Viernes 22 de abril de 2016 en Kafe Antzokia, Bilbao
Hemos hablado tanto de ellos últimamente que la fuente de inspiración se va secando y comienzan a escasear unos recursos que por su reiterativa utilización podrían resultar cansos, pero somos constantes. Somos testarudos, que también lo hemos manifestado otro buen número de veces, somos perseverantes. Somos decididos, y de cuando en cuando escuchamos voces interiores que sugieren, aconsejan, invitan y hasta incitan.

Nos instaban y situaban en Kafe Antzokia para disfrutar de nuevo con The Steepwater Band, una formación acostumbrada a ofrecer recitales de proporciones considerables, o al menos tengo y hemos tenido esa percepción desde la primera nota que escuchamos, desde la primera estrofa que coreamos, desde la primera vez que les vimos encima de un escenario, desde el día en que se situaron en un puesto privilegiado en nuestro ranking particular, así que el entusiasmo por una nueva experiencia frente a los chicos pesaba más que cualquier otra contingencia. Ya nos habría gustado poder recorrer unos cuantos kilómetros hacia el oeste y disfrutar abiertamente con la familia gallega las dos fechas que catalogamos capitales en Cangas, pero las circunstancias son las que son y tendremos por delante unos cuantos días para saciar nuestras ansias de rock ‘n’ roll en vivo, para averiguar si el entusiasmo gana la partida a la urgencia… ¿O es al revés?

Nos enfrentábamos a otra velada vibrante e imprescindible junto a los holandeses Birth Of Joy, que se sumaban siendo este el único concierto que compartirían con Steepwater, lo que hacía más interesante si cabe la ocasión. Dos bandas similares y diferentes. Dos formaciones lejanas en su origen, cercanas en su idioma. El blues. Un cuarteto y un terceto, unos con un camino recorrido y otros por recorrer. Los ambientes densos y psicodélicos de los europeos y la amplitud sónica de unos americanos hechizados por la magia evocadora del blues, por los alquimistas del rock que a lo largo de estos años han demostrado que no estamos ante una simple manifestación lúdica. Es algo más que un mero pasatiempo, donde muchos buscamos en su interior sueños de libertad o la piedra filosofal añorada y otros encuentran su mantra particular, su espacio, su expresividad. Es un estado de ánimo. Es emoción, es vitalidad, alegría y melancolía. Códigos que Bowers, Winters, Massey y Saylors conocen y entienden perfectamente, pero antes debemos centrarnos en Stunnenberg, Hogenelst y Gutman, que dejaron una agradable sensación en la concurrencia. Unos tipos que pese a su lozanía cuentan con un directo y cuatro álbumes de estudio editados en otros tantos años, lo que demuestra un pingüe nivel compositivo que se dedicaron en comprimir en cuarenta y cinco minutos. Las hechuras sabbhaticas de “You Got Me Howling” fueron las elegidas en romper el hielo, pudiendo distinguir entre el personal movimientos timoratos de cabeza insuflados por un fornido trío moldeado por una guitarra fuzz y acrobática, una batería tenaz y un hammond sensual, lascivo, armónico, catalizador. Capital. Para darnos cuenta de su magnitud, “Teeny Bopping”, donde fusionan su actitud más cavernícola con eficientes progresiones melódicas o el viejo y arrastrado rock ‘n’ roll “Motel Money Away”, donde se adivina la silueta del señor Morrison con su efecto peyote al igual que “Three Day Road”, un alto en el camino para relajarte y disfrutar de sosegadas estampas que sugiere una tenue iluminación que imprime carácter al cancionero y una guitarra siempre expeditiva en impulsos, en solos y en argucias. Con “Make Things Happen” regresamos a la costa californiana y con “Mands Down” volamos por Escandinavia, dando por concluida una aparición profunda y ponderada. Fresca y ácida.


En los instantes de escapismo escénico (una licencia para describir el cambio de bártulos) reconozco que el corazón palpitaba a mayor velocidad cuando veía la extraordinaria colección de instrumentos, el mimo con el que trataban los pedales, el reluciente parche de la batería, y en la mente parte de las canciones, simplemente canciones que te emocionan, reconfortan o apasionan. The Steepwater Band tiene unas cuantas de esas, y en breves minutos con toda seguridad tendríamos la agradable sensación de haber vivido un capítulo esencial, otra parada más en la que afortunadamente coincidimos con los chicos. Escuchamos cómo crece el soul de “Don’t Let Nothing Shake Your Faith”, de The Consolers solapado con la distorsión de una Strato en “Shake Your Faith”, y comienza el baile de disparos fotográficos y rostros correspondidos. “¡Parece que no han pasado dos años desde su última visita!” Que se escucha entre la multitud, y no le falta razón, porque su imagen y tremenda energía es notoria, el bajo de Tod y las baquetas de Joe mantienen perfectamente el ritmo y Eric y Jeff demuestran una compenetración a las seis cuerdas de calibre. Brutal. En esta primera el lucimiento llega para Saylors con un solo de categoría, siendo Massey quien a continuación tomaría la batuta en “Walk In The Light”, una de esas composiciones que son descritas como de manual, pero que guardan en su interior demasiadas escalas como para frivolizar sobre ello.


Y de esta manera da comienzo un concierto arrollador que te mantiene alerta, te atrapa y te seduce con su magnetismo, con su savoir faire, con los slide camperos de “Silver Lining” y sugerentes de “Mama Got To A Ramble”, inmensa melodía que gracias a una cadenciosa línea de bajo alcanza tales cotas de altitud emocional que resulta evidente la falta de oxígeno. Mientras los aplausos no cesan, la figura de Eric Saylors toma asiento para afrontar con el lap steel “I Will Never Know” y volvemos a las canciones que sugieren, que emocionan, que prestan esa botella de oxígeno tan necesaria, que piden “Bring On The Love” y ruegan atención como anteriormente lo habían hecho los soberbios diálogos a doce cuerdas de «All The Way To Nowhere», otra composición cimentada en décadas pretéritas y recorrido atemporal, poderosa, tanto como “Cinnamon Girl” del viejo Young, que no sería la única visita de la noche por terreno forastero. Acertadísimas aproximaciones a sus satánicas majestades con “Midnight Rambler” y “Love In Vain”. La jerarquía de los doce compases, los arreones herederos del boogie y los vertiginosos solos al borde del precipicio, los progresivos desarrollos, vehementes wah-wah e incesantes slides, las equilibradas muestras de versatilidad y novedosas audacias funkies que permiten dibujar diferentes patrones a un conjunto que huye de parámetros encorsetados… De ahí este último trabajo. De ahí el mensaje, la frase con la que nos saludó amablemente Joseph Winters, su empeño y su compromiso, Shake Your Faith. ¿El resto del concierto? Lo tendrás que averiguar. Soplan vientos del norte, llegan aires del sur.
Cinnamon Girl