Gasoline Lollipops: “All The Misery Money Can Buy” | GR76


Aunque el calendario haya variado en un dígito, tan solo han transcurrido tres meses desde el lanzamiento de “All The Misery Money Can Buy”, último larga duración de Gasoline Lollipops que devoramos ipso facto en plataformas digitales, intuyendo que tarde o temprano sería buena idea intentar hablar sobre él. Con demora llega el cometido, pero como dice el populacho, nunca es tarde si la dicha es buena, así que intentaremos cumplir. En contraste al año horribilis que padecimos, el cierre de ejercicio fue fructífero en cuanto a artistas y referencias a resaltar, siendo uno de tantos ejemplos este conjunto cuyo alma mater es Clay Rose, un culo inquieto que durante su adolescencia emigrara de Tennessee a Colorado y viceversa, pues en ambos lugares residían sus progenitores. Tal vez esos territorios, esos viajes y esas vicisitudes, aparte de la influencia maternal (entre otras escribió «Last Thing I Needed» para Willie Nelson) fueran propicios para que se interesara por la música, pudiendo afirmar que esa diversidad de arquetipos es la característica que más tarde resaltaría en su propia creación. Las enseñanzas del country, las resonancias del soul o las encrucijadas del blues; las liberaciones de la psicodelia, los impulsos del southern rock, las premuras del bluegrass, los abolengos del rocknroll… En definitiva, los vericuetos donde se desarrolla la encumbrada ruta americana.

Después de un par de EPs y otros tantos LPs (publicados el mismo año, ahí queda eso) que les proporcionaran cierto rédito y algunos galardones en el circuito local, había que comprobar qué hay de cierto en la conocida afirmación de “a la quinta la vencida”, y en pleno síncope planetario se aíslan en el Dockside Studio en Lafayette, Lousiana, para registrar el volumen que relevara a “Soul Mine”, disco que por otra parte descubriría nuevos formulismos en su proceder. Un amigo de infancia como Scott Coulter se perfilaría como el tripulante idóneo para establecer ese nuevo rumbo, y si bien los teclados tuvieron puntuales y significativas apariciones en sus anteriores trabajos, la notoriedad del hammond acentuaría la dirección soulera que se revela aún más notable en esta ocasión. Como muestra, la propia “All The Misery Money Can Buy”, encargada no solo de bautizar el álbum, sino de abrir también el abanico de sonoridades y reflexiones sobre la sociedad capitalista, sobre los laberintos individuales y sobre todo tipo de desigualdades, los conflictos terrenales o los cismas espirituales, elementos proclives para que el soul acredite su soberanía. El soul no es un mero movimiento musical, sino es una manifestación cultural con importantes glorias y varias innovaciones en su dilatado currículum, muchas de las cuales quedan plasmadas en este catálogo por el abismal, racial y legendario hammond o las corales armonías de Charlene Howard y Sharon Lawrence, requeridas para custodiar la faceta vocal de Clay Rose.

Todo tiene un sentido y un porqué, todo está administrado con criterio y madurez. Las demandas de la primera secuencia cambian de frecuencia en la segunda (“Dying Young”), un vidrioso opúsculo bluesero que a continuación emite estrépitos de Oklahoma (“Lady Liberty”) transformados en tradicionales salmos de Tennessee (“Train To Ride”) que a su vez apelan a la desinhibida fogosidad para bailar como si no hubiera un mañana (“Get Up!”), persisten en su romántico comportamiento bajo el embrujo de la luna (“Nights Are Short”)… y vuelta a empezar, porque una vez llegados a la mitad del elepé, la probabilidad de reinicio con “Flesh And Bone” es tan verosímil como las fuertes sacudidas que inmortalizan, desde su guitarra inaugural, varias identidades personalmente apreciadas. Donny Ambory enmudece con su donaire bluesy, con un resolutivo slide y una carga rítmica tan efectiva como la delicada y sobria garganta extraída de subterráneas pasiones de un Rose perfectamente arropado por coros y el envolvente hammond de Coulter y, regulando esfuerzos, el sensual groove de Kevin Matthews al bajo más el preciso y precioso shuffle de Kevin Matthews en labores baqueteras.

Sin renunciar al intrigante country fronterizo que les caracterizara, su acertada fusión de melodías taberneras, los comprometidos mensajes y los sinfónicos arrebatos se adaptan perfectamente a las nuevas coordenadas fijadas en su hoja de ruta, algo que cuanto menos asombra conocida la génesis del ahora quinteto. Siguiendo ese intuitivo recorrido, recapacitamos en la costa pacífica sobre los avatares de la vida (“Taking Time”), en la atlántica sobre los herméticos enigmas del ser humano (“Bound For Glory”) o sobre los quebradizos entresijos del amor (“Gypsy”) bajo el magnánimo amparo de música universal. Música que aun clasificando bajo determinadas denominaciones, géneros, subgéneros o especies afianza sus propios principios y consigue emocionarnos como “Sinnerman”. El destino. La parada final. Un prolongado torrente de imágenes, espasmódicos movimientos y turbadores sonidos que discurre por sinuosos laberintos y podría ser considerado como una de esas canciones llamadas a conseguir el delirio del personal en las distancias cortas. ¿Recuerda usted la excitación de instantes previos y posteriores? ¿Recuerda usted el calor de espacios comprimidos? Pues hablando de, ahora que estamos faltos y necesitado, con algún golpe de suerte soñamos a finales de 2017 cuando visitaron Europa, pero las súplicas no fueron escuchadas y tan solo en Bélgica y los Países Bajos pudieron disfrutar con ellos. ¿Recuerda los ánimos y las aleluyas? ¿Recuerda usted esas sensaciones? Sigamos soñando, sigamos escuchando Gasoline Lollipops, cinco tipos de Boulder, Colorado.

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