Miércoles 6 de junio de 2018 en Kutxa Beltza (Kafe Antzokia), Bilbao

Minutos antes de comenzar la gente se apelotonaba en la zona noble, lo cual es fiel reflejo de las ganas que había con los californianos que por primera vez se acercaban a nuestras salas, y visto lo visto no será la última. Y no será la última porque tras ver lo sucedido el día de autos, los grupillos creados por los asistentes tras el concierto, los rostros de satisfacción, la infinidad de fotos, recuerdos, firmas y discos vendidos y los posteriores mutuos agradecimientos, no nos cabe ninguna duda. Volverán. Y si añadimos el buen número de colegas que posteriormente estuvieron en Barcelona, Valencia y Madrid, miel sobre hojuelas. La primera estación de este viaje era Bilbao, y después de escuchar sus dos discos y hablar con unos cuantos amigos sobre ellos, la opción de subir las escaleras del familiarmente llamado Antxiki se convertía casi en obligación, aparte que intuíamos nos toparíamos con bastantes camaradas, lo cual sucedió, pudiendo charlar unos minutos con conocidos componentes de bandas de Bilbao y alrededores. Antes se subiría al escenario Germán Salto, quien aprovechó los apenas treinta minutos de los que dispuso arrancando varias cómplices sonrisas y otros tantos aplausos. Optimismo. Tensión. Vitalidad y melancolía. Confianza.

Poco había que cambiar en el escenario, pues el backline de los californianos ya estaba preparado de antemano y la presencia en solitario del madrileño poco afectaba en los trabajos de reemplazos, y se pudo ver tan sólo las esporádicas pruebas instrumentales de Brent Rademaker (saludó efusivamente con su primer peace and love) y Jason Soda, los guitarristas de una banda a la que conocemos gracias a Neal Casal, quien imaginamos que no necesitará ninguna presentación. California, peace and love, espiritualidad, melodías, armonías, hippies, los trabajados teclados del señor Niemann, la psicodelia… Fue todo mágico. Fue todo muy rápido. Fue como si estuviéramos en afilados precipicios tomando algún brebaje, en alguna playa contemplando el paisaje o surfeando por las dunas de The Joshua Tree cuando nos dimos cuenta que acababa la función. Y nos dimos cuenta de ello porque la concurrencia nos despertó de la momentánea hipnosis cuando gritaba «¡¡BESTE BAT!!», cuando la peña solicitaba «¡¡OTRA!!», cuando el público entró en éxtasis y no permitía que el quinteto se fuese sin un esfuerzo más, que por cierto, aunque digamos que estábamos en una especie de nirvana, durante el concierto los hubo, para qué vamos a obviarlo. Hubo viajes hacia el interior («In the Desert») y por el exterior (“You’re Already Home”), camaradería con los felizmente casados («Kathleen»), y recuerdos a Tom Petty (“Strange Days») o Lou Reed (“Out Of My Mind (On Cope And Reed)”), sin embargo el bullicio que nos alertó fue esa fuerte petición que ese día respondió al nombre de «Come Down», extraordinaria saeta dedicada a un añorado compañero fallecido el año pasado. Nos fuimos con una agradable sensación de paz, y sin saber el significado de esa H mayúscula la noche del mayúsculo concierto de GospelbeacH.