Miércoles 22 de marzo de 2023 en Kutxa Beltza, Bilbao

Las primeras veces son, en el inmenso océano de acontecimientos, circunstancias, experiencias, cometidos, experimentos incluso intenciones, imborrables, siendo el rock n’ roll uno de esos muchos asuntos que indudable y periódicamente pasan por esa inexorable fase de hallazgo. Siempre habrá una primera vez, una sorpresa, un sobresalto, un primer y alarmante instante de perplejidad. Siempre habrá tiempo y espacio para las gratas decisiones, para las súbitas seguridades. Pues el miércoles pasado fue una de esas, no porque desconociéramos a MojoThunder, sino porque se podría catalogar como un bautismo que perseguíamos con ahínco desde que llegaran a nuestros oídos. Íbamos predispuestos, no lo vamos a negar. Dispuestos, como dijera Sean Sullivan en su único parlamento de la velada, a pasar una wonderful night. Teníamos fe ciega en los muchachos, puesto que pertenecen, bajo nuestra opinión, a un abundante sector de bandas con futuro prometedor y visto lo visto, la fe se mantiene incluso se ve aumentada, porque tras comprobar in situ el cañonazo de actuación, algo nos dice que más satisfacciones están por llegar. Alguna de esas en forma de novedad pudimos catar, porque entre el repertorio manejado tenían cabida títulos que, según ellos mismos han manifestado, incluirán en su próximo trabajo que esperan tener resuelto este año.
Canciones, tienen. Actitud y aptitud, ni se cuestiona. Lo dejaron demostrado en Kutxa Beltza, la platea superior del Kafe Antzokia bilbaíno ante un aceptable número de personas en su segunda representación (de doce) ibérica antes de continuar por Francia, Alemania o Bélgica. O sea, un primer (otra ocasión inicial) desembarco europeo bastante movidito. Nos alegramos de ello y por ellos, porque el circuito, la escena, el mundillo, el circo actual o como lo quieras llamar, está hecho unos zorros. Tampoco vamos a comenzar ahora un debate estéril, pero es la maldita realidad. A lo que vamos: MojoThunder. Un conjunto brillante en todas sus posiciones con unas canciones que en las distancias cortas crecen, con una correa extraordinaria sobre el escenario y unos eficaces movimientos que quedarían un tanto deslavazados por la constante neblina y una parca iluminación que lastró la buena visualización del show. En este último apartado, o mejor dicho, en cuanto a soltura y actividad habría que resaltar a Andrew Brockman, un tipo risueño, dinámico y saltarín que da mucho juego, aparte de ser un espléndido bajista, por supuesto.

Su rollo, o como ellos mismos defienden y definen, Southern Alternative, es decir, una unificación de fórmulas, ramificaciones y raíces americanas actualmente en boga según un amplio segmento de prensa y afición, pero en este aspecto uno, que es más simple que el mecanismo de un chupete, seguirá defendiendo la creatividad de los artistas al margen de paralelismos, analogías o diferencias. ¿Que se pueden adivinar ciertas influencias? Indudable. Los Stones absorbieron muchas enseñanzas. ¿Que en “Jack’s Axe”, el pelotazo con el que dieron por finalizado el oficio con el público entregado, coreando y aplaudiendo, vienen a la mente distintas referencias? El viejo Young comenzó escuchando gente legendaria o pioneros como Elvis tuvieron sus profesores. ¿Que “Soul” revuelve las entrañas y podría recordar a fulano o mengano cuando escuchas una voz atormentada o un vertiginoso slide? Aquí habría que hacer un pequeño receso, puesto que la canción llama al sosiego. a la meditación individual y además he de admitir que a servidor estas hermosas aleaciones de sintomático título e imperial carácter le subyugan. Se echaron de menos los coros, pero el orfeón botxero cumplió con las funciones encomendadas mientras el amigo Bryson Willoughby, después del típico diálogo a doce cuerdas se afanó con el bottleneck. Grandioso. Sublime. Colosal. Domina todas las técnicas y, aun siendo un líder en potencia, cede con agrado esos laureles a las canciones, a las puntuales individualidades que son dirigidas desde la retaguardia por Zac Shoopman, un auténtico monstruo de las baquetas. Desde los prolegómenos se pudo apreciar su importancia, ya que en la inaugural “A New Dawn” desplegó su arsenal de recursos al tiempo que quedaríamos prendados del chorro de voz, la tesitura, el rango o el carisma soul de Sean Sullivan. Unas cuerdas vocales que quitan el hipo.

Y bastantes asistentes comparecerían en Kutxa Beltza con parecidas esperanzas a las nuestras, porque MojoThunder es una banda con un interesante material aunque hablemos de tres ejemplares (sumando el disco en directo recientemente editado) en su lustro de existencia. El más conocido, o al menos con el que consiguieran mayor notoriedad por el hecho de ser su (gran) debut como larga duración, “Hymns From The Electric Church” que evidentemente emplearían como núcleo del concierto. Con puntualidad se presentaron en el escenario y el personal se desgañitó desde ese santiamén porque tras el comienzo ya apuntado donde se confirmaban nuestras especulaciones, el señor Bryson Willoughby introdujo con señorío su bárbaro bottleneck en “Rising Sun”… Y saltaron chispas. Arreciaron los aplausos, se sucedieron los rostros de estupor y se podía intuir una sensación de beneficio en toda su extensión. Para los chicos de Kentucky que continuaron con el arrebatador ritmo groove “Untitled #69” y para la asistencia bilbaína que se frotaba los ojos (la escasez lumínica tuvo también su parte alícuota de culpa) viendo la insultante destreza, versatilidad y cantidad de fundamentos asimilados por parte de cuatro mozalbetes que sí, por una vez, y sin que sirva de precedente, nos recordaron a bastantes formaciones cuyas primeras visitas seguirán presidiendo nuestro álbum particular.

Como muestra, “Babylon”, otra de sus principales muestras de perspicacia y categoría que lograría, cómo no, el alarido colectivo, y a continuación, una ristra de esas novedades ya comentadas que por cierto, causaron una muy buena impresión en el familiar Antziki. Entre ellas metieron “Fine (Ever Since The Day You Left)” de su primera grabación en forma de EP, y ya en el tramo final, sin bises ni artimañas para que los espectadores extiendan aún más las loas que ya habían recibido durante la velada, “Bulleit” y “Blackbird” aparte del frenético remate con “Jack’s Axe”. La primera, una absoluta delicia con sus cambios de orientaciones, con sus juegos guitarrísticos, con los crepusculares ecos demandados por Sean Sullivan, con la encendida guitarra final del omnipresente Bryson Willoughby, con los tambores alados de Zac Shoopman o las argucias a cuatro cuerdas de Andrew Brockman. Una sauna. Un bendito infierno. Un sensato delirio que continuaría con “Blackbird”, otra composición que si en su versión grabada adquiere elevadas cotas de excitación… Se debe vivir en directo. Se debe sentir en medio de una sala llena de enloquecidos congéneres o fanáticos feligreses, pues un fuerte escalofrío sentirás. Una sensación de libertad. Una combinación de confianza, mordacidad, vínculo o perdón, que en definitiva son algunas de las muchas bondades que el rock n’ roll nos concede y en este caso proporcionan estos chicos de Kentucky que siguen su extensa gira ibérica antes de traspasar los Pirineos. Aún quedan unas cuantas oportunidades, ¿te lo vas a perder?