Por fin hemos dado boleto al funesto veinte veintiuno. Por fin hemos quemado los calendarios y hemos borrado de un plumazo la amargura vivida dando la bienvenida al veintidós, si bien es cierto que aún no ha amainado el chaparrón. Cesará, estén ustedes seguros. Llegarán la hora H y el día D, llegarán nuevas venturas, recuperaremos viejos hábitos y podremos cantar con rabia, podremos mirar directamente a los ojos a la amiga esperanza. A grandes rasgos, ese el mensaje que lanzan el bilbaíno Pablo Amann y sus compañeros The Wayward Sons en “Hymns Of Hope And Rage”, nueva creación puesta en circulación el primero de enero. Fecha señalada por lo que entraña un cambio de ciclo que en esta ocasión llevamos implorando demasiado tiempo e inusitada para tales menesteres (que alguien pensará), pero fecha adecuada para publicar esta sinopsis de intenciones y deseos que conforman el tercer trabajo en estudio de la banda.
Tercero en estudio ya que el anterior, “Live In Bilbao”, estaba realizado como su nombre indica, en directo. Se trataba de una grabación del concierto presentación de “Drive Home” celebrado meses antes de que estallara el azote en el que la humanidad ha estado deambulando entre números y datos, colapsos e incidencias o marejadas y rumores. En ese severo escenario se crea este disco. Durante el apocalíptico periodo de reclusión hogareña producido por un virus numerario que ha puesto en jaque a la sociedad. Quizás “Devil Knows My Name” sea una taxativa referencia a esa circunstancia, dado su explícito título y el posterior desarrollo de una canción sostenida por la proporcionada simbiosis de la atormentada garganta de Pablo Amann y el resto de manuales que de alguna manera sostienen el aspecto de un esqueleto construido a partir de los enigmáticos doce compases, aunque su constitución final pudiera llevar a equívocos. Se avista el legado del célebre Robert Johnson en un vertiginoso bottleneck, se presienten cruces de caminos, humeantes cantinas, espectros vagabundos… y figuras cristalinas, porque el disco es gráfico y cristalino. El disco es reflexivo y es un disco que aun siguiendo las pautas de sus predecesores, introduce nuevos registros ampliando la dimensión de la agrupación. Sus consabidas afinidades americanas siguen presentes en las composiciones, pero se pueden adivinar otros detalles como los esgrimidos en “Under Pouring Rain” o “Feel It In My Bones”, conocidas con antelación porque fueron compartidas en plataformas digitales doce y quince meses atrás.
Debería obtener buenos réditos para sus autores esta entrega, pues la labor gramatical tiene tanto peso como la parte musical, y a pesar de sus evidentes referentes, Amann & The Wayward Sons han confeccionado un conjunto de heterogéneas canciones en las que la búsqueda es el valor predominante en el sentido más amplio de la afirmación. Búsqueda musical, búsqueda racional y búsqueda espiritual en tiempos oscuros, tiempos necesitados de destellos, ánimos y alivios. Puede que la brillante luna encarnada de la portada tenga su consecuencia en la manufactura de un elepé de propia identidad, o puede que su enfático caudal sea el artífice del diseño, las desesperadas exclamaciones o el slide de “I Just Wanna Go My Way” autoricen nuestros cálculos enterrando los frecuentes y hasta crueles paralelismos, el emergente auxilio coral de “Once I’m Gone” demuestre su compromiso artístico o el vertiginoso groove de “Something Higher” favorezca a no encorsetar con cierta ligereza algo tan vasto, tan cosmopolita, tan inspirador, tan barroco o tan osado como el rock’n’roll. Y es ahí donde hostigan. Es ahí donde despliegan su potencial, embistiendo con “Train To Mars”, una especie de viciosa brújula que marca el norte de una tripulación solvente. Veamos: el segundo de a bordo, el guitarrista-productor-arreglista-compositor Emi Barés, importante bastión junto al bajista Amando Gottardi, el otro equilibrista de las seis cuerdas, Adrián Lombardi, el baterista Txema Arana o el teclista Phil Wilkinson a quienes debemos sumar las impresionantes voces de La Negra Mayté más el orfeón góspel formado por María Ayo, Martha Ramos, Gigi Pezzarossi y Deborah Ayo y por supuesto, el comandante de la nave, Pablo Amann. Fiable personal. Un equipo eficaz. Como colofón y cerrando este círculo, una intensa versión acústica de “Feel It In My Bones” que deja casi sin aliento y de paso, proyecta una incógnita. ¿Cuál de ellas interpretarán en directo?