Capsula: “Phantasmaville” | GR76


Después de un trimestre de vida del reciente disco de Capsula, nos hemos animado a retomar aquello que un día comenzamos, aquello que tantas veces intentamos reanudar, aquello que tantas veces desestimamos y volvíamos a tachar. Además, el hecho de no haber podido asistir a su presentación por problemas de salud (dolencias crónicas, nada referente a la matraca actual), se sumaba a la quiebra descriptiva y en cierta manera complicaba la labor. Y eso que “Phantasmaville” muerde, provoca y tiene suficientes peldaños como para advertir los diversos planteamientos proyectados, pero cuando las ideas se declaran en huelga hay que esperar hasta que se calmen las aguas. Y aquí estamos, con un nuevo dígito en el calendario. Con el año felizmente marchitado en la columna del debe, porque, sea una entelequia o un organismo real, alguien nos debe algo, pues las interminables horas de asfixia informativa, los continuos vaivenes de cifras, olas, dramas y fantasmas o el desastre originado por este azote atestado de obstáculos y cerrojos durante estos últimos doce meses y otro buen pico del año anterior, ha alcanzado cotas inimaginables. Ha revelado nuestra vulnerabilidad. En fin, corramos un tupido velo. Punto y aparte.

Porque aparte de esta controversia, en materia musical hemos vuelto a confirmar la buena salud de la que goza el circuito nacional e internacional en cuanto a discos, claro, porque no vamos a recordar el destierro de los espectáculos, las giras, los festivales, los pequeños locales, los profesionales del sector… Tal vez el título del reciente disco de Capsula guarde algún sentido en este sentido, valga la redundancia. O tal vez no, tal vez sea tan solo una conjetura personal, puesto que la vuelta del trío a los estudios de grabación nos parece que en cierta manera se ha visto condicionada tanto por la tristeza de no poder actuar en directo como habitualmente lo llevan haciendo desde hace años, como por la razonable inseguridad sobre la elección del momento idóneo para la publicación de un nuevo elepé. Hablamos una banda acostumbrada al olor de gasolina, los watios y las distancias cortas. Evidentemente esa práctica ha permanecido en modo pausa, y en ciernes a una etapa más magnánima para las funciones de rock ‘n’ roll, en octubre salió a la calle “Phantasmaville”. Con el ánimo de presentarlo en directo, con el ánimo de volver a sentir los nervios y el imprescindible hormigueo, aunque todavía permanezcamos en el laberinto.

Esté concebido o no bajo esas premisas apuntadas, tanto su carpeta como su contenido tienen las suficientes señales como para que nos produzcan tales impresiones, ya que a su ya clásico aliño musical integrado por elementos subjetivos o tridimensionales, ciertos carices, más bien ciertos títulos, nos inducen a pensar en ello. Sin ir más lejos, “Ciudad Fantasma”, una canción que nos sitúa, con su esotérica orquestación y sus zozobras corales en aquel paréntesis de inhóspitas avenidas y alarmantes circunstancias de tan amarga alusión. La cobertura, diseñada por Oskar Benas, es sintomática, es sugerente y llamativa. Como el contenido, que aparte de coincidir en calificativos, sigue flotando en su particular nirvana, sigue explorando el misterioso averno con canciones profusas y concisas, planteando nuevos formularios aun manteniendo los esgrimidos hasta hoy. Al mando de esta cápsula (esta vez con tilde y minúsculas), y encargados de la producción como de esta combinación de sustancias y percepciones, Coni Duchess y Martín L. Guevara, pareja embrionaria de un proyecto que se ha acompañado al cabo de los años de diversos bateristas, siendo Álvaro Olaetxea el último de ellos. Por primera vez interviene (aunque ya lleve un tiempo como titular) en el laboratorio Silver Recordings que curiosamente incrementa su condición debutando también como sello discográfico.

El baterista adquiere un sensible protagonismo demostrando una estrecha sincronización con el tándem principal en el desarrollo del mismo o en canciones como “You Won’t Believe It”, donde el redoble inaugural es la chispa precisa para prender la llama underground de una pareja que alterna labores vocales y seduce con las sacudidas de sus respectivos instrumentos, como a renglón seguido sucederá en The Möbius Strip”, un estrepitoso reclamo que descubre su faceta glam con el lascivo saxo de Jose Luis Arriola manejando la situación. El disco, que dicho sea de paso, cuenta con una edición analógica muy chula en vinilo rojo, se reproduce de un tirón, lo cual no implica que tenga enjundia, ni mucho menos. Tiene músculo e intensidad, pasando de la cólera inaugural de “Behind The Trees” a la hipnosis final de unas “Esferas” que remiten a épocas pasadas y dominios british mientras adivinamos acercamientos playeros en el diligente tic-tac de seis cuerdas en “All My Friends”, psicodelia californiana condensada en la delicada “I Don’t Mind” o en la dispuesta “Into The Sun” y recuerdos de infancia que afloran en el tango alternativo “El Camino de La Plata”. Tango por su origen (si bien son bilbaínos de militancia), ya que su compostura se adecúa más a un guateque de los setenta y en su estructura se aprecia un torbellino de métodos y corrientes administrados con elegancia punk. El punk, lejos de ser un grito de subversión puede ser tan elegante como el estimado rock ‘n’ roll almacenado en “(Don’t Be Afraid And Play) Rock ‘n’ Roll”, o puede adquirir tantos semblantes como los formulados en “Melting Down”, que no son sino la gnosis de Capsula, la dimensión de “Phantasmaville”.

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