Viernes 22 y sábado 23 de junio de 2018 en Mendizabala, Vitoria-Gasteiz
Un año más en la explanada de Mendizabala disfrutando de Azkena Rock Festival, vibrando con las bandas y exprimiendo los minutos con aliados venidos de diferentes puntos de la geografía peninsular, insular o continental, aunque no siempre coincidimos con todos los que quisiéramos, qué le vamos a hacer. Aquello que comenzó siendo una aventura circunstancial se ha convertido en una reunión imprescindible de la que generalmente salimos fortalecidos, pues la serie de artistas que conforma el cartel con frecuencia se ve eclipsada por el calor y fraternidad de esos amigos descubiertos en la misma campa, en distintos foros y en las malditas (o benditas) redes sociales. Sí, lo decimos hasta la saciedad, insistimos y nos repetimos, pero es un sentir generalizado. Un oasis de buen rollo, un remanso de paz a pesar de los watios y la celeridad. Un fin de semana en la gloria y dos días perfectos para realizar una reanimadora terapia de grupo e intercambiar abrazos, comadreos, curiosidades, besos, guiños, sonrisas, alguna lagrimilla, largos paseos de verde a verde (nuestro itinerario habitual) o de izquierda a izquierda (así no hay pérdida), animadas charlas entre cervezas, o saltos y bailoteos frente a cualquiera de los escenarios, otra de las características que habitualmente destacamos antes de abordar el análisis musical. El epígrafe que acompañaría a estas mastodónticas estructuras de mecanotubo que anualmente se adueñan del parking gasteiztarra sería el mismo utilizado en la anterior edición, sin embargo los homenajeados en esta ocasión son Tom Petty (quien también lucía como estandarte en el pórtico de entrada) y Malcolm Young en el llamado God, Fats Domino y Charles Bradley en el Respect, y Johnny Halliday y Grant Hart en el Love. Tres lemas, tres escenarios, tres apelativos y un sentimiento, una justificación para regresar: Azkena Rock Festival. Mientras las ediciones pasan los artistas cambian, puede que descubramos alguna novedad y en ocasiones repiten, pero las personas permanecen. Permanece la amistad, se respira afecto, se percibe compañerismo y se aprecia cordialidad, distintivos de un certamen que sobrevive fiel a sus principios en una época de acumulación festivalera por metro cuadrado. Y cuidado, que acudimos a cuantos podemos y a cuantos nos permite el bolsillo, pero Azkena Rock es especial; tal vez por su trayectoria, quizás por el tratamiento, acaso por el público, pero si cumplimos edición tras edición, como un buen número de incondicionales, por algo será.

Este año el guion sufre un cambio con respecto a los anteriores, pues la apertura solía recaer en bandas que conseguían el premio Azkena Rock en el concurso Villa de Bilbao, y el viernes nos reciben los gallegos The Soul Jacket, formación con una considerable legión de seguidores que retaba en ese instante la implacable solana. ¡Cómo pegaba…! ¡Cómo es la climatología en este pueblo (que se podía escuchar entre el personal)…! El tiempo, malvado, perverso y caprichoso que unas veces anodino nos recibe, otras con aguaceros nos castiga, incomoda con frescas madrugadas o inquieta con altas temperaturas, como era el caso. Para pillar una insolación. Pero esa cantidad de fans estaba presta y dispuesta a disfrutar con “Green Cookies” y no achantarse por el endiablado calor, chasquear los dedos acompañando las sensuales guitarras de “Flamingos” y festejar la intensidad funkera de “GBTW” que optamos por recibir bajo la sombra de esa ala izquierda antes mencionada mientras se organizaba una jarana formidable en el centro de la cancha. Excelente tributo a Charles Bradley no sólo por el escenario, sino por el poso soul de unos chicos a quienes no vimos finalizar su actuación, pues antes de dirigirnos al tablao central para ver a The Sheepdogs dedicamos unos minutos al fornido y guerrero rock de la pareja local Tutan Come On que estaba frente a otro buen número de entusiasmados adeptos por los influjos desérticos, no en vano la sofocante situación asemejaba tal clima y el contundente sonido de su propuesta bicéfala nos remite a esas latitudes. Asentimos y dejamos atrás los brazos agitados provocados por “Microsievert”. Turno para los canadienses que habían actuado ese mismo mediodía en la plaza de la Virgen Blanca, y por los comentarios de algunos que habían estado, sería incomprensible perder su función, así que no cabía otra opción. Aproximaciones sureñas para unos nórdicos que repetían tras una recordada intervención y subieron al escenario con la sana intención de ser ellos mismos (“I’m Gonna Be Myself”) honrando, eso sí, los ecos del viejo Young o inmortalizar a los propios Allman Brothers (“Ramblin’ Man”) en un repertorio preñado de inspiradoras serenatas como “Nobody”, pieza que sirvió para un excelso diálogo a doce cuerdas entre Ewan Currie y Jimmy Bowskill. Un tipo disciplinado, soberbio, tajante y elegante en todo momento no sólo en actitud sino en presencia, porque se necesitaba valor para ir perfectamente trajeado a unas horas en las que el sol sometía de tal manera que la peña se afanaba en localizar cualquier resquicio de sombra. Eso sí, frente a The Sheepdogs, que demandaba una cooperación (“Help Us All”) que obtuvo el resultado esperado, pues la concurrencia vibró con el intercambio de posiciones entre hermanos (Ewan al teclado y Shamus soplando el trombón) antes de afirmar que estaban encantados (“Feeling Good”) de volver a Azkena, lo cual nos alegramos y celebramos con aplausos, movimientos de cadera y muestras de agradecimiento. Maravilloso.

Primera moneda al aire. Rival Sons o The Allnighters, siendo nuestra pretensión comenzar con unos y finalizar con otros, ya que comenzaban a la misma hora. Recomendación: los planes en Azkena Rock pueden no fructificar, así que mejor esperar el desarrollo de los acontecimientos. De principio a fin estuvimos frente a unos californianos que también repetían sensaciones en Mendizabala (como recordó su cantante Jay Buchanan en necesarios recesos donde había que hidratarse) perdiendo la oportunidad de ver a los alaveses. Desde la electricidad implícita de “Electric Man” a las variaciones eclécticas de “Open My Eyes”, contemplando el resplandor de “Memphis Sun” (como anillo al dedo) o comprobando el oleaje de manos y cabezas de unas primeras filas de acceso restringido en “Keep On Swinging”, momento álgido de un set caracterizado por la guitarra camaleónica del señor Holiday, la personal voz de un Buchanan tal vez un poco justo en diversos lances, y la miscelánea de un rock tan eficiente como efectista lastrado por algunas imperfecciones en el sonido, cosa que no empañó su participación, porque la asistencia les despidió con una calurosa ovación.

Llegaba uno de los momentos señalados del viernes y la edición con un tipo que se presenta él solo. Un tipo especial, un tipo esencial, un tipo orgulloso (en todas sus acepciones), un tipo particular, inconformista e impredecible que tiene firmada una buena colección de canciones representativas de varias generaciones. Un tipo que domina la faceta rockera de la misma manera que improvisa desarrollos jazzistas, se arranca con cálido swing o imprime carácter norirlandés, ahonda en el terreno campero, sorprende con impulsos soul o asombra con composiciones blues. Es Van Morrison, y todas las divergencias que podrían ocasionar su inclusión en el festival se ven rebatidas con la bonita estampa de una audiencia expectante e impaciente a la salida del león de Belfast y sus acompañantes, que con una insignificante demora se personaron en el escenario principal entre aplausos de bienvenida y algún que otro improperio que sobraba. ¿Dónde está el huraño, el protestón, el malhumorado o el grosero? En fin, sigamos con el concierto que discreto emprendió y decisivo finalizó con la banda enchufada en un relevante “Gloria” precedido de “Brown Eyed Girl”, rozando el clímax en ese festivo, celebrado y hasta disfrutado por el propio Morrison tramo final. Atrás quedaron los impulsos iniciales de “Hold It Right There” y “Baby Please Don’t Go”, la reluciente armónica de “Got My Mojo Working”, el ritmo crepuscular de vientos y coros “Wild Night”, el saxo agudo y sensual de «Precious Time» o la dulzura y la capacidad lírica de Sumudu en “Days Like This”. Extraordinaria en todo momento aportando, sumando y hasta conduciendo. Habrá opiniones enfrentadas, ponencias sesgadas y doctos discursos, pero nuestra conclusión es tajante: Es Van Morrison.


Segunda elección. Thee Hypnotics en el escenario Love o en el Respect, Dead Cross. Oferta tentadora la de Mike Patton y Dave Lombardo, pero desde el día en que los británicos fueron anunciados uno tenía muy claro que sería testigo de sus furias guitarreras y sus desarrollos psicodélicos, así que la moneda por esta vez se quedaría en el bolsillo. A la hora dispuesta nos presentamos en el lugar comprobando con sorpresa un retraso tan prolongado que hasta los camarógrafos deciden salir raudos al otro bastidor. Pasan los minutos, aparecen bostezos y timoratas protestas, pero la peña sigue impertérrita esperando la salida de un cuarteto que a pesar de la inusual dilación en estos saraos, se apropió del espacio en décimas de segundo. Ray Hanson es el primero en azuzar al personal con su osada guitarra y entre la tiniebla se adivina la silueta glamurosa de Jim Jones, un hombre de arrolladora personalidad que conserva intacta su pasión por el góspel más áspero y el blues más quebrado, experimenta con elementos más vanguardistas, ensaya con el punk garagero, hostiga, se estremece, seduce e implica a la multitud con tal maestría que sus intervenciones se esfuman en un suspiro. Esa es una de las virtudes del señor Jones, y eso volvió a suceder. Nos transporta. Nos embruja. Nos conquista con su clase y su actitud, nos elevó a otra dimensión y nos cautivó con himnos como “Heavy Liquid”, nos arrastró a sus dominios contorneándose cual chamán en “(Let It) Come Down Heavy”, nos doblegó con la delicadeza vaporosa de “Kissed By The Flames” y nos reclamó en “Preachin’ & Ramblin’” acompañando el compás por sus hechiceras maracas. Pletórico, categórico e hipnótico.

El tiempo apremia. En escasos minutos saltaría el hippie al escenario God, y en el camino debíamos pasar primero por el puesto de avituallamiento si no queríamos desfallecer. Si la actuación anterior era de obligado cumplimiento, perentoria se antojaba la ceremonia de Chris Robinson Brotherhood, porque el caballero es, por muchas algaradas fabricadas en torno a su persona y su carácter, una especie de gurú personal debido a su exquisito criterio musical y su asombrosa capacidad de metamorfosis. Además los ministros de la congregación y el recuerdo imborrable de su reciente visita en marzo eran razones de peso para no perder detalle. Evidentemente la duración no sería ni de lejos la misma, sin embargo las impresiones comenzarían a ser parecidas cuando emprenden su viaje con “Rosalee” capitaneados por los marfiles siderales del señor MacDougall y la omnipresente guitarra de Neal Casal, extraordinario prestidigitador conocedor de su papel en la hermandad, generoso y espectacular con los pedales, los solos y los slides. La gente disfrutaba, la gente danzaba abstraída por el ritmo impuesto desde la sala de máquinas pilotada por Tony Leone y Jeff Hill y agitaba inconscientemente sus cabezas al ritmo de “Venus In Chrome” mientras otros meditaban conscientemente en “Good To Know” o vibraban con armónicos interludios como “Narcissus Soaking Wet”. Las cuerdas vocales de Chris Robinson, aún sin llegar a los registros más elevados se encontraban en buena forma logrando el delirio de una audiencia entusiasmada, con los limpios desarrollos instrumentales de “New Cannonball Rag” percibimos reminiscencias franciscanas, en “Beggar’s Moon” adivinamos luces psicodélicas y el sobresaliente epílogo “Behold The Seer” impone la jovialidad del auditorio. Un ejercicio sublime, profundo, emotivo y espiritual.

A nuestras espaldas estaba a punto de producirse una reunión de muchos kilates bajo el nombre de MC50, en alusión a los cincuenta años de la publicación (con un año de antelación) del álbum de MC5 “Kick Out The Jams”. Wayne Kramer recluta para ello al agitador Marcus Durant (Zen Guerrilla) al micrófono, al prudente Kim Thayil (Soundgarden) como guitarrista, como bajista al larguiducho Doug Pinnick (Kings X) y como baterista al entregado Brendan Canty (Fugazi), con quienes interpretaría el susodicho comenzando por “Ramblin’ Rose”, “Kick Out The Jams”, “Come Together” y “Motor City Is Burning”, manteniendo el orden que aparece en el disco y demostrando que la veteranía es un grado, pues el propio Kramer era quien intentaba enchufar a unos compañeros un poco atascados. Bueno, son sensaciones personales, porque el apoyo por parte del gentío nunca lo perdieron, y dado que se aproximaba el principio de Nebula en el escenario Love, marchamos al encuentro de los californianos, apreciando desde la distancia la humeante y saturada nebulosa dominante. Sin excesivos problemas alcanzamos unos puestos nobles que poco a poco se van llenando de adictos a patrones fumetas, densos sonidos y ambientes psicodélicos no tan amantes de los densos ambientes, puesto que la espesa penumbra encadena un descontento aplacado en parte por la descarga poderosa de un terceto guiado por la guitarra de Eddie Glass. Suenan vigorosos en “Let It Burn”, “Aphrodite” o “Atomic Ritual”, y creo recordar que presentan una nueva composición, pero desgraciadamente nuestras fuerzas habían llegado al nivel de reserva impidiendo que nos acercáramos al escenario God donde actuarían Girlschool, quienes habían sustituido a última hora a Urge Overkill. Atrás dejamos los ánimos, los aplausos y los fervores, pero había que descansar. Reponer fuerzas y recuperar energías, puesto que quedaba un intenso día por delante.

Los rayos de sol del amanecer auguran una cálida clausura, y tras los quehaceres matinales habituales, a la calle, ya que tenemos comida familiar cerca de la Virgen Blanca donde podremos estar unos minutos frente a The James Taylor Quartet, cosa que se cumple a rajatabla. El sol apretaba como un condenado y no era cuestión de pillar un sofocón, así que nos apartamos en busca de una sombra y con un refrigerio entre las manos escuchamos su fusión de swing y funk hasta que partimos hacia el comedor. Como siempre sucede, se alarga más de la cuenta la sobremesa y arribamos a Mendizabala con Nuevo Catecismo Católico sobre el mismo escenario que nos había despedido la madrugada anterior, con lo cual no pudimos ver a Mamagigi’s, ganadores del premio Azkena Rock del Villa De Bilbao. Bueno, tampoco era mal ensayo el de los donostiarras previo a la inexcusable visita de los angelinos The Lords Of Altamont, que a la postre ofrecerían un concierto donde se demostró que varios compartíamos vaticinio, pero vayamos por partes. Vayamos con las bases y el comportamiento punkarra de NCC, un volcán en erupción que nos recibe “En llamas” con violenta e “Incontrolable” lava a su alrededor, logrando que el mercurio rozara asfixiantes dígitos mientras los hermanos Ibáñez incitaban al populacho con eficaces alaridos y agresivos guitarrazos que demostraban por qué llevan en la carretera más de dos décadas. Debíamos apurar el tiempo, porque los señores de Altamont, una de las actuaciones que más esperábamos había iniciado su psicótico ritual ronckanrolero que mantuvo firme, que nunca quieto, a un público impresionado con la actitud de Jake “The Preacher” Cavaliere, un reverendo liberador que se entrega en todo momento ya sea con su teclado, al que zarandea y sobre el que danzó en un par de ocasiones, u ostentando la capitanía de la banda tras el micrófono. Un animal escénico que hasta ayudó a un espontáneo a intervenir mediada la función (lo cual ya es una tarea dada la dificultad) y se desgañitó pidiendo correspondencia con los brazos en “F.F.T.S.”, exigiendo respeto a las féminas en “Action Woman”, reverenciando a Howlin’ Wolf en “Evil” o enseñando credenciales en “Like A Bird” imponiéndose al sol y obteniendo grandes alabanzas.

Como si estuviéramos en aquellos tiempos donde esto era como un partido de tenis, la marabunta se dirige hacia el escenario de enfrente. Era el turno de Berri Txarrak, y no había otra opción en cuarenta minutos aproximadamente, por lo que los chicos de Lekunberri tenían a su disposición una buena parte de espectadores que disfrutaron (disfrutamos) con el sonido y el heterogéneo muestrario de misivas de unos muchachos que acalorados desafiaban al astro rey. Ayudados por la combustión de apasionados seguidores despegan con “Etsia” y acto seguido se escucha una exclamación de asombro general cuando despliegan un gigantesco telón de fondo en los primeros compases de “Infrasoinuak”. INFRA se puede leer desde cualquier rincón de un recinto entregado a Gorka, David y Galder, un trío que actúa con brío, demuestra su dominio de la situación y porqué sus directos gozan de tan buena fama. Retumba “Jaio.Musika.Hil”, “Hozkia” enseña su vertiente nórdica y “Beude” es un explícito manifiesto mientras “26 Segundotan” tensa una cuerda rota con el progresivo poder de “Zertarako amestu”. Algunos recuerdos de 2006, cuando pisaron ese mismo escenario en diferente horario y seguramente ante menor concurrencia y mucho músculo. Mucha intensidad, mucha confianza y muchas gotas de sudor en una aplaudida y ensalzada aparición que abandonamos antes de su cierre, pues miramos hacia el oeste y otra multitud se arremolina ante el God, porque en cuestión de minutos llegaría otro de los bolos estelares con los míticos Mott The Hoople.

Una vez realizado el cambio de posiciones, parece que podemos elegir sin mayores problemas un nuevo puesto de vigilancia, pero en cuestión de segundos somos absorbidos por la masa. Estamos atrapados en una máquina del tiempo como queda reflejado en la introducción utilizada. El risueño Ian Hunter saluda y suena la legendaria “American Pie” de Don McClean minutos más tarde fusionada y coronada con «The Golden Age Of Rock N Roll». Imposible perder de vista las pantallas laterales, improbable perder de vista los movimientos de Ariel Bender, la formalidad de Morgan Fisher y el impresionante aspecto de un señor Hunter que superó sin grandes problemas nimias lagunas vocales (¡roza los ochenta tacos!) en un admirable inicio en el que se suceden himnos reveladores como “Lounge Lizard” o “I Wish I Was Your Mother”, un presente entre la nostalgia y la constancia de una época en la que el rock era algo más que un movimiento social. Era paz. Era lucha. Era indolencia, poesía y amor, y con todas esas premisas el show va cumpliendo las expectativas del numeroso orfeón de Mendizabala que vibra con “Roll Away The Stone” y se desmelena con la emotiva “Sweet Jane”. La intensidad iba en aumento, y visto que el ímpetu del personal es mayor, retrocedemos unos metros para estar más holgados y cambiamos de orientación caminando al ritmo de “Rest In Peace” cuando a lo lejos divisamos iluminación en el entramado contiguo al acceso. Sol Lagarto había comenzado a la misma hora que los británicos y no podíamos perder la oportunidad de ver a una banda que tras cinco años, con la excepción de algún showcase, se subía de nuevo a un escenario. Afortunadamente no estaban solos, y un considerable número de fans estaba festejando el retorno de los muchachos, que evidentemente no son tan muchachos como hace veinte años pero siguen manteniendo el ánimo, nervio y garra que recordábamos, pidiendo complicidad con estrofas pegajosas (“La ciudad del miedo”), algún solo bravucón de Frank Montasell (“El Circo”), citas que contraen el corazón (“Hoy puede ser”) o eufóricas llamadas bailables como “¿Qué es lo que quieres tú?” o “Vampiros”, cadencia que despierta la llamada de la sangre y con la que el cuerpo toma vida propia adoptando formas arrinconadas. Grato reencuentro con los catalanes a los que desde aquí deseamos buen regreso al mundo del rock ‘n’ roll.

Por delante una complicada carrera de resistencia, pues una tras otra, y alguna de ellas coincidiendo en el espacio-tiempo nos esperan las actuaciones de Turbonegro, The Dream Syndicate, Joan Jett & The Blackhearts, The Beasts Of Bourbon, Carlos Vudú y el Clan Jukebox y para rematar la faena la esperada reunificación de Glucifer, todo ello sin meter el morro unos minutos en Trashville, interesante y sugerente apartado para captar el espíritu de las salas en un amplio perímetro como un festival, pero por segundo año quedamos con la deuda pendiente sin poder constatar el calor que seguramente se generará en la carpa. Nos gustaría abarcar más, pero no podemos llegar a todo. Donde podíamos llegar era a la estación Respect, donde estaba programada la llegada de un original convoy provisto de desvergonzados ademanes, incisivos memorándums y provocativos fragmentos. La “RockNRoll Machine” de Turbonegro que nada más asomar arremete con sus nuevas canciones dejando sorprendidos semblantes entre los cientos de acólitos que poblaban los puestos de vanguardia. Los bailes, los gritos, las sacudidas y los brazos en alto se suceden mientras el bajo de Happy-Tom no carbura y Tony Sylvester (The Duke Of Nothing) continuaba con su sarcástico show incitando con “Hurry Up & Die”. Entre chanzas y mensajes resuenan los primeros acordes de “Bohemian Rhapsody” y el delirio es masivo, aunque nosotros iniciamos el traslado de campamento, pues en el escenario Love estaba a punto de producirse otro de los momentazos del festival. Anteriormente un par de veces habíamos presenciado alguno de sus directos, y buen recuerdo teníamos de ellos, pero lo del sábado en Azkena Rock superó esas previas experiencias, porque The Dream Syndicate se curraron un espléndido set desbordante en garra, potente en guitarras y distorsiones, contundente en simetrías y espacioso en armonías. Además, la brillante iluminación (algo no muy frecuente en ese flanco) contribuyó seguramente a que las embestidas guitarreras obtuvieran desde los prolegómenos el beneplácito de la mayoría de los allí reunidos, provocando una colaboración que poco decaería durante su actuación. Una master class comprimida en sesenta minutos impartida por los catedráticos Steve Wynn, Jason Victor, Mark Walton, Chris Cavacas y Dennis Duck con ilustres tratados como “Armed With An Empty Gun”, “The Days Of Wine And Roses” o el aclamado epílogo “Tell Me When It’s Over”, tántricas variaciones y nuevo material de estudio como “Glide”, “The Circle” o «How Did I Find Myself Here?», maravillosa en duración y excelente en transmisión. Gran intervención.

Con una sonrisa de oreja a oreja pillamos algún tentempié al vuelo y salimos a todo trapo hacia el primer armazón que exhibía buen aspecto y donde era palpable la tensión, el nerviosismo y hasta la alarmante inquietud, ya que en breve estaríamos frente a uno de los grandes anhelos de la organización y la afición de estos últimos diecisiete años. Joan Jett aterrizaba en Vitoria-Gasteiz escoltada por sus Blackhearts y no deberíamos perder ningún detalle de su afamada actitud, deberíamos vitorear todos sus hits y debíamos comprobar in situ su proceder. Abre la caja de Pandora “Victim Of Circumstance” implantando desde los albores un aluvión de brazos en constante movimiento y otros que se mantenían erguidos señalando el cielo al igual que cientos de dispositivos móviles batallando por lograr una imagen. A continuación, con el primer repaso a su pasado Runaways por medio de “Cherry Bomb” se pudo comprobar que los coros serían la tónica habitual del concierto, y la tercera en discordia es la sensual y atrevida “Do You Wanna Touch Me”, donde el perfil persuasivo de la dama obtiene el resultado pretendido con las réplicas del auditorio en forma de ‘Oh, Yeah!!’ Conformando el poker de salida “Bad Reputation”, manejando a los espectadores a su antojo e irradiando posteriormente carisma en “You Drive Me Wild”, vitalidad en “Fake Friends”, o manteniendo intacta la rebeldía de juventud en “Fresh Start”. Un repertorio con flema punkarra, inconformismo urbano, rock de la vieja escuela e imprescindibles himnos como “I Love Rock ‘n’ Roll”, el estallido de frenesí esperado que soliviantó aún más a un público que no cejó en su empeño de animar en cada nota, en cada guiño, en cada impulso o en “I Hate Myself For Loving You”, un adiós convertido en hasta luego, pues vuelven a la carga en cuestión de segundos con el pegadizo rockandroll “Hard To Grow Up”, despidiéndose desde la cima entonando “Everyday People” de Sly & The Family Stone. Sobresaliente.

El cansancio de una jornada bastante ajetreada empezaba a hacer mella, pero pasada la medianoche debíamos despedir como se merecía al escenario Respect con los australianos The Beast Of Bourbon, quienes presentan una formación de viejos conocidos del festival, ya que a Tex Perkins y Charlie Owen se les unirían Boris Sujdovic, encargado del bajo, sentado tras los tambores James Baker y Kim Salmon a la guitarra, mimetizándose de inmediato con el medio y canjeando su vertiente más recia por otra más intimista. Taciturna quizás, totalmente opuesta a la actuación de 2005 que acaban de publicar y sirvió como promoción a la venta de bonos y seguramente no entendida en su justa medida por nuestra parte. Sin embargo pudimos distinguir conatos de histeria controlada y rachas de furia contenida en Kim Salmon (“Bad Revisited”), mientras Tex Perkins se mantenía pétreo frente al pie de micro cual Lanegan y el resto de compañeros se mostraban cuasi impasibles aún cuando canciones como “The Low Road” o “I Don’t Care About Nothing Anymore” no daban pie a ello, así que optamos por Carlos Vudú y El Clan Jukebox, que minutos antes habían iniciado su homenaje al señor Petty en el escenario Love. Como sucediera el día anterior, un cambio de última hora que supuso la contrariedad de unos y el agrado de otros. Nosotros nos mantenemos en la neutralidad, aunque sabiendo que el conjunto murciano ya había abordado con anterioridad el cancionero del caballero con bastante éxito, nos parecía más que estimulante, precisamente lo que necesitábamos todos a esas horas de la madrugada. “You Wreck Me” devuelve la chispa al más fatigado, y a continuación El Santo se suma al Clan marcándose una brillante y leal adaptación de “Mary Jane’s Last Dance” con el inmenso trabajo de Pedro Teruel a la guitarra. Las palmas, los bailes y las muestras de alegría nos aportan las vitaminas necesarias para continuar con la sensibilidad de “Into The Great Wide Open”, la actividad de “Learning To Fly” y el aliento de “Stop Draggin My Heart Around”, estas dos últimas interpretadas junto a Nat Simons, quien consigue aclamaciones y la tópica típica predicción de “algún día tú estarás por méritos propios sobre este escenario”. Tras su actuación vespertina Ernest Armengol vuelve para cantar “I Won’t Back Down”, con la que nos planteamos qué hacer (antes pudimos ver a Txetxu Ugalde y perdimos la colaboración de Francis Sarabia), pues esas vitaminas no tenían un efecto muy duradero, y la salida del recinto tan próxima era demasiado tentadora. Era inmisericorde, pero antes de la partida teníamos una obligación, debíamos ver a Gluecifer. Sería imperdonable no ir. Sería retorcido claudicar.

El último concierto de la noche, el pretexto idóneo para aguantar de pie unos minutos más, clausurar el festival y emplazar a los amigos en el mismo lugar con un año de antelación y presenciar uno de esas dádivas que Azkena Rock suele ofrecer. Con una batería beligerante como eje central y los compases de “I Got A War” se produce la explosiva salida de Gluecifer, y las muestras de euforia del respetable se funden perfectamente con la firmeza que utiliza Biff Malibu para aferrarse al pie de micro o la que Raldo Useless y Captain Poon imprimen a sus Gibson. Muchos años suplicando y hasta implorando por esta oportunidad, y el malévolo agotamiento físico estaba rozando el psíquico cuando desgraciadamente compruebas que la inmensa mayoría se encuentra en un extraordinario estado de enajenamiento, todo ello debido al inflexible metrónomo “Automatic Thrill”, “Take It” o “Go Away Man” con el que nos preguntamos si Biff nos observa por algún agujero negro. Compactos, sobrios, consistentes, magnéticos y sobrados de actitud, continúan el recital con las amenazadoras líneas de “A Call From The Other Side”, las absolutas muestras de pundonor de “Car Full Of Stash” y su adrenalítico arsenal hard rock psycho escandinavo que engancha, sin embargo… Desistimos, eso sí, maldiciendo en arameo. Son muchos años, bastantes horas y unos pocos kilómetros en Mendizabala disfrutando del rugido de las guitarras para saber que una retirada a tiempo es una victoria, y la victoria, el Azkena Rock y todo lo que ello conlleva el año que viene volverá.