Cuatro de cuatro, lo han vuelto a hacer. Han vuelto a grabar un disco que no deberías dejar escapar. Han vuelto con otra demostración de solidez, personalidad y con una muestra más de su rapsodia de almibarado blues, ácido rockandroll, boogie picante y salada psicodelia. En su recetario pueden tener cabida refinados ingredientes, especiados condimentos, sustancias aditivas (y adictivas), grasos (que no grasientos) potajes o vitaminados brebajes, así que no nos queda otra que rendirnos ante la opulencia de su restauración, ante el caudal de emociones que nos genera su método creativo y corresponder con un ejercicio de gratitud escribiendo unas palabras, aun sabiendo que posiblemente no llegaremos al nivel de sus sabrosas invenciones. Ni lo pretendemos. Pero nos gusta. Disfrutamos con los manjares, con las animadas sobremesas y con la labor descriptiva, lo cual no significa que en determinadas ocasiones cueste comenzar a emborronar un folio en blanco. Abrimos paréntesis; es una licencia, porque folios, pocos hay en casa; cerramos paréntesis. Nos calma y nos llena de la misma manera que lo hace “Darken My Door”, el último disco de los amigos Uncle Sal, y eso que llevamos dos canciones nada más.
Bastante tiempo ha transcurrido desde que anunciaran este último lanzamiento y bastante más desde que metieran el hocico en el jaleo que ha montado este atrevido invento llamado Milanamúsica Records que ha suscitado varias interrogantes y posiblemente algún recelo también, pero a nosotros nos ha entusiasmado. A partir de ahora, que suceda lo que tenga que suceder, pero que les quiten lo bailao. Pocas novedades (quizá) habrá en la recámara para dar carpetazo a este año al que solo resta mes y medio, por lo tanto, buena jugada que se han marcao los tíos. Por partida doble. Los autores y los benefactores, porque “Darken My Door” es un excelente elepé que desde ya mismo (está sonando “Carry My Load”, la tercera para más señas) entra directamente en los puestos principales de nuestro ranking personal. No sabemos si ocuparán líneas o páginas en consagradas publicaciones (que deberían), cabrá la posibilidad de filtrar singles en emisoras de renombre (que deberían), o se colarán en glamurosas listas (que deberían), pero en este modesto rincón siempre tendrán su espacio. Se lo han ganado a pulso. La música y mística incluida en su pequeña, pero mayúscula cabina musical, nos sedujo desde el minuto cero, y a estas alturas contamos en horas.
Uff… Aparece de repente la sombra del viejo Young. Inequívoca seña de identidad. En un segundo percibes el percal, y a medida que la melodía va creciendo, en paralelo aumentan los recuerdos, los suspiros y los armisticios mientras la voz atormentada de Sandro va abriendo puertas que son abiertas por Gabe, Francis y Ferran, el hombre que cubre la vacante de Banker en la banda. Ya hemos hablado sobre el cambio un par de veces, ya hemos dicho que el nuevo no es desconocido y el segundo es un buen amigo. La fuerza de la brotherhood, otra de sus señas de identidad. Un pilar en la construcción de Uncle Sal del que también hemos hablado un par de veces pero que se debe mencionar como a Ric Jazzbo, autor de una representativa y expresiva ilustración o Joan F. Ribas, responsable de las fotografías interiores. La canción en cuestión es “Shotgun Girl”, y tuvimos el privilegio de descubrir hace un par de días en el botxo, en Bilbao, en el antídoto contra el desánimo organizado por la discográfica con asalariados, camaradas y prosélitos. Impresiona y se podría considerar como single en potencia por su corpulencia y melancolía, pero lamentablemente la industria musical no está para esos trotes. En contraste con la calidad de hoy en día y “Love Stories”, va por otros derroteros.
Podríamos decir que los códigos de la banda siguen intactos en todos sus aspectos, no obstante este disco quizás sea diferente, lo cual no quiere decir que difiera demasiado de los anteriores. Ni tan explosivo como su predecesor “The American Dream”, ni tan espontáneo como su estreno “Little Cabin Music”. En un término medio. Más medido quizás. Sosegado, cáustico, orgánico, más melancólico tal vez, más homérico y un tanto más concienzudo. Posiblemente el señor Hendrik Röver tenga su parte de culpa (en positivo, obvio), ya que se ha encargado de masterizar el disco en su refugio cántabro, en GuitarTown Recordings. El resultado, satisfactorio, muy satisfactorio, donde descubrimos su corazoncito británico y majestuoso en “Evil’s Around”, un encantador ritmo tabernero que pone las pilas y advertimos su lado misterioso en “Blinded (Funk 1.0)”, momento en el que el resbaladizo slide y la dinámica armónica guían inconscientemente a Louisiana, Mississippi o Alabama. Y para el anochecer, la hermosa serenata “Jacksonville Tonight” que teníamos estudiada desde que comenzaran las sesiones de grabación en Can Cala Studio de Ibiza allá por los meses de verano bajo la co-producción (junto a Sandro) de otro socio como P.J. González, que sosiega a esas horas y precede al momento de paz admirando el firmamento estrellado que representa “(I Ain’t Gonna) Let You Down”. Lo han vuelto a hacer, cuatro de cuatro.