
El rock and roll es único y heterogéneo a la vez. El rock and roll es misterio, es claridad, es un cúmulo de sensaciones, un bálsamo para cuerpo y mente y probablemente la expresión cultural más universal de finales del siglo pasado y comienzos del corriente. El rock and roll es, en momentos de flojera, nuestra fortaleza, una gran debilidad que tratamos abarcar en sus variadas vertientes. Los enfoques, las perspectivas, los argumentos, las percepciones, los mensajes o las huellas. Los ecos, las hipótesis, los significados, las teorías, los espejos o las melodías. Todo clasificado y hasta masticado. Todo válido para ir con los deberes hechos a esos conciertos que hoy en día anhelamos o caer cautivados cuando descubrimos a fulano de tal, para poner banda sonora a la vida, para valorar los discos, olfatear nuevas propuestas o apostillar sobre otras más veteranas. Y la que hoy reproducimos es, en gran medida, un poco de esto aderezado con algo de aquello. Un batiburrillo de todas estas nociones, porque Blues Pills es una fresca identidad de vieja entidad que recobra usadas prácticas sonoras en el contexto actual. Es una sociedad que debía presentar nuevo ejemplar en primavera, pero estamos viviendo un final de década nefasto, un insólito fin de ciclo que está boicoteando nuestra estabilidad.
Obligados por la terrible crisis de la que todo el mundo habla pero nadie (de momento) ataja, tuvieron que posponer la fecha de lanzamiento un par de veces, y en verano han podido al fin publicar “Holy Moly!”, tercer larga duración en el que sus simpatizantes podrán disfrutar con un acertado retorno a sus orígenes, si bien nunca los habían olvidado. En su anterior álbum experimentaron con distintas fórmulas que curiosamente les proporcionaron grandes réditos, sin embargo esta nueva tentativa retoma los característicos sonidos de la escuela nórdica y una escuadra que, tras la desbandada del guitarrista Dorian Sorriaux, queda comandada por su cantante Elin Larsson y Zack Anderson, quien pilla la vacante del anterior cediendo las cuatro cuerdas a Kristoffer Schander. Unidos al baterista André Kvarnström y bajo la atenta mirada del reputado ingeniero Andrew Scheps, se hacinan en el laboratorio montado para la ocasión grabando, tras años alejados de los estudios, unas cuantas sesiones de las que extraerían el material necesario para completar su reciente creación. El laboratorio en cuestión es Lindbacka Sounds, está en un lugar apartado del estrés de las grandes metrópolis en mitad de la naturaleza y el resultado, tras laboriosos meses, un disco de atractivo envoltorio y equivalente contenido.
Un disco que comienza con la rabia y euforia de “Proud Woman”, canción que ya dieron a conocer previamente, se presiente cuanto menos tentador, y la rápida transición por “Low Road” y “Dreaming My Life Away” acrecienta esta percepción, ya que la trasparente voz de Elin es la perfecta balanza que equilibra las acometidas de sus compañeros en las cuerdas o con cimbales y timbales. Una introducción demoledora, explícita y expeditiva, una introducción que nos sitúa perfectamente en su órbita sensorial y que desemboca en las pacíficas costas de “California”, epístola de añoranzas y sinergias que inexorablemente remite a esas latitudes y la tan recordada época de las libres comunidades, sus vapores, sus símbolos y sus ideales. A grandes rasgos, el proceder de Blues Pills, pero eso ya lo hemos dicho, ¿no? El cuarteto sigue fiel a sus principios, las canciones están inyectadas de la espiritualidad gradual de la psicodelia y las eficientes bases blueseras, decoradas con pulidos complementos soul válidos para el lucimiento vocal de la propietaria del micrófono principal mientras el aporte de la guitarra sorprende por su efectividad. En todos los sentidos, en el orgánico y material, pues los múltiples efectos utilizados confieren numerosos entornos, algo que sucede en toda esta persuasiva espiral de ilusiones y volátiles caracoleos donde los emotivos galanteos (“Dust”, “Wish I’d Known”, “Song From A Mourning Dove”, “Longest Lasting Friend”) se antojan tan necesarios como las rotundas llamadas (“Rhythm In The Blood”, “Kiss My Past Goodbye”, “Bye Bye Birdy”) fabricadas para el alborozo colectivo, que en definitiva es uno de los propósitos del rock and roll y las intenciones de una formación de comprobada solvencia. Una formación que necesita ser escuchada y requiere nuestra atención: Blues Pills.