Domingo 24 de mayo de 2018 en Auditorio del Museo Marítimo (Nave 9), Bilbao

Finalizando su actual tour peninsular, y tras una productiva estancia madrileña donde tuvieron que repetir función al haber conseguido un soldout el viernes, llegaba el trío Daddy Long Legs al botxo en horario vespertino a Nave 9 y allí que nos fuimos para saborear las mieles de su oferta musical, pues los tíos tienen la gran virtud de introducirte en su cosmos particular sin mayores estridencias. No ofician en grandes recintos ni se mueven por selectos circuitos, pero en su defecto poseen una manifiesta exclusividad que les reporta cierta efervescencia. Aclaración: selectos en el sentido de petulancia, ni es ni será nuestra intención establecer agravios comparativos hacia las salas o las personas que impulsan la escena, organizan saraos y batallan en esta coyuntura. Punto y aparte. Sigamos con al tema que nos ocupa y sigamos con unos chicos que demostraron tener el diablo en el cuerpo, ya que embisten con un tórrido repertorio que contagia y del que difícilmente podrás abandonar una vez se haya introducido en la médula espinal. Un repertorio tan conciso y complejo como lo son los doce compases, tan heterogéneo como la diversidad de patrones esgrimidos en beneficio de una recia sociedad compuesta por armónica, batería y guitarra.

En definitiva, blues añejo, blues austero, blues activo y sincero seguido por un considerable número de asistentes que minutos antes de su comienzo se concentraba en el vestíbulo del Museo Marítimo demostrando que había expectación. Una vez abiertas las puertas del auditorio, la gente se apiñaba en unos primeros metros que parecían centímetros, y cuando las manecillas del reloj indicaban el horario estipulado, Josh Styles (baterista), Murat Akturk (guitarrista) y Brian Hurd (cantante, armonicista y guitarrista ocasional) se colocan en sus puestos y… ¡Acción! (Cámaras hubo, no así luces) Primeras notas de “Long John’s Jump” y la peña comienza, como no podía ser menos, a saltar, a apoyar y a disfrutar con unos tipos que conocen perfectamente el diálogo que se establece entre espectadores y practicantes. Acto seguido, tras dos segundos de respiro sueltan “Glad Rag Boogie & Ball” y los pies siguen su misterioso impulso atrapados por la magia del directo, siguen los brazos y puños en alto, siguen las cabezas en movimiento, siguen las muestras de euforia, sigue la calidez guitarrera, la eficacia percusiva y la diligente armónica del espigado cantante. Habían transcurrido tan solo unos cinco minutos y producto del mojo, el voodoo, el blues, el boogie y el ánima aparecen las primeras gotas de sudor en el rostro de Brian, un chamán que dispone y transporta al rebaño con su actividad escénica, con sus aullidos a la luna (“Morning, Noon, And Night”), su flema y su poderío (“Blood From A Stone). Mediada la actuación, el señor Styles timbal en mano avanza un par de pasos y arremeten con “Chains A Rattlin”, delirio vertebrador de un enfático show monopolizado por el brío de armonicista y baterista y mantenido con el donaire de Akturk a la hora de utilizar el wah-wah y deslizar el bottleneck por la guitarra. Decidimos abandonar las primeras posiciones, retroceder para coger un poco de aire y desde nuevo asentamiento llegamos a un tramo final cuajado de contundentes creaciones necesitadas del aliento del personal como “Death Train Blues” o “Big Road Blues”, prólogo de las consabidas (y bien ganadas) peticiones de vuelta. La perspectiva ofrecía sombras y siluetas agitadas, se percibía el vapor corporal, y la audiencia exprime a toda velocidad los minutos finales de “Motorcycle Madness”. Finaliza la velada. Concluye el tour. Extenuados, agradecidos y retribuidos se despiden los tíos. Se despide Daddy Long Legs.