Y el cielo lloró de emoción en la 15ª edición de Azkena Rock Festival | GR76


Viernes 17 y sábado 18 de junio de 2016 en Mendizabala, Vitoria-Gasteiz

Tras años peregrinando a Mendizabala nuestra visión sobre Azkena Rock Festival ha variado tanto como el camino que nos separa de Vitoria-Gasteiz. El mismo aprecio, los mismos nervios. El mismo viaje e igual paraje, igual destino. Un recorrido donde el entusiasmo e incertidumbre conforman una combinación explosiva, un cóctel adictivo que por fortuna hemos catado sin falta desde el primer día que nos lanzamos a la aventura. Recuerdo ese instante. Recuerdo que nos sedujo la idea. Recuerdo que nos fascinaba poder ver al mismísimo… ¡Qué más da quién fuera! Ni tan siquiera el año del que hablamos. Importa la decisión, el momento en el que descubrimos el espíritu Azkena, el buen ambiente que se respiraba, continúa irradiando e indudablemente el rugido de las guitarras. Desde aquel momento hemos ido superando baches y exámenes varios que la vida te va planteando y nuestro querido Azkena permanece, afianzando su existencia a pesar de las permutas y variaciones sufridas. Unos años en septiembre, mayo también, ediciones de tres días, otras de dos (como los escenarios, dos y tres), Tortilla’s Hill, carpas que aparecen y desaparecen al igual que la Virgen Blanca, baños y acampadas que suscitan protestas, años con grandes nombres y otros mejores, pero perdura a pesar de las voces críticas, la proliferación de acontecimientos similares o las situaciones económicas por las que atraviesa la sociedad. Y creo que eso lo deberíamos valorar en su justa medida. Nosotros como usuarios y los encargados de Last Tour como organizadores. Un quid pro quo.

Jared James Nichols

Llegar a los quince años es un premio al trabajo, a la constancia, al sacrificio. Reitero. Mutuo sacrificio. Y para muestra, sólo había que dar un paseo por Mendizabala el viernes, un día aciago en el aspecto meteorológico que sin embargo mostraba una estupenda imagen en número de visitantes. A medida que el festival ha ido creciendo ha ido recibiendo mayor número de adeptos desde primeras horas, y uno tiene la percepción que este año la cantidad era mayor que en ediciones anteriores. Tal vez se deba a la irritable cortina de agua que nos acompañó durante esa jornada y obligaba a concentrarnos en los espacios habilitados para ello… Abrimos paréntesis. Decisión acertada. Resolutiva solución. Puede que fuera tardía (visto desde fuera), quizás obligada o acaso forzada por el contexto y las airadas protestas, pero situar tres carpas anexas a los tres escenarios se me antoja una medida adecuada. Luego entramos en las discusiones de la carpa principal y todas esas divergencias, pero al césar lo que es del césar. Sé por otra parte que entramos en un asunto espinoso como es el de la carpa, los motivos de su existencia y el tremendo revuelo que se montaba a su alrededor. Cuando el sol era implacable, era una gigantesca lupa que convertía eso en un horno. Al menos la gente no acababa con el cuello como un cangrejo y los artistas evitaban la insolación. El eco era por momentos insoportable. Las rachas de viento son impredecibles y estando a cubierto se paliaban. Pros y contras. Sofocos y venturas. Críticas y aplausos… Cerramos paréntesis. Debido al aguacero, el denso tráfico, la angustiosa búsqueda de aparcamiento y posterior embudo para conseguir la pulsera, nuestra entrada fue tardía y no pudimos ver a The Flying Scarecrow, aunque he de decir que mientras nos acercábamos al recinto el sonido de los de Sopelana era hasta cierto punto nítido y por las conversaciones que posteriormente pudimos mantener con amigos que lo presenciaron, animosos y esforzados pese a las adversidades. Ya pronosticamos que darían que hablar tras su merecido premio en el pasado Villa de Bilbao.

Julián Maeso

Hablando de amigos. Esta cita anual se está convirtiendo en algo más que obligado. Más bien necesario. Con el paso de los años hemos ido conociendo a gente de todos los puntos cardinales que gratamente se han convertido en los auténticos triunfadores del festival. No aparecen en el cartel, pero están. No están anunciados con gran tipografía, pero son insustituibles. Son parte de una familia que va creciendo, con miembros de varias generaciones, diferentes orígenes, tal vez dispares pareceres, pero unidos por un mismo sentimiento. El rock&roll. Y Azkena. Y la amistad. ¿Qué más da el resto? Esos días echamos el resto. Reímos, lloramos, bailamos, cantamos, observamos y disfrutamos desde la distancia todas las actuaciones que podemos, y vamos sustituyendo aquellas antiguas alegrías en primeras filas por el pragmatismo, por la visión desde lugares con mayor perspectiva donde compruebas el fuerte oleaje de sienes y brazos, donde aprecias la excitación del momento y evalúas desde otro punto de vista la entrega sobre las tablas y el asfalto. Lo comprobamos una vez más con Jared James Nichols y su Bluespower refugiados frente al tercer escenario dedicado esta vez a Scott Weiland, un rincón ciertamente atractivo durante las dos jornadas. Desde esos primeros minutos me doy cuenta que a la gente poco le iba a importar la lluvia y varios de ellos están a la intemperie botando de alegría, contestando afirmativamente a “Can You Feel It?”, emocionándose con “Mississippi Queen” o acompañando los riffs endiablados de “Playin’ For Keeps”. La verdad, una alegría volver ver la sonrisa de Jared, Erik y Dennis una vez más.

Vintage Trouble

La lluvia, una vecina pesada e incómoda a la que nadie había invitado nos obliga a permanecer en el mismo lugar porque en apenas veinte minutos teníamos los huesos para hacer caldo con ellos, y afortunadamente (para nosotros) contábamos con un agradable cambio de planes. Mientras estaba el león sobre el tablao comenzábamos con un plebiscito que por el contratiempo del tiempo tornaba indivisible, una opción que otros años podíamos complementar pero este veíamos complicada. Veamos. Desgraciadamente London Souls intervenían al unísono, y minutos más tarde teníamos la posibilidad de otra de nuestras apuestas, Daniel Romano, pero repetimos, las circunstancias eran las que eran, el sirimiri no remitía y veíamos cómo subían un hammond… Tras Jared subiría Julián Maeso. No podíamos dejar pasar la oportunidad de volver a estar frente al toledano y su banda, una gran banda, por cierto. Tenían programada una actuación ese mismo mediodía en la plaza de La Virgen Blanca, pero el maldito (o bendito) aguacero obliga a suspender y la organización toma otra medida que por nuestra parte es bien recibida, y hasta perseguida desde hace tiempo. Desde la distancia se adivina el brillo de los ojos del caballero, y sin duda tiene que aprovechar la ocasión, con lo que decidimos tomar posiciones más privilegiadas y disfrutar con su universo sonoro, temblar con el soul, vibrar con el groove, danzar con el funk o simplemente percibir el dulce aroma de “The Band The Girl And The Boy” y seguir soñando con “I Must Have Been Dreaming”, cuando te das cuenta que no es un sueño, es real. Está ocurriendo y el respetable se rinde ante una “Leave It In Time” majestuosa. Maravilloso. Nos debíamos dar prisa si queríamos ver algo de los primeros Vintage de la edición, los Trouble, no porque seamos fervientes seguidores. Tampoco vamos a decir que somos del polo opuesto, simplemente nos mantenemos en un discreto fifty-fifty, y teníamos curiosidad por saber si repetirían su show teniendo en cuenta que nuestra amiga seguía dando el coñazo. La lluvia puede ser maravillosa, sensual, romántica, y tremendamente cabrona. Desolaba su insistencia, y por lo que vimos a los californianos poco les importa si el recinto es amplio, reducido, cerrado, a cielo abierto o el bolo flexible debido al tiempo. Siguen el guión al pie de la letra con continuos paseos pidiendo correspondencia con los brazos, cánticos de Ty Taylor desde las primeras filas, crowdsurfing, piruetas, discursos efectistas que alientan al público y un notable control de la situación. Mi opinión sigue siendo la misma: mucho show y menos soul, sin restarles mérito, que quede claro. Perfecto reclamo para subir la temperatura y alegrar a un personal que termina respondiendo, actúa poseído por un espíritu hechicero, y se agota mientras un slide se desliza vertiginosamente por el río de brazos que sostienen al vocalista en “Run Like The River”, o agradece la entrega de los chicos en la cadenciosa “Strike Your Light”.

Lucinda Williams

Nuestra hoja de ruta converge en un jodido crossroads. Por un lado, la elegancia de la dama de Louisiana a quien debemos pleitesía. En el otro lado del cuadrilátero, la fuerza y pegada de Los Brazos, así que lo solventamos con una decisión salomónica, alternar fragmentos para dejar a todos contentos, sabiendo de la complicada tarea visto el panorama y la inoportuna coincidencia. Podría decirse que Lucinda Williams es una musa, un faro que nos ilumina el camino que se resume en una canción, un verso, una emoción, un sentimiento, en “Car Wheels On Gravel Road”. Un espíritu libre, una forma de ver siempre el vaso medio lleno. Y a pesar de todo ello uno disfruta más de la señora en la intimidad de un recinto cerrado donde el corazón siente diferente y las lágrimas son las propias, no las del cielo. Asqueados y aburridos por la tiranía de un cielo más invernal que veraniego y con “Drunken Angel” de fondo dirigimos nuestros pasos para tomar un respiro (más bien ponemos a cubierto) y ver como el trío bizkaitarra movía a su antojo con su vitaminado y jovial boogie rock a unos cuantos atrevidos que vociferaban y disfrutaban como si no hubiera un mañana. El personal se empapó de lo lindo, pero de sudor, porque la lluvia no desanimó a quienes apostaron por ellos. Tenían en su contra varios factores, pero a su favor su calidad, su desparpajo y la gran energía que transmiten en sus directos y comprobamos que aparte de ser una de las favoritas de Txemi, “Juice” sigue siendo un cañón, que William domina las seis cuerdas y se desgañita como el primer día y que Koki es el carburador del trío. Rápidamente volvemos hacia el Lemmy Kilmister Stage para acabar lo que habíamos dejado a medias y vemos a la carismática y reivindicativa Lucinda pregonando “Changed The Locks» bien secundada por una banda con galones que maneja con precisión los tempos sosegados y los arranques desbocados de una mujer que fundamenta su poesía y su carrera en la carretera, en la dulzura de la tristeza y en la continua búsqueda de su “Joy” particular. Como obsequio se despidió con una potente canción, un verso, una emoción, un sentimiento: “Rockin’ In The Free World” coreado con júbilo por el público.

Blackberry Smoke

Una de las actuaciones que esperábamos con mayor impaciencia estaba a punto de comenzar, así que vuelta atrás. Vamos al David Bowie Stage donde aparecería en minutos Blackberry Smoke, banda que suscitaba diferencias en torno a su tratamiento, si debía actuar en el escenario principal o simplemente en otro horario. Bueno, uno cree que estas polémicas pueden llegar a ser divertidas, pero son tan sólo polémicas. Poco nos importaba si parte del público opinada en un sentido u otro, poco nos molestaba esa pertinaz llovizna que podría haber sido motivo de renuncia en otras circunstancias, y poco trastocaba nuestros planes la inhabitual demora en la salida de los georgianos. Por cierto, también hubo división de opiniones posteriormente, aludiendo falta de garra, o la continua reprobación por un sonido defectuoso. Opiniones válidas todas, meditadas o mediatizadas, la cuestión es que a uno mismo no le pareció que fuera como para llevarles a la horca ni loarles en exceso, aunque creo que ese era el día indicado para meter la quinta y ofrecer a un público que las estaba pasando canutas, empapado y hastiado, un plus. Calidad tienen por arrobas, eso es incuestionable, y un ingente cancionero como para estar tres o cuatro horas sobre el escenario, pero esto es un festival y han de comprimir su repertorio en sesenta minutos de los cuales una décima parte dedicaron a Led Zeppelin con “Your Time Is Gonna Come”, recordando a más de uno a sus vecinos los cuervos, sus dos apariciones en Mendizabala o sus shows junto al señor Page. “Six Ways To Sunday”, “Restless” o “Rock And Roll Again” son canciones con la suficiente enjundia como para despertar al público, sin embargo la apatía fue la constante de un bolo que nos guste más o menos, es lo que escénicamente ofrecen. Curiosamente el ritmo final de “Three Little Birds” movió más al gentío que colmó el recinto, resultando complicado acercarse a las primeras filas. Extrae tus conclusiones.

The Hellacopters

En el tránsito de escenario a escenario hacemos un alto en el camino para engañar al estómago como ya habíamos calculado previa baja de los británicos Primal Scream, y divisamos el comienzo de quienes por fortuna cogieron el testigo. Los primeros repetidores de la edición, ya fuera como The Hellacopters o alguna de las aventuras de sus componentes. Coincidimos con amigos y advertimos que desde una posición alejada podemos mantener una conversación natural sin tener que arrimar las orejas porque el sonido utilizado no es el idóneo, más bien escaso, con lo cual damos por cancelada la asamblea y nos aproximamos a posiciones más cercanas. El cielo concede una tregua y podemos sacudir nuestros cuerpos y recuerdos gritando al fin “Supershitty To The Max!”, el álbum que puso en órbita a los suecos y rescatan para celebrar su 20º aniversario. La reunión de los considerados estandartes del rock escandinavo cala en el grueso de los azkeneros, y pese al nimio volumen la gente se entregó desde el “Born Broke” inicial hasta el adiós de “(Gotta Get Some Action) Now!” con las miradas y las empuñaduras de Nicke, Dregen y Kenny al cielo, dando gracias por haber respetado su tiempo y haber permitido que la peña se despojara de los plásticos e impermeables. Energía, actitud, adrenalina, fuego (“Fire Fire Fire”) y guitarras a cascoporro, demostrando eso de quien tuvo retuvo, animando a la gente a gritar, alzar puños y brazos y corear con fuerza “Didn’t Stop Us”, advertencia para los más incrédulos, aviso para las nubes que no se veían pero se intuían. Sufrido y ferviente desahogo tras el cual no dudamos ni una décima dónde dirigirnos. Desestimamos Danzig y apostamos por Luke Winslow-King, un hombre risueño y apacible que honestamente creo ganó el pulso de los oriundos de New Orleans con una propuesta sencilla, diversa, delicados detalles y elegancia sonora inspirada en las costas de Louisiana, suave como el aroma de magnolia y rotunda como el sabor a bourbon y honky tonk. El concierto mantuvo firme, que nunca quieto, a un público impresionado por atrevidos dobles slides que conseguían la ovación como en “Swing That Thing”, permanecía abstraído por el deleite sensitivo de “Cadillac Slim” o se resquebrajaba por la magnitud etérea de “Graveyard Blues” y la rica variedad de sonoridades en unos minutos penetrantes, momentos donde los doce compases te trasladan al abismo y el swing te abraza y cuestiona “Who Do You Love?”…

Luke Winslow-King

Tímidos rayos de sol asomaban por los resquicios que las nubes permitían en la matinal gasteiztarra, y nuestro pensamiento primordial giraba en torno a esos ingratos chaparrones. ¡Que no llueva, por favor…! ¡Que nos respete el cielo…! Rumiamos mientras paseamos por las calles empedradas del casco medieval que nos conducirían a una plaza de la Virgen Blanca que mutaba negra debido a un cielo retador y la mayoritaria indumentaria de sujetos que la poblaban esperando la actuación de Luke Winslow-King entre rabas, marianitos, txakolis y piscolabis, cuando media hora antes del comienzo… Desazón por una descarga, huída masiva en busca de un parapeto. Afortunadamente fue pasajero, pero lo suficiente como para jurar y maldecir en arameo. Comenzábamos el día como lo acabamos, y volvíamos a sentir el calor de un espacio que reúne al seguidor y al curioso, al vecino y al visitante. Un espacio que nos concedería una segunda oportunidad para tantear la entrega del caballero y sus compañeros en distancias más cortas durante unos minutos. Volvimos a caer rendidos ante la hechura, ternura, frescura y selecta mixtura de ecos de New Orleans, ante el impresionante Roberto Luti a la guitarra, la sutileza de Brennan Andes al bajo y el shuffle de Benji Bohannon a la batería, pero debíamos partir, teníamos reunión entre manteles y ágapes con la hermandad, y en el momento preciso de la despedida nos cruzamos con otros tantos que te obligan a dudar… No dudamos y en minutos estamos masticando y tragando, bebiendo, riendo y extendiendo tanto la sobremesa que olvidamos por un momento Mendizabala y perdemos, al igual que el día anterior el comienzo de la jornada, esta vez Sumisión City Blues. Una pena.

The Milkyway Express

Arribamos una vez comenzada la segunda jornada con la agradable bienvenida de The Milkyway Express, banda que dejó alto el pabellón reuniendo a un respetable numeroso y gozoso por su propuesta setentera blusera campera americana, sumándose al espíritu de Scott Weiland que seguía dando alegrías. Los escenarios y sus nombres, los tributos, deferencias con los que dejan el mundo de los vivos y viajan al olimpo de las leyendas. Otro acierto. Volviendo a los sevillanos, se mostraron radiantes y desarmaron a más de uno en una notable actuación rica en variedad instrumental, soltura y palpitantes composiciones como “Hot & Dry” o crecientes fábulas que calzan botas de cowboy y tropiezan con algún “Pecado” cuando hemos de trasladarnos rápidamente para cumplir con Cobra aunque fuese una visita fugaz. Otra de esas bandas que has de ver en acción al menos una vez en tu vida, que dicho sea de paso, nunca ocurrirá. Repetirás. Insistirás como el Azkena. En esta ocasión repetimos con el cuarteto los minutos finales donde comprobamos que el poderoso brazo del rock sigue fibrado y mantiene su fortaleza, verificamos que es una banda perfecta para levantar el ánimo y despertar de la siesta al personal con “Rosebud” y confirmamos que se metieron en el bolsillo a más de un nuevo seguidor. Los no tan nuevos sabíamos que sucedería, porque sabemos cómo se las gastan en el tete a tete, sus riffs endiablados, su rotundidad, su poder de captación y una música tajante y racial. Unos lo llaman rock, otros lo defienden como stoner, hard rock o incluso metal. Es 100% actitud. Es Cobra, the strong arm of the rock.

RavenEye

Con apenas unos segundos para pescar al vuelo un refrigerio, y en lo que tardamos en recorrer la distancia entre escenarios salta a escena RavenEye, trío donde el foco de atención es su guitarrista Oli Brown, considerado no hace demasiados años uno de los jóvenes bluesman británicos de mayor proyección que en este proyecto saca a relucir su vena más hard, acompañado de la típica tópica base rítmica activa, contagiosa y solícita con el respetable al que pide complicidad con ritmos calculados, estrofas pegajosas, algún solo bravucón del señor Brown, o utilizando frecuencias perfectamente descifrables que obtienen respuesta. Alegría, felicidad, aplausos. Una actuación dinámica, eufórica y dispuesta ante un público no menos dinámico, eufórico y dispuesto que disfrutó con los contagiosos giros, guiños y alguna acrobacia que por desgracia debíamos abandonar cuando nos dijeron “Run Away”, porque nos esperaban los otros Vintage, los vikingos de la Caravan, otro terceto al que teníamos ganas y llegamos una vez comenzado con las puertas abiertas a “Babylon”. En un principio podemos elegir lugar donde presenciar cómodamente el bolo, pero en pocos minutos el margen de maniobra no se contempla, ya que la gente empieza a aparecer por tierra, mar y aire. Estamos atrapados, pero en una máquina del tiempo. Estamos en los setenta. Olemos la hierba, sentimos los efectos sedantes de la música y vemos rostros atónitos y entregados ante unos mozalbetes que han absorbido a la perfección las enseñanzas de sus progenitores, tres chavales entregados a la rica herencia de épocas pretéritas, épocas añoradas por unos cuantos y veneradas por otros, tiempos de “Expand Your Mind”, de psicodelia sincopada y atrevida, de “Midnight Meditation”, de nostalgia, de progresión y suspensión donde el rock era algo más que un movimiento musical. Era paz, era lucha, era tensión. Todo eso lo sentimos con altas temperaturas, moderados pasajes, solos y wah-wahs salvajes, temperamento, equilibrio y atracción.

Vintage Caravan

Continuidad, inmediatez, variedad. Algunas de las características que nos engancharon del festival y que por desgracia (más bien por un clima cruel el día anterior) poco habíamos degustado y que en un excitante arranque estábamos compensando. Sin apenas descanso llega el intervalo de la reválida con sacudidas australianas e irlandesas empezando con Radio Birdman a los que, por esas trilladas coincidencias horarias y al igual que los anteriores presenciamos iniciada su participación. Así son las elecciones. Así son las curiosidades del Azkena. Rarezas de un festival al que amamos y en situaciones como ésta odiamos. Por mucho que nos doliera, un poco más tarde de echar el freno frente a Rob Younger & CIA actúa en paralelo la otra banda aussie de la edición liderada por Kim Salmon a quien posiblemente podríamos corresponder unos minutos si Imelda May nos lo permitía… Uff, ¡vaya sofoco…! Nos gusta la presión. Bueno, vayamos por partes, que será lo mejor. Vayamos con Radio Birdman, formación que reunía bastantes seguidores y realizó uno de los conciertos más aclamados de la edición, y si la memoria no me falla, el único que contó con un bis. Leve inciso. Tampoco estuvimos en todos, lo cual es materialmente imposible a no ser que seas prestidigitador, y tampoco sabemos si ese bis era algo calculado. La cuestión es que los asistentes agradecieron ese “T.V. Eye” de los Stooges como antes habían disfrutado con la fogosidad de “New Race”,  con decididas guitarras en“Aloha Steve & Danno”  que desatan la satisfacción a tu alrededor y la distinción de variaciones punk en “Murder City Lights” aceleran los latidos del corazón.

Radio Birdman

La sensación de profundo bienestar nos recuerda que en otra parte estarán a punto de finalizar unos coetáneos no sólo generacionales, sino de escena, así que con el permiso de Imelda May sacrificamos sus minutos iniciales por los finales de The Scientists, traslado que por otra parte no somos los únicos en realizar. Lógica continuación. Llegamos a las primeras filas sin mucha dificultad y advertimos que al bajo se encuentra otro repetidor, Boris Sujdovic, y los pequeños desagravios que surgen de esta simultaneidad conceden momentos emotivos, leves instantes en los que las decisiones son parte fundamental. A pesar de esos inconvenientes salimos convencidos de sus envites y alaridos noctámbulos de las antípodas (“Swampland”). Obligado paso por el control de avituallamiento para recoger un tentempié sobre la marcha y con el anochecer gasteiztarra de fondo nos dirigimos al habitual puesto de vigilancia donde, al ser habitual, encontramos parte de la hermandad viendo a la renovada Imelda. No diremos mucho más de su imagen, porque hasta ahora no hemos abordado esa cuestión, no debería ser nuestro cometido, y personalmente me parece absurdo y banal. Nos deberíamos centrar en el aspecto musical, en la entrega de la irlandesa que no decayó en ningún momento, demostrando cómo la esencia billy, los ligeros pellizcos bluesys y la presencia swing continúan como ella, que sigue siendo, al contrario de sus partenaires, un torbellino en el escenario. Ningún pero como músicos, empero blandos y apáticos. Contagiosas piezas como “Love Tattoo” obligan a que la gente mueva las caderas, sensuales como “Wicked Way” exigen fijar la vista en una trompeta pendenciera e imprescindibles himnos como “Watcha Gonna Do” son seguidos, coreados, aplaudidos y hasta imitados con movimientos desesperados de cabeza. Estábamos disfrutando, pero preferimos contemplar desde la distancia y con cierta envidia los minutos finales donde se adivina la algarabía y las contagiosas notas de “Johnny Got A Boom Boom” concluyen una concurrida intervención.

The Scientists

Camino al David Bowie Stage donde saldría Fields Of The Nephilim hay otro cambio de estrategia. Desde el centro observamos cómo la masa se divide. Unos esperan frente a un escenario vacío en ese momento, otros optan por la opción apuntada y otros parece que marchan despavoridos a la salida. No, corrían para ver a los reunificados 091. Así que, vista la facilidad y libertad en el espacio de abastecimiento y food trucks, momento para utilizar la visión circular mientras ejercitamos la lengua y el paladar. Punto y aparte para el momento café. ¿Cómo se puede servir un café frío? A ver, no se trata de pedir la hoja de reclamaciones teniendo en cuenta el contexto y entorno, pero… ¡Un café frío…! No way, mister. Si anuncias café, se sobreentiende que está caliente, no vamos a andar con exigencias de más o menos crema, pero si una temperatura idónea. Bueno, al menos los churros lo estaban, y desde ese lugar pudimos observar un momento a los granadinos antes de dirigirnos al Lemmy Kilmister Stage y presenciar a los ilustres veteranos The Who con la intención de poder elegir un lugar adecuado… Sin embargo compruebas que no eres el único en tener la genial idea de ser precavido, y el recinto ya está ocupado por inquietos como tú. ¿Aquí? No, vamos allí, que parece estar más despejado. Incrédulos. No hay tiempo ni lugar para la elección. Acampamos finalmente en un lugar adecuado que va achicando espacio (como era de esperar) a un ritmo espectacular mientras los trabajadores ultiman los detalles y en las pantallas se repasa en imágenes los cincuenta años de Daltrey, Townshend y compañía.

The Who (fotografía de Mercè Carbonell Artigas)

Puntuales salen entre aplausos y ovaciones y “I Can’t Explain” todo lo que recorrió mi mente, golpeó mi corazón y se unió a mi ánima durante la actuación. Una borrachera de sentimientos, recuerdos, imágenes, dogmas e irreverencias que afloran cuando vemos el icónico molinete del señor Townshend o sentimos la delicada contundencia de Keith Moon con los platos y tambores, Sí, has leído bien. Evidentemente no teníamos enfrente a Keith, pero en su lugar figuraba Zak Starkey, un tipo taxativo que defiende con honor su linaje (hablamos del vástago de Ringo Starr) que nos dejó boquiabiertos por su ímpetu y precisión. Afortunadamente el sonido es proporcional a su grandeza y el comienzo es apabullante. Se suceden uno tras otros himnos que revelan la aristocracia de unas canciones que nos han acompañado durante el camino, han sido confidentes de nuestros errores y han compartido nuestras curiosidades (“Who Are You”) respondiendo de inmediato “The Kids Are Alright”. Sublime. Imposible perder de vista las pantallas, imposible caer ante la exquisitez de “Behind Blue Eyes”, improbable rezar el estribillo y no sentir una inestabilidad emocional de estrofas mantenidas rápidamente catapultadas, enfrentadas con el sobresalto, con bad man, con sad man, con intrépidos fragmentos y agudos imposibles de antaño suplidos por experiencia. De repente, la luminosidad del escenario baja la intensidad y se produce el silencio. Un arpa de boca acompaña los pasos de Daltrey señalando al cielo, y un espasmo llamado “Join Together” recorre bajo los efectos de una armónica solemne la médula espinal, toca fibra, se presta a corear with the band y uno sabe que en diversos puntos de Mendizabala habrá similares pensamientos. La gente canta de alegría, baila como poseída y siente el éxtasis de una experiencia vitalicia, una noche opulenta frente a unos venerables caballeros de inestimable actitud, profundo compromiso con su legado y tremendo respeto hacia una asistencia (anteriormente Roger Daltrey se alegró al ver gente joven ocupando las primeras filas) que tiembla ante golpes de rabia y raza de Quadrophenia (“I’m The One”), responde con palmas y exclamaciones a “5:15”, gimotea con los escalofriantes impulsos de “Love Reign O’er Me” y cae rendida en un impresionante e inolvidable epílogo con “Pinball Wizard”, “See Me, Feel Me”, “Baba O’Riley” y “Won’t Get Fooled Again”, completando un set de ensueño y perfecto. Imborrable recuerdo.

Supersuckers

Descanso, pausa, soplos para interiorizar y recuperar fuerzas, tomar aire y algún refrigerio, que la edad no perdona. Por otra parte contemplamos la posibilidad de visitar a Refused o a Marky Ramone, un viejo conocido de la afición azkenera que desestimamos nada más proponer porque terminamos extenuados y afónicos al igual que unos cuantos esforzados que vemos aparecer entre la multitud, y comentamos las mejores jugadas en un petit comité que va ganando números al mismo ritmo que los va perdiendo un solar colmado segundos antes de seguidores. Como objetivo principal, aparte de reponer unas fuerzas que estaban llegando al límite, intentar jugar la bola extra con Supersuckers. Más tarde supimos que junto a Ramone saltó al escenario Ken Stringfellow y que Dennis Lyxzén fue capaz de absorber las penúltimas gotas de sudor al personal, pero estábamos calentando motores. Estábamos recluidos bajo la carpa anexa al escenario principal charlando cuando el cielo vuelve a llorar, tal vez porque ve cercano el adiós, quizás porque el entorno retomará su actividad habitual, acaso porque debía aparecer. La cuestión era dejarse notar, pero a esas alturas, en ese impasse de fragilidad global y cansancio visible en rostros, cuerpos y movimientos la ráfaga no iba a achantar al personal. Debíamos presentar nuestros respetos a Eddie Spaghetti y sus compañeros, poner broche final a esta edición del 15º aniversario cuando en un santiamén salen al escenario Lemmy Kilmister (inmejorable encuentro entre discípulo y maestro) nuestros héroes de Arizona comenzando con buenas intenciones, con agrado, con orgullo, con “This Life… With You”. Sencillez escénica para un rico recetario deudor del inconformismo punkarra y entregado a melodías más estilizadas con raigambre como las raíces americanas; variantes utilizadas y combinadas con esmero que son el resorte para que el público aliente con cada nota, cada acorde, con los estímulos que recibe el cerebro y posteriormente envía a las extremidades, a la boca, a los ojos, a “Creepy Jackalope Eye”. La figura desgarbada de Marty Chandler contrasta con la pulcritud de su guitarra, como contrastan las bofetadas de “I Want The Drugs” con las caricias de “Must’ve Been High”. Variables como el tiempo, sutiles como el viento, audaces como “Double Wide”, que exige no arrojar la toalla, e indolentes como el final de “Pretty Fucked Up”. Vimos a un Eddie comunicativo e inmensamente agradecido por las muestras de apoyo recibidas en el pasado. Salimos agradecidos por el esfuerzo. Era hora de retirarnos.

Es hora de los balances, los números, los análisis, las observaciones. Es hora de volver a la rutina, pensar en la próxima edición que afortunadamente tenemos anunciada desde ya, y hacer cábalas con los nombres que la formarán. Es hora de agradecer a todas las personas el trato recibido. A los de siempre, a los neófitos y a los anónimos, a la organización, al staff técnico, a las bandas, a los hosteleros y a algún que otro funcionario. Pero sobre todo dar gracias a esos que se encuentran currando por un puñado de euros. Los empleados de seguridad, montaje, limpieza, los que están en las cantinas…. Dos operarios en especial. Desconocemos sus nombres, pero difícilmente olvidaremos. Tanto el encargado de la entrada en el festival del lateral derecho, el cual siempre ha tenido una sonrisa en su rostro y buenas palabras a pesar de recibir constantes improperios por parte de esos que no entienden que está haciendo simplemente su trabajo y es un mandado además mal remunerado, y al encargado el domingo de la seguridad en el camping por la mañana, un tipo al que estaremos eternamente agradecidos por facilitarnos, a pesar de las órdenes de sus superiores, traspasar los enseres empapados por el lateral sin tener que atravesar el barrizal cargados con ellos. Dos empleados que tendrían que ser recompensados por la organización del festival, ya que a pesar de su salario de mierda, de infinitas horas bajo el frío y la lluvia, nos han tratado de lujo en todo momento. Desde nuestro punto de vista como usuarios hay aspectos que admiten mejora, como un camping necesitado de una revisión, con baños sucios, duchas lamentables e infraestructuras justas que se ven superadas si la climatología es adversa y no se adoptan las medidas oportunas, decisiones absurdas de última hora que toma un tipo que seguramente no es consciente del panorama y absurdamente impone levantar las tiendas bajo la lluvia y desplazarlas para otro lado (gracias a la familia azkenera que nos ayudó a mover todo). Aunque estos inconvenientes quedan rápidamente eclipsados por los gratos encuentros, las ayudas recibidas de seres desconocidos que terminan siendo parte de nuestra familia rockera y comienzas a añorar desde que comienza el ritual de vuelta a casa, los recuerdos de horas y horas de interminables charlas y algunas cervezas, los watios, las carreras de escenario a escenario, la complicidad y la hermandad. Sí, lo hemos dicho y repetido demasiadas veces. Lo repetiremos. Lo sentiremos. Volveremos a sentir el Azkena.

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