Jueves 24 de marzo de 2016 en Kafe Antzokia, Bilbao

Muchas voces recomendaban acudir, bastantes insistían y sin pretenderlo (o sí) esos gritos presionaban tanto que nuestra presencia frente a The Silent Comedy era prácticamente una exigencia. Si a todo ello sumamos que los chicos se despedían de un tour hispánico donde habían dado sobradas muestras de entrega y entereza, esa necesidad se convertía en debilidad. Somos débiles, acaso previsibles. Somos consecuentes con nuestros vaticinios, somos testarudos y debíamos corresponder a la amabilidad con la que fuimos tratados semanas atrás por Joshua en una charla que emplazamos en el tiempo. La providencia hizo que ese día fuese, según muchos calendarios, un jueves santo, donde cada feligrés celebra sus pasiones con sus propias liturgias, rodeado de cofrades y a ser posible en solemnes parroquias. Más tarde supimos que los vallisoletanos Arizona Baby se sumaban a los oficios, posibilitando con ello más fieles a la causa, ya que por los motivos ya conocidos y tantas veces esgrimidos la procesión de los americanos no terminaba por reunir demasiados devotos, salvo algún puntual paso por el camino. Noche de pasiones, vibraciones y canciones.

Y ambientes singulares. Eléctricos, acústicos, sencillos y sobrios. Distintos y semejantes. Precisos. Entre los subidones de adrenalina y alteraciones del ritmo cardíaco producidos por el constante entusiasmo de un terceto y un cuarteto, la sensación de atrevida bisoñez de una banda emergente y la vehemente madurez de otra experimentada, sus intenciones y sus composiciones. Bravatas varias que en el caso de los castellanos son sentencias filosóficas o rabiosas epopeyas sobre nuestro comportamiento, nuestro sufrimiento, nuestros éxitos e impedimentos que actúan cual flashes en la psiquis. Despiertan, recuerdan un decenio donde infinidad de bandas y propuestas tienen su parcela, y los días, incluso las horas o momentos tienen su espacio. Ahí entra Arizona Baby, una banda complaciente que camina por abruptos senderos y ventosos desiertos guiados por un cancionero sorprendente, catapultados por una acústica con tratamiento eléctrico que remite a la esencia y rebeldía del rock.

El pensamiento, la condición humana, “Owners Of The World”, el cautiverio y la libertad, el universo Arizona que explora una “New Road” e intenta descubrir “The Truth” a base de contagiosos ritmos que no pierden la chispa y comicidad a pesar de los años transcurridos. Alma campera, rockero corazón. Un clásico, vamos. Una fórmula que han sabido administrar en el tiempo y exprimen con criterio, con habilidad, con socarronería por parte del señor Vielba, un tipo al que la definición agitador de masas le sienta como un guante, con la sensualidad de los ritmos moriscos del señor Aragón y la infinita categoría del señor Marrón con las seis cuerdas. “Sixteen Tons” incita al personal con su arrastrada cadencia mascullando sus estrofas, siguiendo el compás con chasquidos de dedos mientras interiormente te descojonas del angosto futuro que vaticinaban pitonisas y videntes, mientras compruebas que la banda transmite y goza de un compacto sonido, mientras sientes la profundidad de “If I Could” y conectas en un solícito fadeout con la banda. Mientras percibes el calor, mientras recibes el mensaje, mientras acreditas que difícilmente son encasillables y disfrutas. Mientras te alejas para contemplar el bravo oleaje de sienes y pelajes provocados por vientos del Atlántico, mientras persisten los slides salvajes del señor Marrón. Mientras escuchamos desde la distancia un sonoro “Shiralee”.

Debíamos apartarnos y retirarnos antes del final porque teníamos una cita pendiente con Joshua Zimmerman, su hermano Jeremiah, Justin o Chad, evitar las típicas aglomeraciones e intentar charlar unos minutos con ellos. Por ello intuimos el final de Arizona. Por eso cambiamos el rugido de las guitarras por unas amables palabras, por un diálogo que en el buen sentido fue más bien monólogo (dada la sociabilidad de Joshua), por la cercanía y deferencia de unos chavales que desde ya nos tienen ganados, porque si antes nos habían noqueado con su explosiva actuación, su trato nos dejó un grato sabor. Unos chavales furiosos, sosegados y sorprendentes con un directo diametralmente opuesto a sus aventuras en estudio, o al menos esa fue mi percepción desde la bienvenida de “Impossible”, transformando una especie de hambriento folk en orgánico rock, melodías descendientes del pop en insaciables armonías que maman soul sin fisuras, con fluidez y una insultante fe para su corto peregrinaje.

Apenas sin tregua ensamblan “Poison” y descubres que no eres el único mortal que recibe sus venenosas descargas, escalofríos que recorren la médula espinal y se reflejan a continuación en rostros asombrados por el electrificado banjo de Justin Buchanan en “Light Of Day”, efusivo episodio de argucias instrumentales y opulencias vocales que consiguen el primer alarido al unísono del personal. Aparece el refinado carácter de “The Prince”, aristocrático viaje en un viejo vagón de madera a ritmo de mandolina, pedal steel guitar, evocadoras historias de pasiones y hasta salvaciones que asimilamos en un suspiro con la stoniana “Dead Flowers”. Espiritual. Coral. Colosal. Activos, constantes y sencillos («Simple Thing»), por momentos raciales, por momentos sensuales, demostrando en su adiós hispano que tienen suficiente “Gasoline” en la reserva, bastante energía con las baquetas de Chad, sobrada pulcritud con las armonías vocales que capitanean Jeremiah y Joshua y armada rotundidad con Justin. Con un reluciente “Moonshine” entramos en la recta final, otro resorte necesario para impulsar al aliento a una masa enloquecida por los penetrantes teclados y samplers… Sí, has leído bien, samplers de Jeremiah que preceden a la enajenación transitoria de su hermano en “Exploitation” y su fusión con un público sediento de acción. The Silent Comedy, una formación enfática y sumamente contagiosa, atractiva, bohemia, aventurera e ilusionante como “Road Song”, cálida despedida de una nocturna aparición rebosante de pasiones, vibraciones y canciones.