La armonía, gastronomía y variedad de un festival a orillas del mar: Mundaka Festival | GR76


Del viernes 28 al domingo 30 de julio de 2017 en Santa Katalina, Mundaka (Bizkaia) 

La tarde prometía. El brillo del sol y el azul imperante invitaban a tomar el tren dirección Mundaka, contemplar los vivos colores de prados y bosques de Busturialdea y por supuesto disfrutar más tarde con la rica oferta culinario-musical de Mundaka Festival, que celebraba su tercera edición y que a día de hoy tiene fechas para una cuarta, lo cual es una excelente noticia. Por fin podríamos, tras anteriores visitas puntuales, asistir a las tres jornadas aunque bien es cierto que a última hora deberíamos huir rápidamente ya que el tren no espera. Bueno, un mal menor si tenemos en cuenta que Mundaka es una localidad de reducidas dimensiones y que en una circunstancia como la que nos ocupa podría verse saturada, así que mejor no pensar en las cuatro ruedas y utilizar un transporte público que se antoja más cómodo para la ocasión. Además tenemos que ser considerados con el medio ambiente, algo por lo que luchan en la organización del festival. Dicho y hecho. Vamos en tren.

Peter Harper

Con tiempo suficiente entramos en el recinto de Santa Katalina y en esos preliminares los achuchones, risas y afectuosas charlas con algunos aliados son tan animadas que se nos va el santo al cielo. Empieza el festival. Peter Harper es el encargado de darnos la bienvenida, algo que a la postre sería agradecido por buena parte de los allí presentes, ya que podríamos calificar su participación como sorprendente dado que recibió al público con su espiritualidad y una amplia sonrisa que no escatimó en solicitar en todo momento (“See You Smile”), aparte de proclamar abiertamente su inmensa alegría por estar en un lugar emblemático en el universo surfer como Mundaka y su gozo por contemplar las maravillosas vistas que ofrece Santa Katalina, que dicho sea de paso deberías visitar algún día si no has podido aún. Un lugar singular. Un enclave natural. Hay tiempo para recordar incunables como “Talkin’ Bout A Revolution” (Tracy Chapman) o “I Won’t Back Down” (Tom Petty) que pueden situar por dónde se mueve el ideario del señor Harper, pero su fortaleza se descubre con balsámicos postulados como “Can’t Stop Now”, contagiosa canción que anima a continuar la batalla, prolonga el camino emprendido años antes por su hermano Ben y provoca los primeros coros del fin de semana. Finalizando su intervención decide bajar para saludar, agradecer, besar y abrazar personalmente a bastantes de los sorprendidos espectadores mientras sus compañeros ponían banda sonora a uno de esos momentos de piel de gallina, un momento Peace&Love en toda regla preludio del transparente “For Love” interpretado con el ukelele y más tarde a capella esculpiendo poesía. Inicio prometedor.

Julián Maeso

Los operarios reemplazan los bártulos y entre ellos reluce el imponente Hammond de Julián Maeso mientras la peña comienza a colmar las primeras filas. Turno para el toledano. Turno para la elegancia, el groove y la solvencia de un tipo de incólume trayectoria a quien deseábamos ver en este contexto, puesto que la fusión de su música, su presencia, y la bucólica periferia sería un magnífico presente no sólo para él y su banda, sino para el público en general. Y por si fuera poco, mediada su actuación se sumó a la contingencia el único ocaso rojizo que hemos podido disfrutar. Obligada postal. Cual ceremonia baptista dan por concluido el recital con “Keep On Striving”, y en ese instante nos percatamos que siempre nos pasa lo mismo con Maeso. El reloj corre demasiado. Se nos va el tiempo. Precisamente la velocidad de Leave It In Time” fue la introducción elegida seguida de la reciente “No Earthly Paradise” y para ese entonces la audiencia ya estaba sumida en el universo de estructuras envolventes y ritmos bailables característicos del caballero, demostrando el nivel que atesora y su destreza no sólo con los teclados, sino con las doce cuerdas (“The Road Less Travelled”) y las vocales (“Hanging On A Wire”) impartiendo as usual una clase de magisterio, proyectando sugerente soul por los cuatro costados y el talante de un delicado compositor. Cautivador. Coge el testigo Quique González, con quien había compartido escenarios seis años antes en la gira de Daiquiri Blues funcionando como teclista cuando la peña se apiña aún más en las trincheras de vanguardia y el coto de los camarógrafos parece la Gran Vía un día de rebajas. Con la estación de tren como habitual escenografía “Sangre en el marcador” abre el tarro de las esencias y a partir de ese instante los coros serían tónica habitual de la actuación, destacando sobremanera en los primeros compases. Acompañado por Los Detectives y los coros de Carolina de Juan provocan la turbación con la romántica “Kamikazes Enamorados” vista desde otra perspectiva más enérgica que la que figura en el disco del mismo título. Sentimental en “Tenía que decírtelo”, reivindicativo en “¿Dónde está el dinero?”, entrañable en una “Charo” cantada a dueto con Carolina y agradecido a Paco Bastante (bajista de Julián Maeso) por componer la música de La ciudad del viento”, una de las reconocibles piezas del madrileño que no podían faltar a la cita. Y ya que estamos en una de esas ciudades del viento, una localidad costera donde fácilmente te sientes un habitante más, “Salitre”. Conveniente. Idóneo. Categórico. Nostálgico como la armónica de “Y los conserjes de noche”, prólogo de la despedida con “Vidas Cruzadas”, romance que se introduce sin reparos en el alma y con calma acaricia el corazón. Como el mar.

Quique González & Los Detectives
Mando Diao

Rápido tentempié y volvemos a la acción con los suecos Mando Diao, que en realidad no se encontraban entre nuestras prioridades, aunque podía ser una magnífica oportunidad para comprobar cómo se comportan en directo. Bueno, hasta aquí podría llegar nuestro pequeño análisis de una intervención que se movió por la desmesurada arrogancia de unos chavales que deben tener la autoestima por los cielos. Nunca criticaremos las diferentes propuestas, ese no es nuestro rollo. Ahora, la actitud, la compostura, el decoro y la irresponsabilidad ya es otro cantar. Llevaban suficiente alcohol en sangre como para arder en el escenario y hasta un colega subió a dar palmas y a arengar al público cuando el cuarteto poco estaba demostrando. Sobreactuaron. Una opinión. Mi opinión. No veo conveniente extenderse mucho más. Decidimos apartarnos para que otros pudieran disfrutar y desde la distancia escuchamos el engolado “Dance With Somebody” secundado por una ingente cantidad de voces. Hora de la estampida, pues el tren salía en cuestión de minutos y al día siguiente debíamos volver.

Last Fair Deal

Al igual que el primer día, un sábado resplandeciente nos saluda, lo cual es bienvenido porque estamos teniendo un verano bastante aciago en ese aspecto. Un veroño más bien, sin embargo minutos antes de que Last Fair Deal abriera la caja de Pandora la solana apretaba, buscábamos con urgencia alguna sombra reconfortante, alguna birra refrescante e intercambiamos algunos pronósticos sobre el devenir de la actuación mientras vemos pasar a nuestro lado un solitario surfero en busca de unas olas inexistentes, y nos preguntamos si podría ser uno de los Allah-Las. La afluencia va ocupando la explanada como un goteo intravenoso y salen a escena IkerGonzalo y Virginia Fernández a la batería. Llega la tormenta. Comienza la liturgia tantas veces aplaudida. Viene “The Storm”. La odisea de tres amigos curtidos en garitos y escenarios de todo pelaje va obteniendo la recompensa a tanto esfuerzo con notorias incursiones como ésta, así que no podíamos perder la oportunidad de ver otra vez a una banda que siempre nos ha transmitido una seguridad absoluta con su profundidad musical y nos ha situado en el filo de hipotéticos acantilados que curiosamente ese día estaban a nuestra espalda, pero no. Nuestro lugar estaba a escasos centímetros del escenario. Nuestras miradas enfocaban un objetivo, nuestros oídos se centraban en un sonido y nuestros pies y caderas seguían el magnético ritmo de las cuatro cuerdas, el firme percutir de timbales y las acometidas de una guitarra cósmica que supura blues. Ese es el embrujo de Last Fair Deal. Su compromiso, su complicidad y alegría que trasladan al oyente cruzando miradas, sonriendo y disfrutando la fuerte sacudida de “N.L.D”, empujando con el vigor de “Wild Rose”, o seduciendo con la humeante “Sweet Tender-Eye”, una melodía que se podría haber fraguado en cualquier taberna de Tennessee, un escalofrío que recorre la médula espinal con la misma virulencia que Gonzalo imprime al slide. O con conocidas revisiones en sus actuaciones como “Shake It All Over” de Johnny Kidd & The Pirates o nuevas adaptaciones como “Oh Well” de Fleetwood Mac. Todos absortos ante la fortaleza de Last Fair Deal. “Nobody” pudo acabar descontento.

Allah-Las
Lee Fields & The Expressions

Siguiendo la puntualidad de todo el fin de semana aparecen en escena los hippies californianos Allah-Las, quienes nos suscitaban cierta curiosidad por verles en directo. Sí, el surfero de antes era su bajista. Cinco tipos que deberían haber continuado la estela dejada por los bizkaitarras, pero su pase fue un tanto monótono, y a pesar de asegurar que Mundaka era el lugar más bonito donde habían tocado, no lograron conectar con el público que poco a poco fue cediendo terreno para acercarse a las barras o a las zonas de descanso del perímetro donde los más pequeños correteaban, saltaban y jugaban a sus anchas con las vistas privilegiadas del mar y la isla de Izaro. Otro acierto de la organización, así como las papeleras reciclables que había en el recinto y los recipientes exclusivos. Volvamos con los californianos que alternan voz solista e introducen sus ideas en un caleidoscopio del que más tarde surgen místicas canciones como “Had It All”, “Could Be You” o “Terra Ignota”. Una aparición que podía haber sido ideal por todo lo que rodea a banda y festival, pero tal vez se quedó en el intento visto el resultado final. Hora para comer algo. Hora para charlar. Dos propuestas análogas en esencia pero diferentes en tratamiento vendrían a continuación. El soul taxativo de Lee Fields & The Expressions y el más edulcorado de Beth Hart. En cuanto al veterano, apareció como mandan los cánones tras una intro instrumental y a partir de ese instante siguió las directrices marcadas por las viejas glorias del género preguntando en todo momento a la concurrencia, mandando mensajes de amor (“Precious Love”), auxiliando a mentes descarriadas (“Stone Angel”), secándose la frente y marcándose algún bailecito. Un soulman de la vieja escuela que consiguió despertar al gentío anunciando una “Special Night” que tras sesenta minutos de pasión se despide con la propia de “Faithful Man”. Revitalizante soul tras un anodino impás.

Beth Hart

Posteriormente llegaría el que para nosotros sería el último concierto del día, y aunque nos habría gustado quitarnos la espina de la última vez frente a Ocean Colour Scene, una retirada a tiempo es una victoria. Bueno, y que el horario del tren es el que es. Llega la hora, y como sucediera el día anterior a la misma hora comienzan las escaramuzas hacia las primeras filas para ver a escasos metros a Beth Hart, una mujer que poco se ha prodigado en la península y que tras sus conciertos de luces y sombras en Barcelona y Madrid llegaba a Mundaka. En este caso, las luces sobresalieron. Una show woman en toda regla que interpreta cada una de las estrofas con la teatralidad apropiada, con unos agudos de órdago y unos graves desorbitados obligando a la mayoría de los asistentes a corear sus canciones y juntar sus corazones en los momentos más tiernos. ¿Una diva? Poco nos importa. Manejó perfectamente la situación combinando diferentes perfiles, instrumentos y elementos precisos como un lenguaje corporal que conoce y exprime moviéndose combativa por todo el escenario disparando salvas de amor (“Baby Shot Me Down”), apoyándose sentimental en el pie de micro (“Close To My Fire”), obsequiando al personal con una estimulante “Coca Cola” la primera vez que se sienta al piano y mostrándose cercana cuando lo hace al borde del escenario (“Good Day To Cry”) o juguetona cuando se ponía de cuclillas (“Love Gangster”). El entreacto semiacústicomelancólico “Get Your Shit Together” junto a Jon Nichols va anunciando un final que llegaría con la celeridad arrabalera de “Monkey Back”. Satisfechos volvemos a la estación.

Seiurte 

A pesar del cansancio acumulado en dos condensadas veladas, debíamos volver hacia la costa puesto que la jornada final anunciada de puertas abiertas se antojaba atípica y especial. La organización pretendía con ello premiar a la localidad marinera, de alguna manera devolver el afecto recibido y agradecer su comprensión con las actuaciones de dos conocidas bandas del panorama euskaldun como Seiurte y Willis Drummond y la inclusión de unos neoyorkinos que darán que hablar en un futuro no muy lejano: The Rad Trads. Vayamos por partes. Empezamos con los berriztarras que celebran dos décadas en las carreteras con Hemen Gaude”, toda una declaración de intenciones que tímidamente anima a algunos seguidores que ven sus esfuerzos recompensados por un encendido Iokin pidiendo aún más. Se mueven entre el euskera y la lengua de Shakespeare (“Insert Coin”), rocanrolearon cual mozalbetes y supieron aprovechar la oportunidad con continuos duelos guitarreros entre los hermanos Elortza repasando cánticos pasados y otros más recientes como “Robinson Crusoe” o un “Txernobil” que suscitó algún grito contrario a la central de Garoña. Una hora de continuos puñetazos en el mentón como “Hogei Urte”. El tiempo, la distancia, el trayecto, los recuerdos, las heridas, los acuerdos. La despedida. El agradecimiento.

The Rad Trads

Desde la Gran Manzana venía The Rad Trads, conjunto de swing vacilón donde la labor vocal es compartida por sus integrantes y llegaban a Mundaka dentro de su gira europea. Un grupo de amigos desde época escolar que nos suscitaba cierto interés tras varias escuchas, así que debíamos sentir el hormigueo de sus melodías y el talante de unos chicos que divertidos y comunicativos se mostraron ante un público variado que en alto porcentaje acabó doblegado ante la espontaneidad de “Moonshine”, “Blackjack” o la archiconocida “Got My Mojo Workin’” bailada y vitoreada con entusiasmo. Brillantes metales, solos precisos, ritmos lúcidos y líricas equilibradas en una sesión donde podías encontrar rostros de estupefacción y otros de indiferencia, pero ya se sabe que esto es cuestión de gustos, y el nuestro estaba siendo correspondido. Lamentablemente teníamos quince minutos para vaciar el depósito ante Willis Drummond, porque al igual que los días precedentes debíamos salir escopetados cual Cenicienta hacia la estación. La banda de Iparralde era la encargada de echar la persiana de esta tercera edición, y la verdad, un acierto, porque la energía y confianza que transmiten sus componentes es el salvoconducto perfecto para llegar al éxito. No olvidemos que además han estado cuatro años de relativo descanso tras la edición de su penúltima entrega (“A ala B”) que les supuso un extraordinario prestigio no sólo por el disco, sino por los más de doscientos conciertos que ofrecieron por muchas latitudes. Salen a cañón con “Komedia”. Salen a por todas. Salen con violencia. Primeros minutos donde la iluminación se mueve con el mismo ímpetu que imprimen las endiabladas guitarras de Jurgi Ekiza y el nómada Joseba B. Lenoir mientras sus compañeros hostigan con la intensidad de sus herramientas, o sea, las expeditivas baquetas de Felix Buff y el aliento de Xan Bidegain al bajo. Había que exprimir los minutos, y nuestras últimas canciones serían dos de las incluidas en “Tabula Rasa”, su último trabajo: “Ilegala”, recordándonos las diferencias de la balanza socio-política y “Orain”, gentil recuerdo en este caso a nuestro perentorio abandono no sin tristeza, porque intuíamos que acabaría siendo un gran cierre. Volveremos el año que viene.

Willis Drummond
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