Nueva grabación para Uncle Sal. Nuevos desafíos, mismos deseos, diferentes intentos. Nuevas canciones realizadas por el mismo equipo, la tan mencionada brotherhood que les acompaña en los buenos momentos y en los no tan buenos mantiene su fidelidad. Sería complicado separar ambos dos del mismo proyecto, si bien resulta evidente que Banker, Francis, Soulman y Gabe son sus principales artífices, los tripulantes de una nave necesitada de cierto feedback para arribar a buen puerto. Sí, quizás redundemos en exceso con el sempiterno aporte de estímulos, pero estos tíos generan la carga emocional necesaria para transmitir esa sensación, de eso trata el rock and roll, y por ende, ese sueño que es la vida y debemos convertir en realidad. Amor, búsqueda, fortuna, trabajo y amistad. Deseos del ser humano desde el instante en que posa el pie sobre la tierra, se enfrenta al equilibrio y la dificultad. Impresiones que nos suscita este “The American Dream”, tercer álbum de un cuarteto que conmueve con dulces melodías, perturba con instantes sensuales, remueve conciencias, aumenta la temperatura con efusivas estructuras y mantiene vivo el espíritu de misteriosos cruces de caminos. Los célebres y endemoniados doce compases que originaron su sociedad y adecuadamente combinan con variadas corrientes siguiendo sus principios, persiguiendo similares objetivos y continuando esta apasionante cruzada emprendida tiempo atrás como válvula de escape, con la única pretensión de compartir unos minutos los unos con los otros tomando unas cervezas, escribiendo, sonriendo, ensayando, cantando, deslizando el bottleneck por el mástil y marcando el ritmo de su rica amalgama de sonidos provenientes en su mayoría del nuevo continente. A groso modo ese es el pequeño gran rompecabezas de la compañía. El voodoo de Uncle Sal.
Una cuadrilla que apela al cobijo y la avenencia desde los minutos iniciales con la determinación de “Last Will”, el celestial acompañamiento de Lil’ Nouma, las ceremoniosas teclas de David “Empty Bottles” Chana y la ambientación necesaria para intuir que estamos ante otro ejemplar de similares características a sus predecesores, un considerado estudio sobre el big bang que originara el rock and roll y posteriores metamorfosis hasta el día de hoy; el jodido y adorado blues. Tras esos seis coreados minutos iniciales, la canción que da nombre al disco, lógicamente ha sido utilizada como reclamo del mismo y amablemente permitieron a GravelRoad76 su difusión: “The American Dream”, dicotomía que insiste desde un preliminar “one, two… one, two, three” alentada por consistentes timbales, decididas guitarras y relevantes mensajes propios de unos cuantos cronistas del presente y pasado yanqui, recordando que los sueños, esperanzas y esfuerzos no siempre tienen la fortuna de cristalizar. No obstante la confianza retorna en forma de vertiginoso slide en “South Of Memphis”, título que habla por sí solo y contrasta con la nostalgia de “Drinkin’ Days (Waffle House Blues)”, sus cuestiones, inquietudes, incluso urgencias, y con la densidad de variaciones psicodélicas en “Snakebite Fever”. Una tiritona singular. Un peyote que recorre la médula espinal cual sinuosa serpiente confiriendo mayor dimensión al discurso de los isleños y funciona como puente ideal para conmocionar a continuación con “Station Blues”, pues su sobrio carácter y lujuriosos patrones son garantía del potencial de una banda en plena efervescencia, poseedora de un formulario que aun manteniendo anteriores directrices, es más profundo y personal. El trabajo de Joan Barbé (el quinto beatle, si se nos permite la licencia) se antoja tan fundamental como las propias composiciones de Uncle Sal, las llamativas ilustraciones de Ric Jazzbo o las no menos llamativas imágenes del señor Ribas, las colaboraciones de grandes amigos como Jordi Juan o Pj González, y las perceptibles referencias a las ciudades del viento gracias a la armoniosa “All The Family Tragic Deaths”, o movimientos de marca registrada como “Rock And Roll Soul”, en el que una avispada armónica clava su letal aguijón transmitiendo lentamente su toxina por la epidermis y alcanzando el tuétano, las neuronas… Hasta llegar al encuentro de la medianoche, al influjo de la luna y la abstracción mientras inconscientemente repasamos el álbum de fotos particular y notamos la presencia de nuestros imprescindibles, extrañados algunos, necesarios todos como el lamento de una guitarra o una excelente creación como “Full Gray Moon”, preámbulo a una despedida tan cortés como la bienvenida. Esta vez el calor de la compañía se traslada a la paz de un solitario arenal. Los ecos, las siluetas, su acústica, una armónica y la acogedora sombrilla de “Homeless & Drunk”. La asombrosa realidad de Uncle Sal.