
Cronologías, exploraciones, alegorías y regeneraciones convergen en una misma entelequia llamada Weird Antiqua, retiro donde James Room dirime sus penas y agita sus euforias. Su naturaleza, su utopía y realidad, una identidad forjada en un refugio germinal testigo de primeras travesuras y aventuras de piratas armados con guitarras y cowboys a lomos de caballos salvajes, lienzos en blanco imaginando un mundo de color, libros, pentagramas, poesías, discos y aprendizajes varios compartidos años más tarde, previo éxodo madrileño, con tres cualificados compañeros de viaje: Malamute, Indigo y Gabo Brown. La eficacia, contundencia y elegancia repartida en fracciones o certificada en una unidad singular.
Si su debut fue (es) una asombrosa declaración de principios, la nueva y esperada continuación muestra un vergel de estructuras y sensaciones tal vez más elaborado, más concienzudo, preciso y honesto que se amolda perfectamente a la nomenclatura de un explícito epígrafe: “Honest Man Blues”, un ejercicio de equilibrio espiritual amparado en las líricas polifonías desarrolladas y tan sencillo como la diversidad del patrimonio musical americano, tan complejo como la singularidad del universal rock n’ roll. Próximamente verá la luz. Próximamente las canciones de aquella distinguida ópera prima tendrán relevo, y los nuevos relatos usurparán de alguna manera el protagonismo a sus predecesores, porque los tíos han logrado facturar una obra tan fascinante como la anterior, aunque siempre giraremos a la izquierda.
Los inicios suelen ser duros, pero las segundas partes, más allá de esa no muy atinada afirmación sobre su valía, suelen traer consigo interrogantes. En el caso que nos ocupa la incógnita (si la hubiera) queda despejada en la impresionante obertura “Storm Are We”, donde murmullos acústicos y bullicios eléctricos permiten sentir una sensación de excitante paz mientras el cuarteto carbura y captura los espacios guiado por la tesitura de una voz atormentada. Esa será la tónica de esta entrega. Los increíbles registros vocales, los atinados arreglos y la extraordinaria jerarquía de una banda tejiendo emociones, produciendo inquietudes (“Fear”) y provocando sobresaltos con la celeridad de febriles cadencias (“Honest Man Blues”) ágilmente zanjadas por la efervescente armónica de “No More Roses”. Un susurro, un aliento, una carta abierta al amor que confirma el temperamento del barbado caballero y su refinada condición como compositor. Pablo Almaraz ya había subido al tren en la titular, pero insiste con profundos soplidos en esta y en “On The Road Back Home”, serenata fácilmente atribuible al genio de Pomoma, pero estamos con un bilbaíno que no duda cobijarse en la bahía de San Francisco o pasear por las avenidas de New Orleans arropado por metales, orfeones y deslizantes slides anunciando “Trust Nobody Blues”, visitar garitos de Baton Rouge (“No Trust / Run For Your Life”), aullar dinámico swing cual lobo de medianoche (“Cheshire Moon”) o reunir un sinfín de cánones propios del sur confederado en “Wild Mare”, incisivos minutos antes del emotivo final. Un paréntesis, una mención, un instante de abstracción debido a los melancólicos raíles blancos y negros de “Morning Train”, sus preguntas y su sinfónica sobriedad. Ese es el espíritu de Weird Antiqua. Ese es el embrujo de James Room.