Se cumplió el pronóstico. Se cumplieron los vaticinios. Triunfaron en el Kafe Antzokia DeWolff | GR76


Domingo 26 de febrero de 2023 en Kafe Antzokia, Bilbao

Después de unos meses de abstinencia, el pasado domingo volvimos al Kafe Antzokia, y la verdad, elegimos bien porque la reentré fue espectacular. Tarde noche para no olvidar. No sabemos si el aforo se completó, pero faltaría un ticket o ticket y medio para ello, porque el Antzoki estaba petao. Hasta la bandera que se suele decir, aunque allí pocas banderas hay. Estandartes sí. Espíritus también. De la buena respuesta del personal nos dimos cuenta en los prolegómenos, en la perfecta y respetuosa fila montada frente a las puertas de acceso a un local que de antemano notificaba sobre cierto retraso debido a problemas con el transporte, más concretamente con una de las furgonetas que les traía desde la Ciudad Condal. En esos minutos previos vimos cómo llegaban los muchachos de The Grand East, cómo descargaban bártulos de la autocaravana y cómo la gente, pese a una temperatura nada agradable, esperaba pacientemente a que llegara el momento de cruzar las puertas. Pocas protestas hubo (ninguna más bien), así que concederemos a la gente el diez que otros asignaron a DeWolff nada más acabar su intervención. Vaya por delante que tampoco impugnaremos esa nota, porque los holandeses realizaron una excelente actuación. Bueno, ya lo habíamos dicho. Espectacular. 

Y pese a los inconvenientes, pese a la demora y pese a la incredulidad de alguna persona presente, los horarios no sufrieron una grandiosa alteración. Evidentemente la hubo, habría ciertos cambios de guion, ajustes en el intercambio, alguna merma en el setlist de los primeros o algún otro detalle que se nos escapa, pero digamos que el espectáculo en su conjunto respetó en lo posible el programa previsto. Por cierto, y para espectáculo, The Grand East. Sabíamos, o mejor dicho, intuíamos, lo que se nos venía encima porque diferentes fuentes nos avisaban del espasmo que experimentaríamos con los chicos, o mejor dicho, con Arthur Akkermans, su revolucionario vocalista que no para un segundo azuzando al público, gesticulando y meneando su cuerpo como si fuera un sensual reptil, bailando y girando sobre su eje sin cesar, soplando la armónica desde el centro del escenario, en cualquiera de sus esquinas o frente a alguna retribuida seguidora.

Con esa conducta se metió en el bolsillo a la peña que respondía alentando todos sus desplazamientos o accediendo gustosa a abrirle una autopista para que, desde el centro de la sala y pandereta en mano, siguiera con su performance particular. No nos vamos a tirar ahora el rollo enumerando canciones, pues no tendría sentido porque poco habíamos oído hablar sobre ellos con anterioridad y poco habíamos atendido su discografía salvo furtivas y rápidas escuchas motivados por su presencia en este tour, y la verdad, una conclusión podemos extraer. Una conclusión que muchas en una son. En su material discográfico esgrimen muy buenas maneras y una interesante propuesta, pero sin duda su principal bastión es el directo. Son dinamita en las distancias cortas, pura adrenalina y una formación con bastantes boletos para dejar de ser comitiva algún día. Tienen un profundo background, conocen los secretos y los entresijos del Rock & Roll, y aparte de una primera impresión que pudiera llevar a equívocos, los tíos tienen una sólida personalidad. Buen aperitivo para el banquete final.

Lo que presenciamos a continuación fue una delicia. Un instante que permanecerá sellado en la memoria durante mucho tiempo, porque estos tres zagales acreditaron las razones de su actual reputación. Sabido era que nos quedaríamos sin la sección de vientos, los coros o las percusiones que engrandecen el recientemente editado “Love, Death & In Between”, pero no es menos cierto que con ese disco están consiguiendo las cotas que muchos auguraban desde trabajos anteriores. Además, sus apariciones en directo, y puede que la llamada del año pasado de los Black Crowes tenga su importancia en este asunto, están llamando la atención, están acaparando titulares. Tras la rápida reestructuración del escenario suena de fondo una potente “I’m The Wolf” del legendario Howlin’, presentimos que en unos minutos surgirán de la oscuridad los hermanos Luka y Pablo van de Poel (baterista/cantante y guitarrista/cantante principal respectivamente) y Robin Piso (teclista/corista), y el público sustituye la expectación de ese par de minutos por la absoluta enajenación producida cuando “Night Train” inaugura la velada. Apoteosis. Desde el primer minuto la gente está entregada, la gente corea fuertemente el estribillo y alguien nos susurra al oído que ese comienzo augura fuertes emociones. Se cumplió el pronóstico. Se cumplieron los vaticinios.

Fuera clichés, fuera fundamentalismos. Tres jóvenes influenciados por la vieja escuela, por los sonidos que seguramente atraparon a sus padres y a varias generaciones, influenciados por las psicodélicas fragancias, por el diabólico blues, el dinámico groove o la trasmisión del magnánimo soul. O sea, una ilimitada orientación de géneros que intercalan con sorprendente habilidad e interpretan con total convicción caso de “Heart Stopping Kinda Show”, elegante ritmo soulero en el que echamos de menos los preciosos coros femeninos de la grabación, pero para eso está el orfeón botxero. Como si de una ceremonia baptista se tratara, la audiencia celebra la homilía con los brazos en alto, con las palmas en armonía, las almas en sintonía y las gargantas en algarabía, describiendo así una de esas situaciones que, sin ser de naturaleza religiosa, tienen un componente espiritual muy importante.

A partir de aquí desaparecen las referencias a “Love, Death & In Between” hasta el colofón final o un par de apuntes sobre el disco del que Pablo van de Poel descifraría su génesis. La intensidad era indiscutible, ya sea en ramalazos como “Yes You Do” donde el Hammond de Robin Piso guía los falsetes y el exquisito solo de Pablo mientras Luka enseña sus credenciales como baterista y vocalista, ya sea en románticos entreactos como “Tired Of Loving You”. Elegante introducción de los marfiles, tonos bluesys y platillos volantes, una maravilla que encandilaría al respetable y precedería a la alocución del locuaz chamán de la congregación sobre la peripecia vivida en el trayecto hacia Bilbao. Sin malas pulgas. Con sarcasmo y con un puntito de orgullo, pues al ver la hilada humana ¡se sintieron los Beatles! Su aptitud es proporcional a su actitud (“Blood Meridian I”), su genio similar a su ingenio (“Double Crossing Man”), su talento equiparable al talante (“Nothing’s Changing”) y el status adquirido es consecuencia del trabajo (“Treasure City Moonchild”), de la insistencia y el incesante cambio de coordenadas empleado desde que debutaran dieciséis años atrás. En esta fase por la que hemos pasado de puntillas ellos estuvieron sublimes, no crean ustedes que no podríamos apuntar algo negativo, porque se vivieron momentos de euforia, momentos de afinidad entre asistentes y oficiantes, momentos de exclamaciones y aclamaciones, momentos para mover las caderas… Bueno, aquí nos hemos venido arriba porque el espacio vital se reducía a medio metro cuadrado, sin embargo el sentimiento de felicidad era tan grande que un simple movimiento de pies era motivo de desenfreno.

Capítulo aparte merece ese colofón final antes mencionado que hacía la función de bis: “Rosita”. Los aplausos arreciaban solicitando que los muchachos regresaran y vemos cómo el técnico le entrega a Pablo una bonita Epiphone que ya había utilizado además de una Les Paul dorada, una Flying V encarnada, y una Firebird caoba. Bonito muestrario. La canción en cuestión, que es algo más que una canción, es presentada entre muestras de regocijo y en su discurso Pablo indica que puede durar doce, dieciséis o veintidós minutos dependiendo del día, del público o del lugar donde se encuentren, y como recuerda con sumo agrado cuando estuvieron entre esas paredes aunque fuera en su apartado superior… ¡Prepárense para un mini concierto! Una bacanal. Impresionante. El slide del guitarrista conduce a espacios sensoriales mientras sus compañeros van cubriendo la canción con diferentes cortesías, y llega la explosión. La psicodelia se disfraza de Soul, el Groove hierve en el órgano de Robin, la fortaleza del Rock surge de la batería de Luka y Pablo emula a su partenaire Arthur agitando la guitarra (en esta ocasión era la Les Paul) rodeado de público en el centro del Antzokia. Yeah!

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