Viernes 19 y sábado 20 de junio de 2015 en Mendizabala, Vitoria-Gasteiz
Días de reflexión tras el Azkena Rock rememorando pasajes, recopilando datos y revisando imágenes, aquellas que no sé si valen más que mil palabras pero hablan por sí solas, recuerdos que dejan huella y guardamos tanto en el disco duro como en el corazón. Gracias a estos recuerdos podríamos decir que somos unos afortunados por llevar unas cuantas ediciones a la espalda y no faltar a ninguna de las celebradas en Mendizabala, y eso que algún año pintaban bastos. Lo que empezó siendo una aventura momentánea ha ido creciendo y se ha convertido en una peregrinación obligada más allá de nombres y circunstancias puntuales, comenzando años atrás siendo pragmáticos. Nuestro interés se centraba en los riffs de guitarra y las voces huracanadas.
Ahora es distinto, somos más reflexivos y aunque los escenarios tienen su importancia, el objetivo principal de nuestra presencia en la cita gasteiztarra a cedido el testigo a la explanada, a las personas, a todos los amigos que hemos ido conociendo y seguimos conociendo a lo largo del camino y se han convertido en muchos casos en seres imprescindibles, una familia que en un comienzo se gesta por afinidades comunes y al final acaba siendo un grupo de amigos heterogéneo y compacto, con diferencias generacionales, orígenes diversos, aficiones o personalidades dispares y una profunda amistad y respeto. Y todo esto confiere un carácter familiar a un fin de semana singular. Días de risas, reencuentros, abrazos, animadas charlas entre cervezas, largos paseos de escenario a escenario y un copioso banquete musical, por supuesto. Principalmente por este motivo nuestra deuda con Azkena Rock es infinita y casi perpetua, porque las ediciones pasan, los artistas cambian, puede que descubramos alguna novedad y en ocasiones repiten, pero las personas permanecen. Intangibles con un valor especial, un halo particular. “Soulshine”, sin más rodeos. Una canción que aglutina en melodía y letra las sensaciones, el lugar, el compañerismo, la reunión. Inmensa y de obligado estudio. Recuerdos, imágenes y huellas.
Aunque hayamos hablado de ello, nos gustaría felicitar a la gente de Last Tour por la organización de este pedazo FESTIVAL con mayúsculas. Es un hecho que a lo largo de estos catorce años ha habido momentos buenos y mejores, opiniones para todos los gustos, cambios constantes, y abundante anecdotario, pero si estamos hablando de catorce ediciones, es que algo se ha debido hacer bien, aunque llevemos demasiados años escuchando que este es el azkena. Pues no. De momento esa última edición que algunos agoreros vaticinan aún no ha llegado, y en ocasiones nos obstinamos en solemnes juicios mientras obviamos los pequeños detalles que proporcionan carácter y personalidad. Evidentemente esto es una carrera de obstáculos permanente, donde las situaciones inesperadas y complejas variables que desde fuera se nos escapan han de tener una inmediata reacción que no siempre será bien recibida por una mayoría o incluso minoría, pero es innegable el tremendo atractivo de Azkena Rock. Con sus virtudes y defectos, con sus decisiones y planteamientos. ¿Que había muchas colas? En las administraciones de lotería los días previos al sorteo de navidad también. ¿Qué había pocos baños? Punto controvertido, donde la única ubicación de los mismos tal vez haya sido el detonante de las protestas malhumoradas, y uno sigue pensando que la oferta siempre será poca. Este año no iba a ser menos. ¿Qué las barras (menos, por cierto) se llenaban en dos minutos y la espera en ser atendidos se hacía en ocasiones eterna? También. ¿Qué el espacio entre escenario y escenario era menor y en ocasiones la masa colapsaba el trayecto? Hablando de solapamientos… Un tema recurrente. Cerremos el apartado de quejas (uno lo encuentra contraproducente y demasiado manido), y valoremos la situación. Lo nuestro es el rock, amigos, esas notas del diablo que nos hacen despertar o soñar, nos embriagan y seducen y obligan a recluirnos en salas y sudar como si de saunas se tratara, o en ocasiones desplazarnos unos kilómetros para sentir el rugido de las guitarras. Volvemos a Mendizabala.
En la maleta ilusión y esperanza. En la autovía, bruma, lluvia e intranquilidad. Quien conozca Altube lo comprenderá, y para aquellos que lo ignoren, una escueta explicación. El parque de Gorbea en su extensión es una zona que podríamos decir goza de un microclima particular, así que aparecen los nervios por saber cómo nos recibirá Gasteiz tras la plomiza cortina de agua. Pero como digo es una zona particular, y en nuestra llegada el cielo nos saluda con un azul espectacular y una temperatura más bien elevada para nuestros pronósticos. Tras los pertinentes preparativos en el hotel llegamos a Mendizabala y nos acercamos al camping donde se encuentra parte de la hermandad. Efusivos y breves saludos, ya que en un instante hemos de entrar al recinto. Nos espera Highlights, pero antes de cruzar el umbral ponemos voz a más compañeros que poco a poco se van sumando a la larga lista de aliados. Calor en el recibimiento, calor en la explanada y calor en el segundo escenario (Bobby Keys Stage), que al contrario de los últimos años es el encargado de dar la salida. Lanzar el txupinazo debe ser un orgullo y responsabilidad, y desde la lejanía adivinamos nervios en los muchachos. Tras hablar sobre ellos y con ellos en alguna ocasión no debíamos perder ni un segundo y disfrutar con “Silver Queen”, “Last Sunset”, “F.A.S.O.S.” y demás artillería, alegrarnos por su inercia y recompensa. Se les ve cómodos, atrevidos y sueltos, y aun siendo asiduos de los de Arrigorriaga, nos sorprende gratamente su actuación y el buen sonido utilizado, al igual que nos sorprende la supresión de la carpa que tantos años nos ha acompañado, volviendo a tiempos pretéritos. Bueno, en realidad ya lo sabíamos por la información ofrecida por Last Tour. El txupinazo no sólo es simbólico, y los potentes riffs actúan cual pirotecnia empujando al público novicio en su mayoría a levantar puños y brazos, lo cual es una alegría, y si esas muestras son por Highlights, la satisfacción es mayor, para qué negarlo; tal vez no estuviéramos muy equivocados con nuestras intuiciones. Sabíamos que Sergio, Miguel, Valero y Mario aprovecharían la oportunidad. Al acabar su participación comienza el ritual de los cambios de orientación, pasamos de un sol de justicia en la espalda a las gafas de sol, y en cuestión de minutos aparece Sven Hammond en el escenario principal este año denominado B.B. King Stage. Vienen de la tierra de los tulipanes, estampa que Ivan Perotti (vocalista de la banda) agradece diciendo que somos grandes anfitriones por el predominante color naranja entre la multitud, pero al César lo que es del César. Se debe a las telecomunicaciones. Transmiten buen rollo y los bailes se aprecian mientras suenan contagiosas “Fly”o “Pain” e Ivan seduce con unos agudos de escándalo en “King” mientras sus compañeros se muestran poderosos desplegando buenas intenciones y manteniendo un alto nivel, obligando a cantar, danzar, chillar y sudar abiertamente. Soul de kilates. Notorio ejemplo de revelación, sorpresa o descubrimiento para unos cuantos que repitieron al día siguiente en la Virgen Blanca, liando una fiesta para recordar.
Toca decidir. Retroceder o dirigir nuestros pasos hacia el tercer escenario, donde habían estado los gallegos Mad Man Trio y que por esas arbitrarias decisiones tuvimos que sortear. Pues bien, segunda, que no sería la última del fin de semana, aunque por una vez fue salomónica. Vemos comenzar a The Dubrovniks, y según sople el viento nos acercamos a The Last Internationale, que desplegarían su arsenal en el Kim Fowley Stage, que evidentemente aparte de su nombre, este año varió su orientación, otra de las iras de algún parroquiano. Junto a dos coristas los aussies interpretan “Audio Sonic Love Affaire”, y siendo sinceros no nos acaban por capturar, así que optamos por los neoyorkinos que teníamos señalados tiempo atrás. Cuando llegamos la peña ya estaba entregada a los sonidos underground del trío y “Life, Liberty, And The Pursuit Of Indian Blood” era coreado fuertemente por la mayoría. Tal vez seamos un poco primarios en este sentido, pero cuando desde el sector masculino vemos a una mujer al frente… Efectivamente, elementales y cándidos. Desde la distancia vemos que más gente se va uniendo a la causa, más miradas cómplices, más muestras de aprobación, más aplausos, más calor si cabe cuando Delila Paz solicita y obtiene colaboración, y se zambulle entre el respetable para finalizar una notable actuación con “1968”, aunque a uno ya le había ganado antes con un breve aperitivo de “Sympathy For The Devil”. Y con el diablo nos vamos a ver a JD McPherson, que también se encontraba en nuestra lista, y a quien había gente que le llamaba jotade, jeidi, dijei y los más osados jedi. No terminó por corroborar sensaciones. Sí, le puso ganas, sudó y se entregó, pero algo no terminaba de cuajar, su coctelera de Rhytm&Blues y primigenio Rock&Roll no teminaba por carburar, y quizás el sonido fuera uno de los principales motivos para ello, acabando con la paciencia de muchos seguidores a los que se notaba su descontento. Piezas clásicas en su cancionero como “Fire Bug”, “North Side Gal” o nuevas como “Head Over Heels” deberían haber sido un efecto despertador, pero todo se quedó en un intento. Es indudable que calidad hay, pero el día, el lugar, el momento o las circunstancias no eran las idóneas. Su gran trabajo en el estudio no quedó refrendado en el directo, pero cuidado, no vayamos a enterrar a alguien que está muy vivo. ¿Seguimos echando la moneda al aire? ¿Optamos por la veteranía o apostamos por la lozanía? ¿Nos unimos a Jesse Malin o a Jake Smith? Otra duda, que afortunada o desafortunadamente (depende del color del cristal con que se mire) teníamos decidida, y nos acercamos a la novedad, ya que The White Buffalo pisaba por primera vez el asfalto peninsular y es un tipo que ameniza muchas tardes nuestro tiempo de lectura o descanso.
Un tipo grande, un gran tipo que encandila por su simpatía y atrapa con una voz desgarradoramente emocionante. Luminosa. “Wish It Was True” es la encargada de abrir un set que caminó entre la rebeldía de “Joey White” y la melancolía de “Oh Darlin’ What Have I Done”, con unas primeras filas copadas por ojos vidriosos y nostálgicos semblantes. Si con la luz diurna las odas del rapsoda de Oregón llenaban el escenario, con el ocaso adquieren significado, y la comunión con el público llega a su máxima expresión cuando es fuertemente coreada, bailada y aplaudida “How The West Was Won”, inconfundibles raíces de la ruta americana en la llanada alavesa, despidiéndose con la alegría que insufla “The Pilot”. Otro apuntado para salas. ¿Sucederá como Israel? Esperemos. Uno de los platos fuertes estaba a punto de comenzar, pero en ese momento preferimos otros platos, los del avituallamiento, así que hemos de aprovechar y cenar. Hay que descartar y descansar. Television era nuestra banda elegida para ello, y tras engañar al estómago podemos ver el final de su actuación. Como esperábamos no fuimos los únicos en tomar esa decisión, nos acercarnos holgadamente al escenario, y nos da el tiempo suficiente para contemplar le sutileza de “Guiding Light” y buscar la luna con la guitarra del señor Verlaine que iba cogiendo altura en «Marquee Moon».
Seguimos en la luna. O en Marte, Venus o Saturno, porque vamos a dar un paseo por el cosmos con los canadienses Black Mountain, uno de los momentos que esperaba con mayor ansiedad, y visto lo visto no andaba muy desencaminado. La psicodelia, la catarsis emocional, el viaje astral del festival, una especie de filarmónica conceptual con la que flotamos en la inmensidad. Salvo “Wilderness Heart” escuchamos y babeamos con las canciones de sus dos discos restantes, e hipotecamos los primeros minutos cuando suenan “Stormy High” y “Tyrants” para poder inmortalizar el momento y más tarde saborear la actuación en toda su magnitud. Hablando de las primeras filas, momento My Morning Jacket que le llamamos, seguro que alguien lo entiende. Llevaba tiempo pensando si sonaría, si la incluirían en el repertorio, y reconozco que me derrumbé. Si, a pesar de la coraza irreal que nos empeñamos en llevar las canciones que pellizcan me sobrepasan, y con “Set Us Free” me sentí libre, volé, soñé y me zambullí en sus progresivos desarrollos junto a la dulce y envolvente voz de Amber Webber que absorbía las miradas mientras los señores McBean y Schmidt continuaban con densas atmósferas catapultadas por Wells y Miranda al éxtasis en “Druganaut” y la profundidad instrumental de “No Hits”, el efecto LSD, la majestuosidad de unas composiciones que adquieren un crecimiento exponencial en el cara a cara. Durante mucho tiempo permanecerá en nuestras retinas y en nuestra memoria. Auténticos prestidigitadores.

A pesar de la sensación etérea que nos había producido la descarga de los canadienses sabemos que somos mortales y no omnipresentes, así que dejamos para próximas ocasiones a Lee Bains III & The Glory y nos dirigimos a B.B. King Stage a presenciar uno de los momentos cumbres de la edición. En el camino nos cruzamos con amigos que se trasladan de Alabama a Texas, intercambiamos opiniones y en cuestión de minutos estamos frente a la escenografía característica, o sea, batería de dos bombos y resplandecientes pies de micrófono a modo de tubo de escape flanqueados por pantallas de video, un momento que la práctica totalidad del respetable espera con entusiasmo. Nos situamos en la grada verde junto a una veintena de amigos y al tiempo que una atronadora bienvenida por parte de los allí reunidos adivinamos las figuras de los señores Beard, Hill y Gibbons que comienzan a carburar con “Got Me Under Pressure”. Una vez acababa actúa como resorte para que intentemos acercarnos y tomar alguna instantánea. Iluso. Insensato. ¿Dónde crees que vas? Las primeras posiciones son coto privado, aquí no hay favores que valgan, y como somos obedientes retrocedemos con “Jesus Just Left Chicago”. La temperatura sube, volamos con “Flyin’ High” y los rasgeos del reverendo en una vieja y carcomida Telecaster sirven de preludio para “Gimme All Your Lovin’”, uno de esos himnos inconfundibles que desata el fervor, es aclamado y coreado hasta niveles insospechados.
No se trata de exagerar, porque había momentos en los que se escuchaba mejor el griterío que a los protagonistas, porque el sonido… Otra vez a cuestas con un volumen inadecuado, demasiado bajo, con un murmullo cada vez más intenso entre el personal, y los comentarios sobre la diferencia de imágenes entre las pantallas de video de la banda y organización empezaban a ser tan molestos que optamos por cambiar de grada. Un cambio fugaz, ya que volvemos para bailar y tararear como locos adolescentes “Foxy Lady” a la que seguiría un “Catfish Blues” que particularmente me supo a poco. Simple y descafeinada. Vuelve la emoción con un encendido Gibbons amo y señor del escenario con sus punzantes y característicos guitarreos en “Cheap Sunglasses” y poco afortunado en facetas vocales. Debía concentrar todas sus fuerzas en la guitarra y en las habituales coreografías junto a su viejo camarada Hill, que mantuvo el tipo cuando se enfrentó al micrófono. Continúan con el ritmo constante de Beard en “Sharp Dressed Man” y dan por concluida la primera parte de un set demasiado accidentado con una incendiaria “Legs”. Tras unos minutos de refrigerio se despiden con el epílogo lujurioso de “La Grange” y “Tush”, donde estos sexagenarios demostraron que hay fórmulas sencillas demasiado complejas y por ende adictivas como para prescindir de ellas. Salvoconducto a la eternidad.

Hablando de, L7 deberían tener una parcela en propiedad, y por ello debíamos jugar una bola extra a pesar de llevar un buen tute a cuestas. En la balanza el cansancio y el entusiasmo que evidentemente pesa más, y la gran trayectoria de estos últimos años de escenario y horario, con Walking Papers, Sheepdogs o Unida, que unida (valga la redundancia) a la vivida las últimas horas obligan al esfuerzo. Un gran logo de las chicas es claramente identificable y las notas de “Deathwish” nos guían cual noctámbulos en la oscuridad. Llegamos al habitual puesto de vigilancia y comprobamos que siguen con rabia, actitud y conexión a pesar de la reciente reunión, y la pregunta de si debíamos intentar la proeza de arrimar un poco el hombro es rápidamente atajada. No. “Monster”, “Scrap”, “Fuel My Fire”, “Diet Pill”… Buff, volvemos a los recuerdos, las imágenes y huellas grabadas a lo largo de los años cuando adivinamos inicios de pogos en el público que nuestro lado salvaje incita a seguir mientras la vertiente sensata nos aconseja desestimar. Es preferible permanecer alejados golpeando el aire con la cabeza y seguir el frenético ritmo impuesto por Jennifer Finch y el poder cavernícola de Dee Plakas, la contundencia de Suzi Gardner y a una desafiante Donita Sparks. Podríamos utilizar todas los típicos y tópicos calificativos que hablan de seguridad, pero es así, sucedió así. Visceralidad y arrogancia bien administrada de unas chicas que resucitaron y despertaron del letargo a los allí presentes con ritmos acelerados, profundos, frases que animaban a la locura aún siendo horas un tanto inhabituales para ellas (Donita dixit) y mucha intensidad, porque acabamos agotados y con una sonrisa de oreja a oreja cuando nuestra resistencia desistió con “Mr. Integrity”, como no podía ser menos, y nos vemos obligados a tirar la toalla. Antes de abandonar el recinto dedicamos un par de minutos de cortesía a Nico Duportal & His Rhytm Dudes que actuaban en el tercer escenario, pero una retirada a tiempo es una victoria, teniendo en cuenta que teníamos varios frentes abiertos en un futuro inmediato.
Amanecemos (bueno, despertamos para ser más exactos) con los pájaros alaveses y los rayos de luz que se cuelan por las persianas de la habitación, y tras un reconstituyente desayuno-almuerzo, el pertinente aseo y minutos de lectura o preparativos varios partimos hacia la Virgen Blanca a ver qué se cuece, y lo que se cocía era la gente apelotonada brincando, gritando, bailando y disfrutando como energúmenos con Sven Hammond cuando lo conveniente para esas horas y con esa temperatura sería tomar unos txakolis en la Cuchi con la cuadrilla, pero “That’s Rock n’ Roll”. Algunos repitiendo sensaciones, otros comprobando que son de sangre caliente estos holandeses, unos ataviados con los sombreros naranjas, otros de paseo matinal con los niños, algunos como cangrejos al borde del desmayo, otros frescos con unas ganas del carallo. A mitad del concierto más o menos nos ausentamos porque nos espera la banda, la brotherhood, la familia, para celebrar nuestra reunión anual con ágapes, complicidad, risas y una amena sobremesa que se extiende más de lo deseado y retrasa nuestro retorno a Mendizabala, aunque con la solana que teníamos en esos momentos… Retomamos la sobremesa en una pequeña sombra frente a la entrada donde escuchamos a los astures Black Horde y decidimos entrar una vez empezado Powersolo, teniendo en cuenta que podríamos aprovechar los árboles y los pocos metros sombríos del escenario principal. Perfecto puente entre L7 e Eagles of Death Metal, un divertido popurrí de ritmos que hizo las delicias de aquellos que se saltaron la hora de la siesta obligando a mover pies, caderas, brazos y cabezas de escépticos y seguidores. Muchos aplausos.
Rápidamente movemos el campamento para no perder ni un minuto de los californianos, quienes tendrían que plantarle cara al astro rey. Creo que todos nos acordamos de la carpa. Maldita. Bendita. Maldecida. Bendecida. ¡Vaya sofoco! Tal vez me equivoque, pero sigo pensando que uno de los argumentos utilizados era precisamente evitar situaciones similares. ¿Exagero? Uno siempre recordará las asfixias de Rose Hill Drive, por ejemplo. Pero estábamos con Jesse Hughes y sus chicos, que a pesar de la tremenda solana gozaban de una buena acogida, sabíamos que no defraudarían y pondrían toda la carne en el asador. Sarcástico. Como Jesse “The Devil”. Jocoso, vacilón, irreverente y provocativo, incita mayoritariamente al sector femenino con traviesos contoneos desde la salida con “Bad Dream Mama” hasta el final con la picarona “Speaking In Tongues” donde se batió en duelo guitarrero con Dave Catching, intachable por su entrega e inclasificable en apariencia.
Calado sombrero, camisa de leñador y poblada barba al igual que Gibbons y Hill (curiosamente la camiseta que su compañero intercambió al finalizar con algún sujeto era de ZZ Top) precisamente en el día y hora que tal vez no debía. Demostraron en todo momento conocer perfectamente los secretos del directo, manejando a su antojo a la concurrencia. Indudablemente el foco de atención es Jesse, lo sabe, le gusta y se gusta lanzando besitos y corazones al presentar “Heart On”, se convierte en diva del rock en “Cherry Cola” y espolea a féminas y varones a mantener un eficiente duelo vocal en su nuevo single “Complexity”, completando un bolo de alto voltaje con el apoyo del mastodónico Brent Hinds en la machacona “I Only Want You”. Desvengonzado Rock y testosterona en vena para uno de esos momentos que quieres que se alargen pero por desgracia han de acabar, o de lo contrario pueden ser ellos quienes puedan acabar con una insolación o lipotimia de órdago por el esfuerzo ante un sol implacable, y en el instante que nos dirigimos al escenario principal comprobamos que The Outside Hours contaron con un buen número de público. Buena noticia.

Se presenta una magnífica oportunidad para volar, soñar y sudar con uno de los momentos más esperados de la jornada sabatina, y aunque posteriormente gozamos de brillantes ocasiones, podríamos asegurar que aquí encontramos el veredicto final. En primer lugar, elegancia y sensualidad. A continuación, músculo y potencia. Dos polos opuestos en presencia, dos ofertas muy atractivas en esencia. La pasión según Cracker y Red Fang. Impresionante, emocionante, delicado y salvaje. Los de Virginia nos obsequiaron con una masterclass en toda regla, una sesión de categoría y sentimiento de esas que guardas bajo llave, cuando de nuevo aparecen los recuerdos, las imágenes y las huellas de aquella actuación de 2003 inaugurando Mendizabala. Entonces una buena noche que se convierte en un buen día doce años después: “One Fine Day”. Perfecta tarjeta de presentación para una banda que desde el minuto uno se entrega y obsequia al público con perlas de la costa este americana, detalles de la oeste, cálidos tornados del sur y gélidos vientos del norte que demuestran que no íbamos a ser los únicos en babear abiertamente al escuchar y ver la tremenda personalidad de David Lowery o quedar paralizados con la destreza de Johnny Hickman a la guitarra acompañados por Coco Owens tras los parches, Matt Stoessel y su deslizante lap steel, Bryan Howard con las cuatro cuerdas y los teclados de Thayer Sarrano. La emoción pobla la explanada cuando el solícito “Gimme One More Chance” que coreamos sin ningún rubor hace acto de presencia para seguir contoneando el cuerpo con el ritmo acompasado de “Low”con un agradecido sonido nítido (¡¡Yeahh!!) que engrandece las ricas herencias del sonido americano, la suave brisa que nos acaricia los rostros y permite que la nostalgia nos invada. La sensación de plenitud continúa cuando pisan el acelerador con revisiones del pasado como “Teen Angst” o recientes píldoras adictivas como “March Of The Billionaires” demostrando que la música es capaz de transportar y de suministrar grandes minutos de evasión. Un pelotazo en toda regla que nos deja sin aliento con compactas adaptaciones para el directo donde nos desfogamos (“The World Is Mine”), bailamos (“This Is Cracker Soul”) o dedicamos minutos para interiorizar el éxtasis apoteósico de “Euro-Trash Girl”. Sublime.

Y siguiendo la tónica habitual, dejamos para otra ocasión a Reigning Sound. Una pena, pero las circunstancias son las que son, no tenemos muy estudiada la fórmula de división de partículas y nos debíamos en cuerpo, alma y espíritu a Red Fang, una formación que lo da todo en el escenario y ofrece un indomable y pesado rock de principio a fin. Fiel testimonio de ello son todas las personas que estuvieron en las primeras filas y se entregaron ofreciendo espectáculo con el fuerte oleaje gasteiztarra consistente en bravos pogos, intentos varios de crowdsurfing y continuo headbanging que requiere práctica, pues puedes acabar con un serio esguince cervical. Arrolladores de principio a fin, apostando desde el comienzo por la vitalidad de “Malverde”, la contundencia orgánica de “Crows In Swine” y la velocidad de “Blood Like Cream”, donde Bryan Giles toma momentáneamente el relevo a la voz de Aaron Beam y el gentío que hasta entonces se mostraba reacio salvo el mogollón de las primeras filas saca a relucir su potencia gutural. En los tambores el incombustible mazero John Sherman sonreía como si el rollo no fuera con él ataviado con el sombrerito de marras y tras unas gafas de sol al igual que el sobrio David Sullivan, manteniendo el tempo preciso en cada andanada, en cada segundo, en cada nota que emerge de las catatumbas en “1516” Portland, Oregón. Equilibrios de los funambulistas de seis cuerdas Bryan y David que dejan una momentánea sensación de cauteloso reposo concluido una vez suenan los primeros acordes de “Into The Eye”, la agresividad sabbathica, oscuros ancestros metálicos que estaban aniquilando al personal cuando “Wires” llama a la puerta y nos permite bajar las revoluciones. Bueno, entrecomillado, porque los chicos no dominan precisamente esa faceta. Mantienen una constante compacta como el recio blues de origen desértico “Throw Up”, contagiosas composiciones apocalípticas como “Dirt Wizard” e impactantes como “Bird On Fire”. Al fin de fiesta se presenta un “Prehistoric Dog” brutal, estratosférico, con un coro de miles de gargantas satisfechas y exhaustas por la demostración de poder.

Camino al B.B. King Stage nos damos cuenta que ya era de noche, ¡cómo pasa el tiempo! y público de Red Fang y Reigning Sound nos fundimos en uno para presenciar a Mastodon. Bonita alegoría. Más bonita habría sido si hubiéramos aprovechado al completo su actuación, pero… Reconozco que tienen gancho y cuentan con un público fiel, pero sinceramente no es una banda que me atraiga, y conste que lo he intentado. Hay algo que no encaja, no trasladan al directo las sensaciones que transmiten unas grabaciones que progresivamente han ido bajando en intensidad, y a pesar de contar con tres de sus componentes para ello, el aspecto vocal sigue siendo su talón de Aquiles. Una opinión bastante extendida, por cierto. La gran duda estaba en si aguantaríamos hasta el final o por contra aprovecharíamos unos minutos para descansar y comer un poco. Ya que estamos en el lugar debíamos corroborar nuestras impresiones, nos sumamos a las primeras filas y nos dimos cuenta que no andábamos muy desencaminados. Escenario pulcro presidido por la psicodélica imagen de “Once More ‘Round The Sun” en el que aparecen las siluetas hercúleas de Brent Hinds y Bill Kelliher que se cuelgan las guitarras mientras Troy Sanders enchufa el bajo y el más enjuto de los cuatro, Brann Dailor permanece pertrechado tras los tambores, golpea sus baquetas y empiezan con el comienzo de su última aportación, “Tread Lightly”. Aparecen los ritmos tribales y vaporosas atmósferas de “Once…” y acto seguido, sin tiempo apenas para la recuperación abordan una temperamental “Blasteroid” con consiguientes intentos de pogo de algún valiente y vuelven a su último álbum de la mano de “The Motherload”, donde nuestras sospechas iniciales van tomando cuerpo. Brent Hinds está justo de voz y un tanto errante con la guitarra, Bill Kelliher anda un poco aturdido y se salvan de la quema Brann Dailor que curiosamente es quien mejor se encuentra de garganta y Troy Sanders, que aporta solidez al conjunto. La irregularidad nos empuja a retirarnos a reponer fuerzas y buscar alimento, y desde un lugar un poco más apartado podemos oír los sonidos mastodónicos, metálicos y abismales, los ritmos acelerados y los gritos hardcorianos de “Aqua Dementia”, la influencia progresiva de “Black Tongue” o la llamada al griterío masivo, la locura, el delirio, el averno de “Megalodon”.


A partir de este instante llega el final más anárquico e incomprensible que podíamos haber soñado. En primer lugar blandiéndose en duelo la piedra filosofal de John Paul Keith con el férreo planteamiento de Off!, seguidos por la actuación en solitario y con tratamiento estelar de los reaparecidos Ocean Colour Scene y para finalizar uno de los más polémicos horarios a dos bandas, los malditos solapes que traían de cabeza a un alto porcentaje de azkeneros, y que en esta ocasión llega a crear una plataforma en las redes sociales para evitarlo. Wovenhand y Kvelertak rindiendo un pequeño tributo a Einstein, compartiendo espacio-tiempo y dejando grabada en el asfalto gasteiztarra una gran incógnita que ni Stephen Hawking es capaz de despejar. Vayamos por partes. ¿Nos acercamos a los orígenes en el tercer y muy acertado escenario donde nos esperaba un pequeño gran hombre o seguimos la trayectoria energética del día con Off!? Decisión salomónica otra vez. Empezamos con unos y acabamos con otros, cuestión rápidamente resuelta por el trote que llevábamos acumulado. Descansemos un poco, que que el cuerpo necesita una tregua y vamos al Kim Fowley Stage donde a buen seguro disfrutaremos. Entre la penumbra y la alfombra de infinidad de katxis y demás envases nos plantamos en minutos frente al pequeño gran hombre que es John Paul, artesano musical, equilibrista del soul, blues, country, garaje, rockabilly… añejos sonidos y ritmos vitamínicos que invitan a bailar, lo que innumerables seguidores estaban haciendo cuando arribamos, impulsados por una sección rítmica delicada y tenaz (Mark Edgar Stuart y John Argroves al bajo y batería respectivamente), con la Teleca de Keith sonando cristalina y conquistando al personal con la solemnidad y frescura de la música atemporal. Recuerdamos “Never Could Say No” o “Anyone Can Do It”, porque una de las grandes peculiaridades de Azkena Rock son los encuentros. Y no creo que haga falta decir que en ese momento la música pasó a un segundo plano y tuvimos una emotiva charla con grandes amigos con quienes nos acercamos a Bobby Keys Stage para corresponder con Off!, que en escasos minutos nos derrumbaron con su hardcore a toda pastilla. El tópico “one, two, three!” llevado al extremo, al sentido más estricto de concreción, donde la melodía tiene menos importancia que un accidente de bicicleta en Pekín y el carácter punk se condensa en viñetas de dos minutos, arrebatos musicados que provocaban la hilaridad del público cuando parecía que arrancaban pero frenaban en seco. Divertida paranoia.

Si no llega a ser porque teníamos una cita con Dave Eugene Edwards uno ya habría seguido los pasos de unos cuantos y se habría ahorrado la actuación de Ocean Colour Scene, de quienes no esperábamos gran cosa, aunque los primeros minutos estuvimos cómodamente situados en los puestos nobles, que conste. A pesar de comenzar apostando fuerte con uno de sus hits más reconocibles («The Riverboat Song») es palmario que su presencia no dejaba de ser una urgente solución de última hora por alguna fallida contratación que no beneficia a nadie y demuestra que el refranero de cuando en cuando no se cumple. Quien tuvo… La imagen anodina que presenta el grueso del público y otro de los himnos («You’ve Got It Bad) que no consigue la respuesta deseada confirma nuestros temores. No hay feeling. Cuidado no se me enfaden los seguidores de Simon Fowler y compañía, que ni en las primeras filas las caras reflejaban felicidad, y si sumamos que unos de los protagonistas, el guitarrista Steve Cradock no se encontraba en el escenario… Pues eso. Apáticos y predecibles. Estáticos. Seguimos charlando y riendo con amigos (apartados para no molestar) y cuanto más aburrido parece el concierto la conversación es más distendida y numerosa, más risas, mayor empatía si cabe porque sabíamos que nos quedaban escasos minutos para la despedida que en el caso de los británicos fue lo mejor de su actuación. Lo cortés no quita lo valiente. Desaparece la vergüenza. Sorpresa. Junto al hippie más adorable en miles de kilómetros a la redonda uno no deja de bailar, cantar, gritar y emocionarse cuando escucha a The Beatles y enloquecemos con “Day Tripper” mientras vemos cómo el resto de aliados miran atónitos. Insólito final.

Cual indios mohaves danzábamos para despedir a los británicos y sin darnos cuenta podía ser una magnífica bienvenida o perfecta muestra de respeto hacia un hombre que respira la espiritualidad indígena del Gran Cañón del Colorado, en donde ha de componer bastantes obras, sentirse libre o comunicarse con la Madre Tierra buscando su karma particular. Sin demasiada controversia ni dificultad la decisión estaba tomada desde tiempo atrás, y la visita Kvertelak no era obstáculo para acudir a una sesión espiritual con Wovenhand, experiencias de tercera fase y peyote junto a un hombre aturdido, perceptivo, expresivo y tremendamente magnético. Un chamán. Recuerdos, imágenes y huellas. Aparcada la silla con la que siempre ha oficiado sus ritos religiosos, su posición erguida suscita división de opiniones que no camuflan el indiscutible carisma escénico del caballero, y los rostros de los presentes reflejan emoción cuando surgen de la oscuridad las siluetas de nuestros héroes: Ordy Garrison (batería), Neil Keener (bajo), Chuck French (guitarra y percusiones) y Dave Eugene Edwards que se cuelga una Grestch…Y un fuerte aullido en la reserva origina la ceremonia con los ritmos tribales de “Hiss” que meten la quinta desde la salida. El volcán ha entrado en erupción, y la voz calibrada a modo de megáfono se apodera rápidamente de los presentes como si de lava se tratara en “Closer”, el misticismo temperamental, el trance del festival. El mismo que Eugene utiliza en las actuaciones con un lenguaje corporal prácticamente único en la actualidad, acoplándolo a la perfección a su poder lírico y su indiscutible liderazgo. Música purificadora, trascendental y ojos y oídos absortos por el derroche de sentimiento que transmite “Masonic Youth” y los interminables aplausos son sumisos y agradecidos con “King O King”, una fuerte tormenta interior que no entiende de isobaras ni predicciones. Son profundas reflexiones. Es pasión. Ya me gustaría llegar a ser un hechizero como Eugene y convertirme en búho para no decaer, pero lamentablemente la fatiga llegaba a nivel de emergencia, el depósito se estaba acabando y “Corsicana Clip” y “King David” pasan a ser los últimos valses que bailaríamos. Una resignada y sentida despedida.
Tras las horas de tempestad, minutos de soledad, tiempo para la recuperación y vuelta a una rutina tan inapetente como obligada. Rendidos, aplatanados y satisfechos volvemos a despertar en Gasteiz con un agradable sabor de boca, una dulce resaca provocada por las horas frente a los escenarios y experiencias vitales compartidas con todos aquellos que se erigen en protagonistas, los que no fallan, los que son indiscutibles cabezas de cartel. El corazón del festival. El motor. Motivo por el que los viajes de vuelta a casa cuentan con la dualidad entre melancolía y la alegría, por eso escuchaba entre otras durante el camino “Towering Fool” mientras pensaba en el gran ambiente que se respira en Mendizabala… Y la balsámica guitarra de Warren te espabila, te pone en alerta y recuerda que queda un día menos para que nos volvamos a reunir, reír, llorar, abrazar, cantar, danzar, o sumergirnos en la fuerte marejada producida por las guitarras y las voces huracanadas que un día nos enseñaron el camino.¿Por qué nos aventuramos en la tarea de describir algo que tantos ojos han visto? ¿Qué sentido tiene hablar sobre algo utilizando siempre los mismos clichés, utilizar los consabidos tópicos o frases trilladas? Dudas existenciales que son respondidas con recuerdos, imágenes y huellas.
Fotografías de Ángela, Galys y Rafa