Sábado 4 de enero de 2020 en Coppola, Bilbao

Comenzamos el año veinte veinte donde finalizamos el diecinueve, repitiendo en un Coppola Bilbao que presentaba nueva temporada de sesiones vespertinas con Ignacio Garbayo, viejo conocido que vuelve a casa por navidad, pues podríamos considerar el local del Ensanche bilbaíno como tal para el rubiales getxotarrra. No hace demasiado tiempo cerraba los ejercicios anuales del garito con Zodiacs, su otrora banda de rock en la denominada tarde vieja; o sea, una desenfadada actuación el 31 de diciembre. Antes despedía el año acompañado. Esta vez saludaba el nuevo en solitario. Antes desencadenaba las histerias entre el personal y ahora, aun conservando enérgica actitud y afable carácter, describe historias personales desde otro punto de vista. Antes era un escritor urbanita. Ahora, un músico hortelano tras emigrar al campo hastiado del hormigón, el estrés y la polución. Antes, ahora. Ayer y hoy. Pasado y presente. Sin embargo en esta ecuación espacio-temporal falta la incógnita del futuro, falta la cuestión sobre el destino y la duda del mañana. Para resolver el galimatías, nada como el rock ‘n’ roll. Nada como escuchar canciones a pecho descubierto, sin trampa ni cartón. Canciones que siguen vigentes y se mantienen ácidas, pasionales y oscuras, más otras de nuevo cuño líricas, irónicas, espontáneas, mordaces y joviales, parte de los ingredientes esgrimidos en “Sonido Forestal”, primer elepé (tras la pausa-disolución de Zodiacs) del caballero que evidentemente defendió el día de autos, aunque hubo tiempo para forzar la glotis recordando viejas andanzas con “Satanás”, “Carretera del Norte”, “Mirada Negra” o “Chica Normal”.

Y allí estábamos casi a solas los minutos previos mientras Garbayo conectaba cuatro cables, afinaba las cuerdas de la Teleca, modulaba las suyas propias y revisaba mentalmente la situación concluyendo una prueba de sonido eficaz y fugaz con cuatro acordes, dos estrofas y un ok. Tampoco necesitaría mucho más, ya que difícil sería que los instrumentos se acoplaran en algún instante o que la voz no se escuchara con claridad, si bien hubo momentos en los que intuimos los redobles de Javi Estrugo, los compases de Lander Moya y los solos de Pit Idoyaga gracias a las muecas y presentaciones del caballero sobre los camaradas con quienes grabó “Sonido Forestal”. Estaba abierto a todo tipo de sugerencias como indicara en un principio ya fuera respecto al sonido o en cuanto a las canciones, por lo que el setlist preparado tuvo un par de cambios que revelaron su probada competencia en las distancias cortas. Su desenvoltura es similar a su capacidad narrativa y el tío es un contorsionista de espíritu decidido (“Te dejaré atrás”), reflexivo (“Natural y fresca”) y combativo que utiliza el lenguaje corporal con la misma efectividad que lleva a su terreno célebres melodías como “Quiero beber hasta perder el control” de Los Secretos o el inaudito cierre con el público exaltado cantando “Te perdí” del Dúo Dinámico, dos islas en el océano de propias composiciones vinculadas al underground británico, el sonido beat, el rock callejero o el dinámico pop. El único inconveniente, la cháchara de la peña que volvió a incomodar en determinados momentos la escucha, pero ese es un aspecto que lamentablemente estamos acostumbrados a soportar más de lo deberíamos. Resulta irritante tener que rogar silencio, reclamar respeto y contemplar ciertas actitudes. Es cansino y aburrido. Es simplemente cortesía hacia el oficiante y el espectador. Es civismo. Y si el intérprete en cuestión pone todo su empeño pidiendo intensidad en “Nitroglicerina”, pues al lío. Si el descaro de “Soy un Cerdo” invita a brincar y mostrar rebeldía, pues obremos en consecuencia. Y si en cambio ruega atención cuando llega el momento de “En el Bosque”… Vayamos entonces al bosque, escuchemos las cacofonías del bosque y descubramos la ternura del “Sonido Forestal”.