Domingo 26 de enero de 2019 en Crazy Horse, Bilbao

El día prometía. Por una parte, el cielo radiante y despejado invitaba al paseo primaveral en pleno invierno, y por otra, teníamos pensado asistir a la matiné de la diócesis Crazy Horse. Los domingos, a misa que dicen los acólitos, y después de un tiempo alejados de estas animadas celebraciones, el reclamo de Hendrik Röver & Los Míticos GTs se antojaba tan obligatorio como las horas previas de recreo a la intemperie. Un montón de gente por todos los lados. Multitud de viandantes en cualquiera de las calles, plazas, avenidas o ambas riberas de la ría, curiosos en el tinglao floral del Arenal, bicicleteros, runners y patinadores ocupando los bidegorris (carril bici) del botxo, piragüistas, fotógrafos urbanos y urbanitas domingueros absorbiendo las vitaminas del astro rey, montañeros que marchaban o regresaban de sus itinerarios, visitantes, lugareños… Todos armonizando un gigantesco enjambre humano y como caracoles al sol intentando aprovechar el asueto entre parques y terrazas, dedicando unos minutos al noble arte de la contemplación o a otro de los grandes placeres de la vida: el aperitivo. Rabas o viandas variadas regadas con vermuses, txakolises o sidriñas. Una maravilla, oiga. Y si tienes la fortuna de, tras el sólito paseo, tomar ese piscolabis a orillas de la ría contemplando la pintoresca perspectiva mientras aguardas el comienzo de la ansiada sesión, pues miel sobre hojuelas.


El domingo es día indicado para realizar toda esa serie de actividades al aire libre y para los altares, los sermones, oraciones varias y algunas confesiones, para comulgar, cumplir con la eucaristía y reafirmar la fe, que en nuestro caso es el diabólico y angélico rockandroll. Además, los oficios del señor Röver y sus camaradas Los Míticos GTs tienen un gran componente terapéutico, así que no debíamos perder una nueva oportunidad para estar frente a ellos, si bien teníamos fresca en la memoria una reciente visita del cántabro junto a su otra filiación, los también míticos Deltonos. Alguien pensará que los registros de unos y otros son diferentes, sin embargo el último lanzamiento del terceto abandona en cierta manera arquetipos camperos y emplea cánones atribuibles al cuarteto, no en vano el autor de “¡Vamos a morir!” es el cantante de canciones Hendrik Röver. Abnegado escritor, consejero mordaz e ímprobo currela en este mundillo de la farándula del que seguro guarda unas cuantas anécdotas transformadas quizá en canción. O no. El origen es lo de menos. Lo importante es que, autobiográficas o no, en su mayoría son sarcásticas historias que avivan la conciencia y guardan en su interior recados que necesitan atención.

En torno al centenar de personas entre jóvenes, menos jóvenes y tiernos infantes canjeamos la solana del mediodía por la calurosa reunión en una capilla que afrontó la liturgia al “Cien por cien” desde los preámbulos hasta certificar “La Verdad” en los minutos finales, comprobando una vez más el espíritu de una banda (y un individuo) de señalado carácter. Sus canciones son su aval, y como tal, los ecos del pasado fueron el brillante eslabón utilizado para engarzar con su última referencia, aparte de alguna celebrada adaptación de Hound Dog Taylor, Canned Heat y deltónicas variaciones. Un inicio singular revisando parte del recorrido a junto a Los Míticos GTs (la G del contrabajista Goyo Chiquito y la T del baterista Toño López) defendiendo su rica amalgama de contenidos basados en los célebres doce compases. Shuffle, honky tonk, ragtime, country, boogie, swing o rock and roll defendidos con la misma seguridad que el sonido Tin Pan Alley, el Chicago blues o el delta blues del que es firme valedor como se pudo comprobar en “Fin de semana”, “I Can’t Be Satisfied” (Muddy Waters) o en “Serpientes”, un correctivo que azuza como el frenético ritmo del slide. Antes de abordar su último elepé cayeron cual piezas de dominó “Las Muchachas”, “Rodar” y “Fetén”, tres melodías dominadas, como se pudo comprobar por las euforias, coros y aplausos, por un amplio sector de la audiencia. El entusiasmo era palpable. Los rostros de la asistencia proyectaban el mismo frenesí que muestra “Volverá”, y esa reciprocidad era tan notoria como el explícito e implícito “B.L.U.E.S.” que se adelantó a “Luego” consiguiendo posteriormente el apoyo del respetable con la viciosa exclamación “Hmm Hmm Hmm”. La balanza (como dice una de estas últimas) estaba inclinada a su favor, pues la peña se mostró receptiva y observadora pese al incómodo contraluz de los resquicios en los ventanales traseros, cegando la vista de cuando en cuando o irradiando la luz necesaria para intuir sombras y reflejos. Siempre es un placer volver por aquí, que dijo él; recíproco sentimiento, que nosotros comentamos, porque después de tres décadas recorriendo carreteras, sorteando problemas y cincelando relieves como “¡¡Vamos a morir!!” podemos sentirnos dichosos de seguir escuchando una institución como Hendrik Röver, un tipo que gasta gracejo (“Homer”) y demuestra arrestos (“Cientocuarenta”) unas veces con Los Deltonos y otras junto a Los Míticos GTs. Extraordinaria matiné.