Es extraño e incierto este escenario actual. Es voluble, de la misma manera que la providencia lo es. Resulta paradójica esa extrañeza en según qué contextos, y el mundo de la farándula pasa por ser uno de los grandes extrañados en la vorágine de incidencias, porcentajes, restricciones, quebrantos o confluencias, aunque ésta no ha hecho sino agravar los aprietos que arrastraba el sector. Bueno, alguien pensará o afirmará que no es más que el mismo efecto causado en otros muchos segmentos de la sociedad, pero como ya hemos dicho, esta maldita psicosis ha acentuado las carencias de un colectivo que engloba demasiados oficios, demasiados agentes y demasiados autores. Sería complejo desarrollar (y quizás inapropiado) nuestros barruntos sobre estas grietas, así que nos centraremos en uno de tantos sujetos admirados que, aun teniendo apelativo anglosajón, es del mismo Bilbao y ostenta un savoir faire especial que en varias ocasiones hemos resaltado: el señor James Room, un hombre de curtida voz y pícara actitud que se las ha tenido que ingeniar para que su ingenio no decayera durante este siniestro período.
En el veinte, por ejemplo rememoró dos manuscritos que pertenecían a la época James Room & Angry Red, su travesía madrileña anterior a Weird Antiqua, se metió en la piel del maestro Waits inmortalizando una canción habitual en sus repertorios, “Chocolate Jesus”, y en compañía de un sinfónico cuarteto de cuerda adaptó brillantemente “El Extranjero” de Bunbury. Y en el veintiuno edita un epé de significativo epígrafe y equivalente contenido: “2021”. Ha sido extraño también, porque antes de su fecha de publicación conocimos sus entresijos y descubrimos algunos secretos, pues tuvimos la fortuna de presenciar dos sesiones acústicas junto a su compadre Gabo Brown, la primera de ellas con la participación del citado cuarteto de cuerda. Musicalmente, el trabajo sigue esos parámetros. Acústico, transparente y melódico. En cuanto al mensaje, sentimental, esperanzador y emocionante. O sea, marca de la casa, ya que son parte de los preceptos que el bueno de James mantiene en el proceso de composición, más tarde experimenta en el taller de fabricación, y como colofón, proyecta en recomendables ponencias con sus compañeros Weird Antiqua.
Rebobinamos. Todo es extraño. No podemos, aunque bien querríamos, eludir la maldita actualidad. No podemos, ni debemos, sustituir las mascarillas que por momentos sustraen el oxígeno por antifaces que nos impidan ver el horizonte. Ni tan siquiera deberíamos desestimar esta obra porque se trate de una colección de cinco canciones, lo que ni mucho menos significa que sea un trabajo menor. Sí, su duración es menor que un elepé, pero el grosor de “Before This” demuestra el recio carácter de una gente que, acto seguido, asegura en la advertencia “We Are Back” con el mismo swing y mismo proceder. Dos títulos representativos del manifiesto que James quiere exponer en “2021”, que aparte de ser un amargo inicio de década, debería ser el comienzo de una fértil temporada que bien podría arrancar recordando que los parásitos no son solo organismos microscópicos. Son, como bien dice “Rats Aboard”, alimañas que se comen nuestra comida y, esto ya es de cosecha personal, nos roban las ilusiones. El apoyo vocal de Iñigo López, tanto en ésta como en “A Horse Named Storm”, se presiente fundamental, pues explotan sus grandes virtudes artísticas brindando instantes de absoluto escalofrío al oyente, a quien sitúan en órbitas agrestes y placenteras a la vez, y convenientemente engrandecidos en “Color Me Warm”, el cierre romántico a un nuevo reto que acredita la capacidad de riesgo y autoconfianza de un defensor de la música sin aforismos ni barreras, un tipo nada extraño a quien deberías escuchar. Puede que sientas a John Prime, a Shawn James, a Lincoln Durham o a tantos otros, pero responde al nombre de James Room.