Marcus King: “El Dorado” | GR76


549360f8e851059e9ed4362112c1f140Somos intransigentes y poco comprensivos. Generalmente desestimamos la progresión creativa de la misma manera que osamos en afirmar peregrinos alegatos sobre la repetición de fórmulas y códigos, y no valoramos en su justa medida la novedad o el apetito del autor. Aparecen los asombros, florecen las cuestiones y surgen de sus escondrijos cientos de quisquillosos viendo la paja en el ojo ajeno. Desde que Marcus King anunciara este nuevo lanzamiento al margen de su banda, las especulaciones y un sinfín de susceptibilidades se pudieron escuchar teniendo en cuenta además que el trabajo de producción recaería en el señor Dan Auerbach, un tipo con tantos detractores como simpatizantes. Bajo nuestro punto de vista, esta situación no era más que el proceso de desarrollo artístico de un hambriento chaval que no deberíamos olvidar cuenta con tan solo 23 años y atesora un más que interesante currículum donde deja patente su frescura, desparpajo y su ralea. Su voz es áspera y conmovedora, tiene cuerpo y parece sacada de la añorada escena Stax mientras su guitarra inmortaliza con inusitada elegancia los doce compases.

Su música, un encuentro plural de todas las fisonomías del viejo rock ‘n’ roll, y su intención, prosperar en un mundillo un tanto cicatero con el aventurero. Hasta aquí, todo comprensible. Todo natural e inherente al ser humano. Siempre hay voces discrepantes. Siempre hay mensajes que condicionan, y aun sabiendo que todos tenemos opinión, uno nunca ha sido defensor del abuso o la desaforada sanción. Esto daría para otro capítulo, pero hemos venido a hablar de un disco con apenas cuarenta y ocho horas en circulación, y nuestra impresión es que las buenas estimaciones van a superar las indiferencias y hasta las estériles sentencias en pocas semanas. El tío ha sido valiente apostando por un nuevo rumbo (que no es tan evidente como pinta algún agorero) y ha grabado doce canciones que difícilmente dejarán indiferente a nadie. Los experimentos con gaseosa, y desde la dulce apertura de “Young Man’s Dream” hasta el místico cierre de “No Pain” los experimentos en este álbum ni se escuchan ni se aprecian.

En estos años de noviciado con el sector discográfico, Marcus King ha adquirido un considerable bagaje no solo por esa compacta trilogía y un apreciable número de colaboraciones, sino por conquistar con su obra nuevos dominios a ambos lados del océano y acoger nuevos seguidores. Probablemente, gracias a esta actividad llegaría la posibilidad de trabajar con Dan Auerbach, y en este caso la negativa no se contempla, pues la sociedad con un hombre de su categoría se presumía conveniente para el crecimiento personal, y quizás las segundas oportunidades no volverían a llamar a la puerta. Vistas las composiciones y la orientación de las mismas, el planteamiento era tan complejo como sencillo. Había que volver la vista atrás y retroceder en el tiempo, desandar lo andado y en cierta manera plantarse en los recordados años sesenta y setenta. Tres días fueron suficientes para extraer el sonido pretendido y dar forma a las canciones en el estudio de Nashville. Los ecos del pasado resuenan por los cuatro costados en la totalidad de un álbum que muestra la solvencia de un tándem con visos de continuidad, ya que la experiencia y perspectiva del productor le viene de perlas a un Marcus que en materia vocal se ha visto beneficiado, no en vano sus cuerdas vocales fueron la razón del interés por parte de Auerbach.

La voz gana enteros con respecto a una guitarra más dócil y colaborativa mientras la producción es un elemento más en la construcción de un proyecto que evidencia el carácter y rebeldía (“The Well”) de un tío conocedor de la melancolía coral (“Wildflowers & Wine”), la armonía soulera (“One Day She’s Here”) y campera de Carolina del Sur (“Sweet Mariona”). Canciones concisas y arreglos precisos son la base donde se fundamenta un trabajo que demuestra la competitividad y el sobrado talento de un chaval que lleva desde la tierna infancia con la guitarra a cuestas, abierto a cualquier disciplina del espectro musical y siendo un aplicado aprendiz que a día de hoy se ha convertido en un acreditado artista. Un metódico currela.

Para que algo funcione necesitas, aparte de dedicación y sacrificio, reunir los ingredientes necesarios, y en este caso esos ingredientes sobresalen con tan solo nombrar a sus protagonistas. Además de los mencionados, Bobby Wood aporta sus teclados, el bajo recae en Dave Roe y Gene Chrisman interviene con platos y timbales, conformando un núcleo que descubre el alma del blues, intensifica la fuerza del góspel y suaviza el nervio del groove. Apoyado en el inmaculado hammond, “Beautiful Stranger” es un bello salmo rematado por coros celestiales y la cómplice steel guitar; “Break” es un lamento en potencia y con “Say You Will” podemos apreciar la jerarquía alcanzada por una guitarra considerada como una de las más brillantes en la actualidad. El viejo Cadillac El Dorado tiene aún muchos kilómetros por recorrer con la capota echada, sintiendo la caricia del viento («Turn It Up», “Too Much Whiskey”) o juntando los corazones bajo la luna del sol sintiendo la fogosidad de “Love Song”. Escucha “El Dorado”. Tu alma lo agradecerá.

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