Los astures Acid Mess vuelven a la carga tras cinco años apartados tan solo del mundillo discográfico, porque en este tiempo no han dejado de ofrecer conciertos y, evidentemente, componer. Además, durante estos años han encontrado un nuevo socio que traza otra dimensión a su ya corpulento espectro sonoro, puesto que los armonios, órganos y sintetizadores de Juan Villamil funcionan cual eslabón recuperado. Tal vez el planteamiento conceptual de la banda podría ser proclive a esta opción, o podría ser tan solo una percepción personal; lo cierto es que los envolventes teclados sientan como un guante a las melodías creadas por Miguel Ruiz (guitarrista), Borja Vázquez (bajista) y Tony Tamargo (baterista) en este torbellino de subterráneos sonidos, contundentes movimientos e ilimitados confines musicales inherentes al psychedelic rock. Y la introducción de un nuevo compañero no es la única novedad, ya que el ahora cuarteto pasa a formar parte de la familia Spinda Records con «Sangre de otros Mundos», lo cual indica el cariz de la banda. Indudablemente sus seguidores saben de sobra en qué terreno se mueve la formación y por supuesto, conocen su amplio catálogo de giros y progresiones, pero esta nueva alianza incorpora nuevos retos, pues la firma con una significativa disquera en el panorama underground nacional como la gaditana se supone cuanto menos apropiada.
Para empezar, la promoción del disco está resultando intensiva y esperemos que sea fructífera también, pues los chicos han grabado siete canciones plenas de ingenio, rebeldía y abstracción demostrando en todo momento la condición de un conjunto en constante evolución creativa, planteando disyuntivas con sus psicodélicas recreaciones y los múltiples estratos en los que se mueven bajo la siempre dominante base instrumental que les ha reportado buenas valoraciones tanto en sus grabaciones como en sus persuasivas performances, porque un concierto de Acid Mess hay que sentirlo. Un concierto de Acid Mess reclama exclusiva atención, y sus discos marcan esa línea a seguir. El caso que nos ocupa no le va a la zaga, ya que desde la creciente bienvenida de “El Reflejo de su Piel” podemos comprobar la perspicacia de su simbiosis entre el ayer y hoy no solo en su particular tratamiento, sino en la asociación de nociones varias. Sentidos y direcciones, rumbos o designios. Norte y sur. Desde el inicio la guitarra se erige protagonista, pero a medida que los minutos avanzan, la conjunción de todos los elementos va atrapando las ánimas hasta el folklórico instante en el que las raciales exclamaciones de Aurora Salazar y Débora Hernández parecen conceder la ansiada libertad solicitada anteriormente con insistencia. Hasta se hacen cortos sus ocho minutos largos, y con un prólogo de semejantes características la pregunta sobre el montante del disco surge, e inmediatamente “Fuego al Templo” responde con efusividad rítmica. Difícil no claudicar ante el conspicuo akelarre. Difícil eludir los devaneos, difícil no ceder ante la agresividad de sus encantos o la magnitud de una orquestación que alcanza asombrosos valores en la escala de Richter.
Insistimos. Los teclados permiten desplegar un frondoso rango de posibilidades, y esa circunstancia se percibe en “Hechicera”, una pulsión instrumental que balancea entre versos introspectivos y delimita perfectamente los esquemas musicales de los ovetenses, o sea, el infinito. El infinito en cuanto a referencias, el infinito en cuanto a polifonías, el infinito en cuanto a efectos, formalismos e imaginación. Quizás lo más sencillo podría ser acotar su praxis, y seguramente esa observación sería injusta, puesto que la selección de variantes y variaciones de este elepé en el que comparten escritura y faceta vocal es de tal envergadura que complicado se nos antoja intentar escudriñar el cromatismo de “Futuro sin Color”, otro claro ejemplo de pluralidad, dado que la musitada melancolía inaugural se transforma en sensual danza sarracena tras unos estruendos punkarras que más tarde se encargarán de rematar la faena, formando así una figura asimétrica de múltiples caras, ángulos y acentos, algo que ocurrirá en el vertiginoso rush final que proponen. “Salvaje Historia” es un inusitado, alucinógeno y cadencioso quejío espiritual de deliciosas percusiones, gaseosos sintetizadores y sugestivas cuerdas que regulan las pulsaciones, mientras “Hijos del Sol” es una cortesía vintage que simboliza un ordenado caos. Simboliza un frenético compás entre el visceral underground y un fascinante caleidoscopio, el puente entre la materia y la conciencia que no deja de ser uno de los puntos fuertes de su candidatura, siendo la antesala del relajante ocaso “Infierno Gris”, otro heterogéneo y profundo convenio cuajado de mantras y registros que modifican su compostura en función del proceso de una ceremoniosa despedida abierta al abrazo. Abierta a la reflexión y expectante al fértil porvenir de “Sangre de otros Mundos”, un producto elaborado con criterio, suma precisión e incalculables orígenes o naturalezas. Un conveniente acicate en tiempos de necesidad.