Jueves 8 de marzo de 2018 en Auditorio del Museo Marítimo (Nave 9), Bilbao

Tras la cancelación el año pasado en Huercasa Country Festival por cuestiones climatológicas (debió caer un espectacular aguacero) el cronista de Nashville Will Hoge ha cogido el petate y ha vuelto para pagar de alguna manera la deuda moral que contrajo con el público hispánico. Sí, tal vez sea una temeridad por nuestra parte aseverar tal circunstancia, pero no es menos cierto que una considerable cantidad de seguidores se desplazaron a la localidad segoviana de Riaza para disfrutar con unas canciones amparadas en la diversidad del registro americano, e imaginamos la airada y masiva indignación por el infortunio. Ha pasado un año, ha llovido mucho desde entonces (sarcasmos aparte), y el caballero afrontaba una nueva aventura que comenzó en el Auditorio del Museo Marítimo de Bilbao (familiarmente, y por sintetizar un poco, conocido como Nave 9, el garito de la propia galería organizador de las audiciones) y allí que fuimos sin demasiadas objeciones. Es más, los tickets estaban a buen recaudo con un mes de antelación, y con parecida celeridad nos trasladamos al lugar, ya que no era el día propicio para llegar con los minutos justos al lugar. Había ganas, muchas ganas, para qué negarlo. Había nervios, deseos y fuertes esperanzas principalmente porque las últimas semanas los discos del caballero habían sido una exquisita banda sonora de la rutina hogareña. Paz, compañía, furia, soledad, alegría y unidad sazonadas con notas de rock n’ roll, y aunque los parecidos o las comparaciones pueden ser cómodos recursos para establecer las coordenadas, es solo rock n’ roll, como proclaman sus satánicas majestades.

Obligado tentempié antes de entrar al auditorio que desierto nos recibe, sin embargo fue efímera la sensación porque ordenadamente van llegando las huestes que recibirían esa noche un guantazo de autenticidad en toda regla. Acústica en mano Will da la bienvenida a los asistentes con la tranquilidad y fuerte energía que desprende “The Reckoning” mientras el inusual slide a una cuerda de su compañero Thom Donovan brilla entre las sombras formadas por la escueta iluminación que dibuja espectros imaginarios y revela rostros entusiasmados en “The Last Thing I Needed”, manteniendo la atención del respetable, consiguiendo coros timoratos y logrando casi con toda seguridad reacciones varias de epidermis conmovidas. Todos a volar, a abrazar las nubes, a cantar, a disfrutar y a soñar con melodías (“Growing Up Around Here”) creadas por un orgulloso padre de familia examinado violentamente un lejano día por el juez más inflexible. Con tesón, apoyo y trabajo obtiene una excelente calificación: cum laude, matrícula de honor.

Menos no podía ser viendo su talante y contra viento y marea el tío, que hasta ese momento seguía una línea ascendente, porfía en su condición de analista de la realidad, de la cualidad humana, del compromiso y del amor componiendo un emocionante retorno lleno de vida, gratitud y entereza como muestra “Favorite Waste Of Time”, contagioso ritmo que refleja una etapa más introspectiva que la anterior, una época de reflexiones, búsquedas y encuentros como los ocurridos una “Cold Night In Santa Fe”. Nostálgica. Ardiente. Conspicua y atrayente elevando los corazones y congelando un instante recluido tras el piano mientras sus compañeros permanecían al frente del escenario abrazando al sosiego, completando un inicio estremecedor donde la melancolía dominaba la situación. El boogie “Sex, Lies And Money” es un cachondo subidón que requiere de la colaboración de las gentes allí reunidas, ya fuese el deslizante bottleneck del señor Donovan, ya fueran los activos timbales de Allen Jones, el incesante groove y simpatía de Christopher Griffiths, o las palmas alentadoras de una audiencia maravillada por la capacidad y solvencia de una banda de muy, muy, muy largo recorrido (“Long Gone”). Vuelta al piano para interpretar “Too Late Too Soon”, perfecta saeta para escuchar en la soledad de espacios abiertos o entonar en la amplitud de recintos cerrados, y a continuación van cayendo cual piezas de dominó eufóricos rocanroles, líricas camperas, significativos discursos, empíricas declaraciones y envites espirituales que demuestran que es un auténtico soulman. Sí, he dicho bien. Escucha e interioriza “17” y entenderás mejor ese razonamiento. Con ella se despiden, sin embargo volverían al escenario para regalarnos una épica “Anchors” seguida (un diez para el público) con la rectitud requerida en una sorprendente, robusta y desenchufada revisión a capella por parte del señor Hoge rodeado de personas pasmadas por el eco que proporciona “Middle Of America” en un recinto enmaderado. Llega la despedida, llega “Doesn’t Have To Be That Way”, el discreto coro y participativo adiós a una soberbia velada. Sonidos y relatos de Tennessee. Es solo rock n’ roll.