Jueves 6 de junio de 2019 en Kafe Antzokia, Bilbao

Como si de una aurora boreal se tratara o como si fuera una reluciente estrella fugaz. Como si estuviéramos bloqueados sintiendo la brisa del mar o asombrados frente a cualquier obra de arte. Como si fuera un nublado acantilado irlandés o un húmedo litoral caribeño, sucedió todo en un gradual periquete y (feliz) terminó el sueño. Tampoco nos vamos a poner en modo trascendental, pero Ryan Bingham se había convertido por derecho propio en un objetivo prioritario desde su anterior visita. En aquella ocasión, aun teniendo los tickets en la mano, el infortunio nos jugó una mala pasada y no pudimos acudir a un Kafe Antzokia que según los rumores detuvo muchos relojes, pues el tío debió ofrecer un gran recital estableciendo un excelente nexo de unión con la afortunada audiencia blandiendo su guitarra cual afilada espada, asombrando con su inagotable chorro de voz y utilizando cantidad de elementos patrimoniales de la ruta americana. Desde entonces nos encomendamos a los dioses paganos esperando una nueva convocatoria y tras casi cuatro años, recibimos con gran emoción la noticia de un nuevo tour coincidiendo con “American Love Song”, su reciente elepé. Nada podía salir mal esta vez, porque nos propusimos no pasar bajo ninguna escalera, evitar gatos negros, colores amarillos u obviar los espejos, no vaya a ser que uno se rompiera. Hicimos los deberes y…

Con suficiente antelación nos personamos a las puertas del Antzoki, y por arte de magia torna un déjà vu. Bueno, una situación similar, ya que frente al recinto estaba esperando un conocido que había volado desde terra das meigas para comprobar in situ el discurso de Bingham. No era mala elección, por cierto, elegir el comienzo de la gira europea y por ende, Kafe Antzokia y el botxo, coincidiendo con nuestro debut frente a este cowboy que poco a poco iba consiguiendo reunir más incondicionales, aunque nunca llueve a gusto de todos. Será la oferta, será el tiempo, serán las circunstancias que sean, los bolsillos o simplemente cuestión de criterios, pero el concierto no registró un llenazo como algunos habríamos deseado, no obstante se logró un aforo de notables guarismos puntualmente introducido con la acertada y apropiada “Nothin Holds Me Down”, la cual consigue las primeras euforias de un respetable entregado desde los minutos de espera, irradia tanta armonía como la luz manejada y verifica la competencia de un tipo hechizado por el rock en su extensión. Desde los comienzos hasta la vanguardia, saltando de un continente a otro, desde los sonidos camperos estructuras urbanas o tomando como referencia ecos eclesiales o solemnidades mundanas. Buena prueba de ello, “Jingle And Go”, una canción pletórica que transmite, entusiasma y solicita tímidos coros respondidos desde los puestos de vanguardia y alguna furtiva muestra de aquiescencia por el slide de su joven compañero.

Sin embargo, a partir de ese instante la neblina comenzó a difuminar el show de tal manera que imaginábamos el acantilado irlandés antes mencionado con “Tell My Mother I Miss Her So” mientras los graves provocaban cierta desilusión en los semblantes de los espectadores y “Top Shelf Drug” o “Got Damn Blues” escenificaban cualquier saturado garito texano, mostrando el último la destreza de Bingham con un resbaladizo, vibrante y brillante slide. Dividiendo esa cargada atmósfera, uno de los números románticos que superaron los más encendidos en el transcurso de la actuación: “Beautiful And Kind”, operando tenue, reflexiva, susurrante e intensa al igual que “Blue”, que cierra un primer acto con ciertos altibajos y es el preludio del aplaudido entreacto íntimo -acústico-solitario donde el caballero restableciera momentáneamente la situación con la angelical armónica de “Southside Of Heaven” o la personal “Wolves”, una de tantas precedidas de chanzas y explicaciones por parte del risueño sureño. Boquiabiertos recibimos de nuevo al trío acompañante, esta vez con el sonido más equilibrado y con una serie de cuatro canciones que perfilan perfectamente la fisonomía de un tío entregado a su obra y su pasión. Opiniones, para todos los gustos. Todas respetables, algunas sesgadas y otras poco compartidas, pero sigamos con lo nuestro. Sigamos con “Pontiac” y cerremos este tercer cuarteto con “What Would I’ve Become”, donde la delicada sobriedad, la energía y los mensajes previos fueron la constante de una velada que más tarde comprobaríamos había disparidad de opiniones. ¿Cómo las anteriores? Para todos los gustos. Lo cierto es que los aplausos superaron los silencios, la humedad del recinto provocaba el sudor, ¿o es al revés? y de allí no se movió ni el tato. Quizás porque la peña esperaba un “The Weary Kind” que magistral resplandeció, o quizás porque estaba siendo una pacífica función que se vuelve feroz como los océanos. Tal vez porque todos tenemos postales y recuerdos guardados en algún cajón próximo al corazón. Seguramente porque Ryan Bingham es un tío que se ha ganado a pulso ser uno de los últimos estandartes del rockroll, o quizás porque finalizamos en cofradía percibiendo honestidad, llorando de alegría y acallando algunas monsergas con la bella melodía de “Bluebird”.
Sigo pensando que eres pretencioso, crees que saber escribir, que eres objetivo y no tienes ni idea, se te escapan muchas cosas. El bolo fue un tostón, y 18 pavos por eso es un robo.
Me gustaMe gusta