en la capital alavesa, y en la preceptiva mochila había suficiente material como para salir airosos. Situados en zonas más caldeadas, de obligado cumplimiento seguir los movimientos de los congéneres y disfrutar con el eficaz baqueteo del señor Phantom, el impetuoso contrabajo del señor Rocker y la destreza del señor Setzer con la reputada Grestch (unas cuantas hubo). Nos reconciliamos con el rockabilly. “Rock This Town” nos allanaba el camino hacia el Respect, armazón donde hubo más reconciliaciones, porque si bien la actuación de Blackberry Smoke hace tres años en el mismo escenario causó cierto malestar, en esta ocasión su conducta tuvo un poco más de fuste. Hubo más movimiento (aunque permanezcan casi estáticos en sus posiciones), más escalofríos (nada que ver con la temperatura), y menos concesión a los largos desarrollos (nunca viene mal la conexión con el más allá).

Faltaba por llegar la última o penúltima gran expedición de gente y ya se escuchaban algunos silbidos de inquietud solicitando la presencia de Charlie Starr, Paul Jackson, Richard Turner, Brandon Still y Brit Turner, y con “Nobody Gives a Damn” sentimos la potencia de los watios en la cara y la inercia de la masa por la retaguardia. La fortuna nos situaba en el mismo lugar y en esta ocasión teníamos apenas a veinte metros la amplia sonrisa del señor Jackson, a quien vimos al día siguiente dar un paseo a solas consigo mismo por el casco viejo. Próximos a la valla pudimos disfrutar y de carrerilla la primera más “Six Ways To Sunday”, “Workin’ For A Workin’ Man” y “Waiting For The Thunder”, un comienzo demoledor donde el rostro del señor Starr transmitía felicidad, demostrando a partes iguales soltura con la garganta y la guitarra. Por algo es el líder del equipo. Por algo es el instigador de masas. Aclaración: pocos, muy pocos son los músicos que se suban a un escenario de tales dimensiones y estén corriendo de un lado para otro, y sólo con la imagen de un cómplice guiño y el coral recado romántico de “Medicate My Mind” podemos comprender la alta graduación conseguida por una banda que apenas diez años antes se enfrentaba a audiencias de cincuenta personas. Como debíamos cambiar de lateral, nos acercamos unos minutos para comprobar el temperamento de otro conjunto aussie, Tropical Fuck Storm. En sus filas Fiona Kitschin y Gareth Liddiard. Sólo por eso, la curiosidad llama a la puerta, y aun distinguiendo el subterráneo carácter de The Drones, ciertas descargas psicodélicas y tentadoras distorsiones, nuestra mente se hallaba en el otro entarimado. Vuelta atrás. Una vez en la arboleda, el fresco de la madrugada alavesa viene perfectamente para interpretar un enérgico “Flesh And Bone” en donde la colaboración del respetable es recompensada por haces de luz que marcan la acompasada oscilación de las sombras. Preguntas y respuestas, expresiones y sosiegos del carismático rock americano han sido, son y seguirán siendo una excelente banda sonora del festival, y para ello nada mejor que el juguetón bottleneck de “Ain’t Got The Blues”, el sugerente honky tonk “Restless” o los ceremoniales salmos y teclados de “One Horse Town”. Una banda en plena forma, una excitante ejecución, un público desprendido y un categórico final con el lustre de “Ain’t Much Left Of Me” que lució aún más con incrustadas notas del zeppeliano “When The Levee Breaks”. El aplauso era inevitable, los focos fueron languideciendo y la brumosa luna les despidió. Sobresaliente.

Con la sensación de haber concluido en la cúspide, nos dirigimos al coso central con la fatiga de un día bien explotado y la incertidumbre en el cuerpo, pues la baja temperatura y The B’52 formaban una combinación suficientemente meridiana como para claudicar (bajo nuestro punto de vista, claro). De todas maneras, no se debe subestimar nunca al artista, y aun sin ser firmes seguidores de su obra, unos minutos de deferencia podríamos resistir, y… Es impresionante la resistencia de la gente, y resultaba hasta decepcionante ver cómo tus fuerzas flaqueaban mientras otros afrontaban estoicamente los últimos aldabonazos bailando y disfrutando con la banda de Athens, que salieron dispuestos a combatir al termómetro con las ocurrentes “Cosmic Thing”, “Mesopotamia” y alguna más que aprovechamos para hacer alguna foto y comprobar que esa performance no estaba hecha a nuestra medida. Una retirada a tiempo es una victoria, y mañana habría montada una buena jarana.
Abordados los capítulos Outgravity, Garbayo, Mt. Joy, Tesla y Meat Puppets nos queda repasar un apasionante rush final tan satisfactorio como el día anterior, comenzando por la propuesta de Neko Case, que después de la demostración de los de Sacramento nos atreveríamos en calificar como antagónica no solo por el tratamiento, sino por una ínfima escenificación más adecuada a un recinto cerrado y una audiencia menos impetuosa y más serena. Sin acritud, no se ofendan los que siguieron con sumo respeto las evoluciones de un cuarteto semi acústico que esgrimió lirismo y aptitud, aunque en realidad no teníamos demasiado tiempo para comprobarlo, puesto que debíamos cruzar la explanada hasta el otro extremo, dicho sea en varias acepciones. Corrosion Of Conformity estaban a punto de caramelo. ¡A mover el esqueleto! El escenario escupe humo en abundancia y surgen de las tinieblas cuatro imponentes sombras alentadas por espectadores dispuestos a gritar desaforadamente, pogear si fuera preciso, defender con uñas y dientes su territorio conquistado y seguir las instrucciones de Pepper Keenan, que maneja la situación como un verdadero director de orquesta.

El prólogo, dentro de su espectro, es templado y creciente con “Seven Days” y el resto del oficio, un soberbio compendio de velocidad, músculo, arriesgadas secuencias, fuego y coreográficas convulsiones provocadas por “Señor Limpio” o “Paranoid Opioid” una de las más aclamadas de un set titánico donde los rounds pasaban factura si el físico no era buen fajador. Aquí se viene a clamar a los dioses del averno y a ofrecer corazón o hígado si fuera preciso. Leñazos donde más duele (“Albatross”), directos al mentón (“My Grain”) y un espectacular juego de piernas que unido a su avispada cintura noquearon al exhausto personal, otorgando la victoria de este apasionante combate y confirmando su candidatura al campeonato. Aturdidos y conmocionados por el derroche de facultades, nuevo cambio de registro, uno de los muchos motivos que nos seducen de un evento que conocimos siendo un bebé y ya es mayor de edad. Su ADN, su rica pluralidad y una proporcionada selección de promesas, realidades y estrellas. Una de ellas es Wilco, y pese a la división de opiniones, nos encontramos con una bonita postal entre el ocaso del horizonte, el cercano resplandor de enfrente y reafirmando nuestras sospechas, un importante número de gente. No había duda. Jeff Tweedy y compañía eran uno de los principales alicientes de esta edición y de la última jornada, y las voces críticas de aquella primera visita a Mendizabala y otras habladurías que les han acompañado en su dilatada trayectoria tildándoles de indolencia o carencia de nervio quedaban inmediatamente impugnadas con “I Am Trying To Break Your Heart”. El rocknroll es universal y como tal, no es hermético ni obedece a mandamientos.

Bueno, sí: It’s only rock & roll but I like it. Sarcasmos aparte, comprobamos que el público abrió su mente en el vasto universo Wilco gracias a un notable concierto y una buena selección de canciones que repasaron fielmente su historia, aunque siga habiendo discrepancia en este sentido. Animaron el cotarro gracias a la melódica belleza de “I’ll Fight”, las sugerentes nubes de algodón de “Misunderstood” o los coros y entusiasmos de “Box Full Of Letters”, donde los brazos cobraron vida propia señalando el cielo y abrazando la pasión. “Hate It Here” permitió advertir su inclinación beat y seguro que algunos detractores cambiaron de opinión viendo al señor Nels Cline agitar con decisión una guitarra que minutos antes, concretamente en “Impossible Germany”, lloró de felicidad. ¡Ahí sí! Ahí la peña declinó y quedó obnubilada con un solo pluscuamperfecto, determinante, embriagador. Por desgracia se acercaba la hora del adiós, y “I’m The Man Who Loves You” supo a gloria, “Random Name Generator” desató un buen guirigay y “The Late Greats” demostró que en la diversidad está la riqueza. Júbilo general.

Habría sido un fin de fiesta espectacular, sin embrago la baja de última hora de Melvins obligaba a idear otra estrategia. Además, después de unas cuantas horas de continuas aceleraciones, frenazos y cambios de rasante, el depósito se encontraba en reserva y necesitaba con urgencia combustible, así que decidimos alternar las intervenciones de Gang Of Four (sus sustitutos), y Morgan con parada obligatoria en alguna estación de servicio antes del esperado y deseado concierto de The Cult. La primera elección, los ingleses, que aun comenzando un poco más tarde que los madrileños era tal vez más conveniente teniendo en cuenta que a mitad de camino podríamos hacer ese pequeño receso para suministrar energía al cuerpo. Con asombrosa comodidad llegamos a unas primeras filas que en otras circunstancias estarían saturadas, y desde allí podemos exprimir los albores de un pase caracterizado por el recargado añil que contrastaba con las oscuras grutas esbozadas en el álbum «Entertainment», eje central de un concierto al que habríamos dedicado más tiempo, pero… La necesidad reclama, y con el merecido tentempié en nuestras manos (se agradecería un cafecito también) nos presentamos en un rincón más numeroso y con diferente actitud, pues el público exteriorizaba mayor adhesión con una banda que está alcanzando cotas interesantes.

En una palabra, feeling. Llegamos tarde, pues Morgan ya habían interpretado, según nos confirmara un fidedigno confidente, una de esas canciones patrimonio del rock: “The Night They Drove Old Dixie Down” de The Band, pero en realidad poco importaba, porque con mucha diplomacia y mucho soul la sensual voz de Nina de Juan entonó “Thank You” en el que se acordó de trabajadores, asistentes, cómplices, pipiolos o indecisos, mientras “Another Road (Gettin’ Ready)” apuntó unas interesantes coordenadas groove que aumentaron en un desarrollo donde los componentes remaron en la misma dirección y los mencionados supimos agradecer. Interesante su aportación al festival. Ahora, lo interesante, señalado y fundamental, al menos para nosotros, era contener la emoción, activar los sentidos, mostrar los sentimientos, agitar la consciencia, procesar los detalles y recuperar las sustanciales canciones de un disco inmortal representado en otra imagen no menos esencial. Un símbolo, un fetiche, la icónica silueta del molinete de Billy Duffy que presidía un bastidor que hacía honor a su nombre y a una banda que ha trascendido a su nombre hasta rozar la deidad. ¿Exagerado? Demasiada gente reunida como para que esta sensación no fuera compartida, y demasiada gente aguantando la respiración, esperando el inicio de un ritual que se debía completar con algún muestra más representativa de su travesía, porque once oraciones en noventa minutos podían ser insuficientes. ¿Caerá “Love Removal Machine”…? Eso no es arriesgar, chaval. ¿Se arriesgarán con “Gone”…? ¡Calla, que empieza…! Como si hubiéramos puesto la aguja en el disco o hubiéramos pulsado el play el estallido de “Sun King” supuso la transformación de cuerpos en entes. Supuso una leve alteración en el sistema solar debido al síncope e implicación. Supuso que los reporteros gráficos (suponemos) estuvieran deteniendo el tiempo a ráfagas, y supuso que por multitud de rostros corrieran lágrimas de emoción al tiempo que se dejaban la garganta en el intento. Supuso aquello que suponíamos, y a partir de aquí, todo fue como la seda, todo fue sorprendente a pesar de saber de carrerilla el 99,9% de su miscelánea y todo sucedió durante un apasionante show a pesar de los desajustes en una monitorización que trajo de cabeza a un Ian Astbury que no llega a los registros de antaño, pero no nos vamos a poner puntillosos a estas alturas, porque conserva su arrogante elegancia, unas tablas impresionantes y una capacidad innata para llevar en volandas al personal. Fue una absoluta delicia ver de nuevo al tándem principal tanto como a unos compañeros que son el engarce adecuado/preciso/conveniente/exacto para que la máquina siga funcionando con suma precisión.

Nos referimos a Damon Fox, Joe Tempesta y Grant Fitzpatrick, tres tipos que conocen el papel de imprescindibles secundarios de un conjunto del tamaño de los rascacielos de “New York City”, flemático como los aullidos de “Automatic Blues”, ceremonioso como los teclados y las clemencias de “Sweet Soul Sister”, irónico y visceral como “American Horse” o melancólico como “Soul Asylum”. Un conjunto de muchas caras y un perfil que podría estar perfectamente personificado en “Edie (Ciao Baby)”, ejemplo de aproximación a disyuntivas afiladas o dilemas existenciales que obrara el milagro. Espoleó el mar de brazos. Provocó sollozos, contentos, recuerdos y abrazos parecidos a la carismática sincronización de pie, pandereta y cabeza de Astbury en “Fire Woman” o la poderosa guitarra de Duffy en “Rise” (primera evasión de “Sonic Temple”). Podríamos estar horas y horas narrando el éxtasis general, podríamos relatar el cúmulo de nostalgias y ensueños o decir que el aliento no decayó, hablar de ojos vidriosos y de corazones agradecidos y de la sucesión de imágenes del álbum personal unidas muchas de ellas a cultos, doctrinas y penitencias. De orgullo y libertad. Podríamos hablar de espirales que no tienen fin, de “Phoenix”; de ciertos estremecimientos, de “She Sells Sanctuary”; de enigmas, de “Wild Flower”; de tempestades, de “Rain”; de emblemas, de “Love Removal Machine”. De ritos, vínculos y códigos, de The Cult o del ARF.
El cansancio impidió seguir, y con ese agotamiento físico tras dos comprimidas jornadas en la campa de Mendizabala, el domingo al mediodía abandonamos Vitoria-Gasteiz con extraña sensación. Ni mejor ni peor. Paradójica, diferente, rara. Después de varios años haciendo el mismo viaje para acudir al festival, y consecuentemente varios azkenas en nuestro historial, podríamos catalogar esta edición cuanto menos como extraña. Además, los posteriores comentarios que pudimos escuchar o leer afianzan un poco esta teoría, ya que varias impresiones y hasta alguna sentencia permiten entrever las discrepancias. Indudablemente, como en cualquier otra parcela de la sociedad hay de todo como en botica, y como suele suceder en tinglaos de estos a los que acude un considerable número de gente de origen heterogéneo y homogénea ideología (el rock and roll), opiniones para todos los gustos. Me quedo con fulano, prefiero a mengano, zutano no se lo curró demasiado bien pero aquél que no tenía visos de buen rollo triunfó, ha sido una gran edición, ha sido menos buena pero sin duda será recordada… En este aspecto, y aun teniendo nuestro listado de favoritos (si has llegado hasta aquí algunas pistas hemos dado), somos más pragmáticos y nos quedamos con el ambiente de la campa de Mendizabala. Nos quedamos con la senda de los txipirones, con el incesante goteo de gente y el trasiego de escenario en escenario, nos quedamos con el animado parking de Mendizorroza, la concurrida plaza de la Virgen Blanca, o el Trashville, el coto cerrado en un espacio abierto, con el contraste meteorológico (este año ha rozado la crueldad, a pesar de recordar ediciones muy señaladas en este aspecto), con los tupés, las crestas, las melenas y los cráneos recubiertos, con los obligados puestos de merchan, las necesarias zonas de descanso y los no menos necesarias y obligadas zonas de ingesta líquida y sólida. Nos quedamos con unos trabajadores que tragan saliva más veces de las deseadas y una organizada organización. Nos quedamos con los decibelios, que dicho sea de paso, ha habido momentos de niveles extremos. Nos quedamos con el verde que al final se convierte en paja, con una multitud cada año más cuidadosa con la conservación de un espacio limpio y nos quedamos con los amigos que hemos reunido a lo largo del camino. Porque si algo define a este festival es fraternidad. Por supuesto si no unimos todo a la confección de unos atractivos carteles, esto no tendría sentido. En gran medida todos volvemos, todas repiten, y al final, la rueda vuelve a rodar, rodar y rodar… y sin darnos cuenta llega un nuevo Azkena Rock Festival.
Gracias a Mario Antolín por permitir la utilización de estos cuatro vídeos.
Mucha palabrería para poca sustancia. En tu línea.
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[…] — Danny the Champ (@Dannythechamp) June 28, 2019 Celebraciones, ceremonias y aniversarios en el templo de Azkena Rock. GR76 […]
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