Walter Trout: “Ordinary Madness” | GR76


Cincuenta años entre viajes, moteles, escenarios y estudios de grabación dan para mucho. Cincuenta años metido en este circo de equilibrios, leones y malabares suponen un titánico sacrificio y representan el beneplácito de los censores y el espectador. Cincuenta años con la guitarra a cuestas, colaborando con bastantes colegas y hasta celebridades, defendiendo con orgullo su carrera en solitario, recibiendo algunos galardones y atenciones del público, deberían proporcionar cierto status, pero ya se sabe cómo fluctúa esto del rockanroll. Unas veces la fortuna parece seguir tus pasos y otras, las sombras se establecen en los aledaños. La recurrente sierra y sus peligrosos dientes. No obstante, hay gente firme y obstinada, gente que se enfrenta con gran fuerza de voluntad a todo tipo de adversidades y sortea gatos negros que se van cruzando por el camino. Gente como nuestro protagonista, quien quedara prendado en sus años mozos por la arqueada silueta de la guitarra y hechizado por el embrujo de los doce compases. Desde aquel momento, sus dedos no han abandonado el mástil donde ha tensado cuerdas que le han causado heridas y callos mientras su vida ha perseguido la huella del augusto blues, porque las canciones de Walter Trout son pequeños retales de superación, son extractos de vida, son estratos de luz. Y eso se percibe en su semblante y sus mensajes, en cómo se comporta su carcomida Strato, en el talante de su garganta y en los discos (veintinueve) que ha firmado como autor, al margen de ese buen número de alianzas antes comentadas.

A estas alturas pocas dudas debería haber sobre la calidad y competencia de un hombre curtido en mil batallas que ha ido evolucionando en la vida y en su carrera en paralelo, ya que en ambos frentes ha debido superar episodios que han ido forjando su personalidad. En cierta manera esos episodios le han ayudado a confeccionar canciones que desempeñaran el papel de terapia personal y si cae la breva, si surge la posibilidad y fortalece el ánimo del receptor, pues miel sobre hojuelas. Y bajo esas premisas crea “Ordinary Madness”, un excitante longplay de blues contemporáneo y subterráneas contraseñas cuya idea brotó de la montaña de correos recibidos por parte de sus seguidores donde imperaba la importancia de su música sobre otras cuestiones, sin embargo había un número importante de gente que se identificaba con él y con las duras etapas que ha tenido que franquear en la vida. Quizás por ese sentimiento de retribución, el disco emprende con una bucólica titular donde el Rhodes de Teddy Andreadis tutela una liturgia encumbrada más tarde con el carismático feeling del señor Trout a las seis cuerdas. Casi siete minutos abismales. Casi siete minutos de aprietos y necesidades que dan paso a “Wanna Dance”, otra dimensión que nueva no es, por cierto, porque las ofrendas al viejo Young, como en el de tantos músicos otras tantas parcelas, siempre han estado presentes en su memorándum particular, así que puedes intuir el grado de sus ángulos y el tamaño de sus contornos, casi tan ilimitados como los solemnes patrones góspel de “My Foolish Pride” que se funden en un genuino abrazo con la extraordinaria “Heartland” y la no menos arrebatadora “All Out Of Tears”, conformando un melancólico, emotivo y romántico Triángulo de las Bermudas.

Después de esta apasionada fase, hay que volver a meter caña y para eso nada mejor que la eficaz  armónica. Una armónica viciosa, una impetuosa y chingona armónica cortesía del propio Trout que pone las pilas a la guitarra en «Final Curtain Call» provocando un colérico desafío que interesante sería vivir en vivo y en directo. ¡Cómo sopla el amigo! Posteriormente, tras bajar de nuevo de revoluciones coqueteando con los sueños (“Heaven In Your Eyes”), la vuelve a utilizar en “The Sun Is Going Down”, aunque se queda en un mero simulacro, pues queda solventado en los segundos preliminares de una canción de creciente evolución; una canción con dos fragmentos métricamente diferenciados de los que podríamos decir eso de prólogo y desenlace, donde los envolventes teclados se antojan como perfecto engarce del ritmo sostenido y la inmaculada actividad de la guitarra en los dos interludios. Cambio de registro con “Make It Right”, acercamiento funk en el que la depurada técnica del caballero vuelve a relucir (recordemos que no emplea efectos ni pedales, por lo que modula y ajusta simultáneamente los potenciómetros de tono y volumen) que vuelve a variar en cuanto a compostura con una emotiva “Up Above My Sky” removiendo las entrañas, conduciendo a territorios contemplativos, a espacios sentimentales y a la explosiva despedida «OK Boomer», la número once de un disco que debería ser escuchado a ese mismo nivel. Un final absolutamente letal para un disco de manifiesto potencial, no en vano durante sus primeros días en circulación tuvo buena acogida manteniéndose en privilegiadas posiciones, y después de reproducirlo más de un par de veces podemos constatar la sensibilidad de sus canciones, la corpulencia de su armazón y el acierto de su producción. Un trabajo cimentado en el blues, un trabajo que viene a refrendar el compromiso de Walter Trout.

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