Jueves 17 de marzo de 2016 en Salason, Cangas
En muchas ocasiones hablar sobre la experiencia vivida en un concierto se hace difícil de explicar, pero en otros casos es un trabajo relativamente fácil. Con lo de «fácil» no me refiero a que se trate de un concierto malo, sino que en algunos casos la banda te da justamente lo que te prometen y por lo tanto salvo alguna sorpresa no dan margen de maniobra a la hora de escribir sobre ellos.
La Chinga regresaban tras su exitosa anterior visita para presentar el nuevo disco «Freewheelin'». Un buen número de conocidos nos recomendaron durante los últimos días que no perdiéramos la oportunidad de verlos en acción, y aunque nunca he sido un gran seguidor de los sonidos más hardrockeros, asistimos puntuales a su concierto de Cangas. Casualidades de la vida, unos días antes tuvimos la ocasión de escucharlos tras las paredes de la Rocksound en Barcelona, a la cual no pudimos acceder por presentar un lleno absoluto, así que en esta ocasión intentaríamos no quedarnos fuera de la sala una vez mas.
Nada más entrar en la Salason lo primero que me sorprende es el escaso público presente. Se trataba de una banda que nos visitaba por segunda vez y que levantara tanta expectación que para nada podría imaginarme ver una sala con menos de la mitad del aforo. Pero como eso cada día ya es más que habitual, lo dejaremos pasar un poco de largo.
Los primeros temas decidí saborearlos alejado de las primeras filas, desde donde pude comprobar la pasión que puede desatar la banda canadiense entre un puñado de fieles seguidores. Son ellos los que desde el minuto uno exponen toda su rabia contenida, saltando sin descanso y acompañando a la banda gritando cual corderos degollados cada uno de los estribillos de canciones como : «Snake Eyes», «Right On»…
La Chinga ha salido como un tornado, con ganas de arrasar con todo y solamente un problema con la guitarra de Ben aminora ligeramente la velocidad crucero marcada desde el minuto uno. Gracias a ello Carl y el nuevo batería Jonas Fairley improvisan una intro que sería preludio de lo que posteriormente nos ofrecerían en la parte final del concierto.
Es ahí, en esta fase del show, cuando La Chinga saca a relucir la mejor faceta de la banda para mi gusto. Abandonando en parte su lado más duro y hardrockero, deciden jugar entre texturas psicodélicas e incluso stoner, instantes en los cuales los tres músicos a pesar de abandonar en parte su rumbo habitual siguen siendo igual de atronadores, sonando perfectamente compactados y sacando a relucir toda su capacidad de dominio sobre cada uno de los instrumentos. Canciones como la zepelliana «Mountain Momma» o «Stoned Grease White Lightnin'», o «The Dawn of Man», marcan sin duda alguna un antes y un después en el sonido de La Chinga. Si con su primer álbum habían llamado la atención de muchos, con su segundo trabajo terminan de afianzarse como una de las bandas a seguir por todo aquel amante del sonido ’70.
El final de fiesta no podría ser otro que su tema más conocido y que da nombre a la banda. Una canción perfecta para cerrar una noche de fiesta, entre sudor, algún que otro espontáneo sobre el escenario y sobre todo mucha diversión.