Marah & Cracker, una reunión difícil de olvidar | GR76


Sábado 6 de mayo de 2017 en Kafe Antzokia, Bilbao

Marah

Teníamos que acudir. Debíamos asistir. Sabíamos que los meses de tensa espera cristalizarían en densas horas de placer y acabaríamos rendidos ante el empuje, la ternura y el oficio de dos extraordinarias bandas comandadas por otras dos parejas de incuestionable valor como los hermanos Bielanko y los señores Hickman y Lowery. Conocíamos el terreno, intuíamos que sería una jornada especial, pero sobrepasó nuestras expectativas. Desde primeras horas donde intercambiamos txakolis, sidras y risas en el imprescindible poteo matinal con amigos venidos desde diversos puntos hasta que las fuerzas flaqueaban de madrugada mientras otros tenían arrestos suficientes para prolongar el tiempo con “Brown Sugar” y “London Calling”. Las vespertinas no le fueron a la zaga, ya que tras la comida compartida con más socios, los postres y cafés bajo el sol fueron, para no variar, el típico tópico instante donde te gustaría que las agujas del reloj quedaran petrificadas. Cual cenicienta, pero sin perder el zapato, corrimos dirección a otra reunión. Esta vez una celebración de aniversario con más afiliados a orillas de la ría, alargada tanto que volvimos a olvidar el maldito reloj entre saludos, abrazos, ágapes, jarabes, agasajos y eternas despedidas, puesto que debíamos partir otra vez rápidamente, ahora hacia Antzokia. En el camino, gente, gente y mucha más gente exprimiendo al igual que nosotros el espectacular día primaveral, porque si el botxo presenta un día radiante, limpio el aire, cielo azul y el entorno luce verde, no se contempla otra cosa que salir a la calle como caracoles al sol entonando a cada paso “I Want Everything”.

Marah

Tras el ajetreo de la jornada nos plantamos a las puertas de Antzokia, volvemos a saludar a los amigos que habíamos dejado con los aperitivos y hacemos la función de cicerone y guías turísticos, ya que se trataba de su primera experiencia en el recinto de Albia. Su bautismo cruzando el umbral de una sala que tenían pendiente visitar desde tiempo atrás, pero la distancia de sus procedencias imposibilitaba un encuentro que seguramente se repetirá. Han abierto una nueva ruta. Han descubierto un nuevo hogar. Conocido el continente, había que averiguar qué reservaba el contenido. Para ello habían venido, y tanto ellos en su estreno como el resto de los asistentes contuvimos la respiración, suspiramos, sudamos, asentimos y ascendimos a los cielos propulsados por la energía de la banda de Pensilvania y descendimos las profundas simas trazadas en el catálogo de los de California. Tal vez Marah no tenga canciones tan redondas como Cracker, pero le sobran condiciones. Tal vez Cracker no sean tan efusivos como Marah, pero lo suplen con una insultante categoría. Dos formaciones, dos variantes, un sentido. Teoremas, proclamas y sinfonías inspiradoras pertenecientes a tantos estilos, índoles o géneros musicales que a uno le resulta improcedente encorsetarlos en trajes ajustados o ubicarlos en una parcela determinada. Es libertad, es ímpetu, es empeño, compañía y soledad. Es rock.

Marah

Es pasión. Es entrega, es sacrificio. Es Marah, quien actuaría en primer lugar dejando bien alto el pabellón. En las primeras filas el metro cuadrado cotizaba en bolsa, y en los semblantes de sus propietarios se apreciaba nerviosismo, excitación y emoción cuando en la penumbra aparece la silueta de un hombre con gorra calada y acústica al hombro. ¡¡Es Dave…!! Esboza parte del público entre timoratos saludos y sosegados inicios marcados por la parquedad de “It’s Only Money, Tyrone”, el vicio de “Family Meeting” y el ritmo callejero “The Catfisherman”, donde despunta la armónica de Serge. Conocen el vocabulario gestual, les sobra coraje y poco parece importunarles cierto desequilibrio en un sonido tal vez exagerado en ocasiones, otras apagado. Saben conectar con el público, su esfuerzo es encomiable y el escenario es su hábitat, aunque de vez en cuando desciendan de él para fundirse en un sentimental abrazo con el público cantando a capella “Round Eye Blues”, “Santos de Madera” o un “Walt Whitman Bridge” que debería haber convencido a los más escépticos, que haberlos haylos como las meigas. Hemos vivido el auge, la incertidumbre, la recuperación, la recaída y el retorno de los hermanos con el tacto que requería cada momento, volvíamos a estar frente a ellos y anteriormente tuvimos la fortuna de dialogar con Serge, así que era de obligado cumplimiento corresponder. Revivimos circunstancias personales con “East”, cantamos con entusiasmo “Sooner Or Later” y casi desfallecimos con el torbellino “Christian Street”, porque la transpiración era máxima, la animación por parte de la concurrencia mayúscula y la sauna en la que se había convertido Antzokia exigía hidratación. Retrocedemos unos metros, pillamos algo para refrescar el gaznate y nos emborrachamos de placer con un “Wilderness” cuasi celestial con el que abandonaban por primera vez el tablao. Poco tardaron en volver. Sudados, asfixiados, agradecidos. “Angels Of Destruction” no podía faltar, y fue recibida con brazos al viento, coros enloquecidos y delirio general, despachando posteriormente con la misma solemnidad que habían despedido aquel entreacto fraternal, cantando y brindando juntos en un emotivo final.

Cracker

Si antes el metro cuadrado era un bien valorado, ahora ese precio se paga a codazos, puesto que la gente se agolpaba si cabe aún más en una parte delantera que abarrotada permanecía esperando la aparición de un conjunto que nos tiene muy mal acostumbrados (¿o muy bien acostumbrados?) en sus recitales, porque lo de estos tíos son recitales en toda regla. ¿Fríos? Hacía demasiado calor como para ser tan petulantes. ¿Calculadores? Frivolidades al margen, calculamos que poseen más de cuarenta piezas fundamentales. ¿Previsibles? Hubo quien cuestionó el guión utilizado. ¿Planos? Muchos de nuestros argumentos pueden pecar de monotonía, así que dejemos vagas consideraciones y centrémonos en Cracker, que nos saluda en formato dúo con la pareja HickmanLowery y la delicadeza de “Dr. Bernice”, el soul urbano “Been Around The World”, la suave fragancia silvestre “Almond Grove” acompañados por la steel de Matt Stoessel, y “The Golden Age”, donde la banda carbura al completo con la incorporación de Bryan Howard y Coco Owens, obligando acto seguido al empuje general con el flemático y solícito “Teen Angst”, donde constatas la entidad de unos tipos orgullosos de un inmaculado trayecto lleno de fantasías, realidades, esperanzas y tormentos guarnecidos bajo el amparo del rock&roll. ¿Quién osa a decir que este comienzo no es digno de los más exquisitos paladares? “I Want Everything”. El tiempo se detiene. Vuelven los recuerdos. Irrumpen las imágenes. Surgen los suspiros, los anhelos y aparecen los apoyos que fortalecen el espíritu en una de esas epopeyas que gravitan en la sencillez de la complicada herencia americana.

Cracker

Nos hallábamos en la gloria interiorizando cada nota, cada palabra, cada estribillo, cada guiño, cada escalofrío, y preferimos retirarnos a puestos más alejados para obtener otra perspectiva, captar el carisma de David, apreciar los envites guitarreros de Johnny, valorar el estático movimiento de Stoessel y observar la cadencia del gigantón Howard y el arrinconado Owens. Seguimos sudando con “Sweet Potato”, gritando con “This Is Cracker Soul” y el éxtasis imperecedero de “Euro-Trash Girl” arranca ovaciones, mueve corazones y exige los coros de una audiencia compenetrada. Eficaz, efectivo, evidente. Todo cobra sentido cuando el respetable se desgañita y la agradable brisa de “One Fine Day” acaricia suavemente tu rostro sofocado demostrando que el rock es temperamento, actitud, genio e ingenio. Es pasión. Another fine day.

Cracker
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2 comentarios

  1. ¡Qué conciertazo! Bueno, realmente el día entero debió de ser fantástico, tal y como lo describes en la crónica que parece que me haya ido al concierto con vosotros. Me parece una grandiosa forma de combinar artistas: la energía borderline de Marah con las letras redondas y el buen rollo de Cracker. ¡Siento envidia!

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