Sábado 12 de octubre de 2019 en Sala Azkena, Bilbao

Gracias al infortunio la noche del sábado fuimos afortunados, porque la providencia tenía reservada en la sala Azkena una maravillosa dádiva en cuerpo y forma de BANDA de rock’n’roll. Hemos escrito bien, tranquilo. KING SAPO es una banda con mayúsculas que hasta ese día no habíamos podido catar en directo pese a que no era su primera aparición por el golfo de Bizkaia, y a partir de ahora… Complicado rechazar. Inadmisible sería teniendo en cuenta que en nuestro estreno los chicos nos condujeron a un armonioso nirvana cuajado de cálidos escondites, acogedores cobijos, ardientes cavidades, psicodélicas imágenes y diversas grutas húmedas que pudimos descubrir. Un extraordinario show pleno en actitud en el que interpretaron al completo y sin concesiones a antiguas formaciones su álbum “Niño Gurú”, pero será mejor describir cronológicamente lo sucedido. A pesar de haber visto por decenas de lugares el anuncio del concierto en cuestión, reconozco que el quebranto por no haber pillado a tiempo los tickets para la función de un ilustre vecino de New Jersey a escasos quinientos metros de la sala bilbaína, nublaba mi vista. Por avatares de la vida, por casualidades insospechadas o bienaventuradas carambolas, tan sólo dos días antes sorprendidos quedamos al comprobar la programación sabatina y… ¿Pero…? ¿Cómo? ¿Seguro? Pues sí. Ese aciago día que pasaríamos maldiciendo en arameo adoptaba otro cariz, y al final del túnel podíamos vislumbrar un luminoso rayo de esperanza.

Además, tenemos un pálpito, y tal vez en fechas estivales del año venidero la suerte que nos dio la espalda se posicione de nuestro lado, así que dejemos el capítulo Asbury y creemos un nuevo episodio en nuestro álbum particular con Tobogán y King Sapo, que completaron ambos dos una bonita de noche rock’n’roll diezmada quizás en asistencia por la cuantía de saraos del pelo (o no) en el mismo espacio-tiempo, siendo Tobogán los encargados de abrir un melón que goloso resultó. Por varias circunstancias, pero la principal, la multitud de perfiles, modos o fisonomías que el rock’n’roll es capaz de adoptar formando con ello un magistral enjambre de fantasías, efectos y afectos. Seamos sinceros. Nuestro conocimiento sobre los riojanos es más bien escaso, salvo alguna escucha furtiva en plataformas digitales, y el objetivo se centraba en los Sapo, así que tampoco vamos a disfrazar la realidad. Tampoco obviaremos su actuación, por supuesto. Los chicos se lo curran, eso es cierto. Transmiten entusiasmo, apuntan maneras y se mueven entre la praxis rockera, la picardía callejera o la insolencia punkarra con elocuentes títulos como “Sin miedo al ruido”, “Cansados” o “Dejadme en paz”, todos ellos manejados con la arrogancia bien entendida y administrada por parte de los cuatro, aunque en este apartado quepa señalar la actividad de su vocalista, que no paraba un instante azuzando a la afluencia de público que afortunadamente fue aumentando en cantidad y participación. Un entreacto expeditivo y mordaz como mandan los cánones ramonianos. O sea, one, two, three…

Tras unos merecidos minutos de descanso aprovechados para tomar algún refrigerio o un reconstituyente cafecito (eso sí, a toda velocidad), saludar a conocidos y colocarnos en posición, se presiente nerviosismo en el ambiente, ya que la proximidad de la gente, aun todavía con poca aglomeración, las chácharas, las reuniones y la aparente disposición inducían al optimismo. Al igual que hicieran sus partenaires, con puntualidad se presentan y en un santiamén refuerzan nuestros presentimientos. De cuando en cuando yerras por las expectativas creadas, en multitud de ocasiones crees atinar con los vaticinios cuando ves el destello de una guitarra o sientes la fuerza motriz del feedback y en otras tantas la estimulante espiral sensorial te lleva en volandas. Esta mantuvo ese último rumbo. Esta rozó fases de levitación espiritual e instantes escalofriantes, pactó con el diablo para lograr algún orfeón general y cosquilleó el corazón con sentimentales interludios entre la bienvenida y la despedida con “Niño Gurú”, dos planteamientos divergentes en su génesis que certificaron la seña de identidad de unos tíos de contrastada trayectoria, pero no recurriremos al pasado. Apelaremos al futuro y a la idiosincrasia de un cuarteto orgulloso de su discurso y poseedor de un ramillete de profundas canciones que versan sobre la condición humana, el amor, el rencor, la codicia o la concordia, y que en las distancias cortas logran la ansiada afinidad con la audiencia dada la entrega desde el minuto uno sin escatimar un segundo. Canciones que variaron en posición y en ejecución, puesto que debían establecer nuevas direcciones revelando todo su potencial, como ocurriera con “Super Psycho”. El histrionismo vocal se mezcla con el provocador rasgueo de guitarra, y el personal entra en un bucle esotérico de sorprendentes dimensiones… y era la segunda de la noche, el prólogo de la ardiente “Lume” que acaba desatando el delirio de un público embrujado. Simplemente mágico, terapéutico. Místico y rotundo también, como la batería de “Hombre Humo”. Uno tiene su particular (e intransferible) porqué a esas misivas, y posiblemente ese planteamiento diste de su visión, pero tanto “Insomnios”, como “Libre” (finalmente se pudo apreciar el respeto al silencio), “Hablando con árboles” (titánico y escalofriante slide), o el resto de puyas o franquezas obtuvieron su merecida recompensa en una inmaculada función y logrando el beneplácito colectivo, el éxtasis, los elogios, los cánticos, frenesís y ánimos. Si tienes la oportunidad de acudir a una ceremonia de King Sapo, no eches la moneda al aire. La cara está de tu parte.
