The Black Cadillacs, unplugged en Keska Taberna | GravelRoad76


10257283_653795201354157_6516722128092615361_oThe Black  Cadillacs se despidieron de su primera gira española con un concierto unplugged en el Keska Taberna de Llodio, donde Rafa Robledo y el resto de nuestra familia vasca disfrutaron del buen hacer de esta banda de Knoxville, la cual apenas 4 días antes ya robara nuestros corazones con su enloquecido show en Cangas Rock.

Miércoles 16 de abril de 2014 en Keska Taberna, Llodio

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Según el calendario católico era el día previo a Semana Santa, la cual comenzábamos con nuestra Pascua, nuestra peregrinación, nuestro Miércoles Santo particular. Comienzo para algunos, final para otros. Llodio era el punto y final en la gira de The Black Cadillacs, y tuvimos la fortuna de estar presentes en su adiós cuando se trataba de nuestra bienvenida frente a unos vecinos (y ya van unos cuantos) de Tennesse que nos derrumbaron con su simpatía, honestidad, y por supuesto con su categoría musical, evidenciando que juventud no está reñida con calidad. A pesar de esa bisoñez son perros viejos en las distancias cortas, y cuando les veamos subir a grandes escenarios recordaremos estos momentos y podremos decir orgullosos que ese día estuvimos en el lugar preciso, en el momento correcto, en local adecuado. En Keska Taberna, un rincón acogedor, amable, familiar.

En ocasiones uno se pregunta porqué comparte estas impresiones, cuando en realidad cree firmemente que los mejores análisis son aquellos que cada uno extrae sin que le pueda influir una opinión tal vez sesgada, tal vez interesada, quizás negativa o acaso en exceso positiva. Pero siempre procurando ser honestos, trabajando con la misma honestidad que emplean todas las bandas que nos seducen con su música y su actitud, que al final es de lo que se trata esta historia. Sin más. Actitud ante la vida. Valentía. Pundonor. Dignidad. Esas fueron las premisas que los chicos utilizaron en un electrizante concierto acústico que comenzaron a pie de calle, pidiendo la complicidad de la gente, animando como si estuvieran en las calles de New Orleans, contagiando vitalidad y alegría. Cámaras que no dejan de disparar, rostros de asombro ante lo que estaba sucediendo, y la incredulidad que despertaba el comportamiento de unos jovenzuelos se convierte en décimas de segundo en satisfacción, en rostros de alegría.

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Siguiendo las tradiciones de las fechas, tras un prometedor prólogo seguimos los pasos de los muchachos que nos conducen a un local que se llena en un suspiro, un local que no tardará mucho en subir de temperatura, un local que se mutará en espacio casi religioso con la voz nasal y soulera de Hill Horton, un tipo que parece abducido cuando suena la música. El típico y tópico maestro de ceremonias que mueve endiabladamente los pies, agita la pandereta, suda, sopla la armónica, anima al público, da palmas y mantiene una elegancia casi británica en el escenario. Todo ello con sus compañeros de aventuras, junto a la penetrante guitarra de Matthew Hyrka, con Adam Bonomo, un tipo que se gana el pan con sus manos, porque tal fue la fogosidad que utilizó con el cajón que nada más concluir se acercó a la barra pidiendo hielo para mitigar el dolor. Y los armónicos rubiales de la banda, John Phillips, pulcro y sutil con la otra guitarra y Phill Anderson, un vendaval a las cuatro cuerdas.

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La ceremonia va creciendo a medida que pasan los minutos, se nota la complicidad entre banda y público, y por momentos las armonías vocales se multiplican, se funden, logran ser una. Contundente. Emocionante. Como una ceremonia gospel. Magnético. Intenso. Evidentemente al tratarse de un formato acústico las canciones adquieren un cariz diferente, pero el ímpetu con el que interpretan las robustas “Choke” o “Something To Shake” hacen que olvidemos por momentos los amplificadores y participemos en “Find My Own Way”, con público entregado, acompasando con palmas, meneando cabezas, gritando y disfrutando con “Run Run”, tal vez una de las más conocidas y más esperadas, que creo acertaron en dejar para el tramo final. Entrañable “Squad Car Blues”, deliciosa caricia stoniana vía “Dead Flowers”.

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Hora de la despedida, de los recuerdos, las firmas, las fotos, los agradecimientos. Una noche vibrante lo merece, y si añadimos que los chicos se prestan a ello, se comportan con cordialidad, se mezclan entre la gente y te devuelven el agradecimiento, habrá que subrayarlo, habrá que seguir apoyando a las bandas que nos visitan y logran por un instante que nos mantengamos vivos, disfrutemos y arrinconemos los obstáculos que se cruzan en el camino, de la misma manera que no nos podemos olvidar de la labor que realizan en Keska Taberna. Cuando obtengan su recompensa diremos que allí estuvimos. Fuimos testigos la primera vez. No será la última.

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